Peligroso semáforo naranja

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista 

 

Para Tlaxcala, el cambio de color en el semáforo sanitario parece un poco ocioso, o innecesario, o peligroso, habida cuenta de que, durante la emergencia, una gran cantidad de ciudadanos se pasaron los protocolos de salud por el arco del triunfo. Aun en estos momentos, con la alarmante cifra de contagios y muertos a causa del coronavirus, con la amenaza de un muy posible aumento de infectados y con la información suficiente respecto a hospitales y panteones saturados, hay gente, principalmente jóvenes, que siguen creyendo esta pandemia una broma o un invento del gobierno. 

Algunas ciudades como Chiautempan, Apizaco y Zacatelco prácticamente no conocieron la cuarentena. En sus calles siempre se vio una enorme cantidad de personas caminando como en vacaciones, se pudo observar a familias integradas por personas mayores o con alguna enfermedad crónica y niños de todas las edades, sin cubrebocas y paseando ajenos a una crisis de salud y sin considerar el riesgo de contagiar y contagiarse. 

En el peor momento de la crisis los bancos registraban una gran afluencia de clientes en donde no se aplicaba ni un protocolo de protección ni se exigían medidas preventivas: el dinero por encima de todo. Los llamados por parte de las autoridades de todos los niveles eran constantes, insistentes, alarmantes: el virus es mortal, es altamente contagioso y es latente la infección y el riesgo de muerte. 

¿Alguien se acuerda de las versiones iniciales de la gente para explicar la desobediencia? “Es un invento del gobierno” “acaso conoces a alguien enfermo” “sabes de alguien que se haya muerto” decían. La rebeldía y la ignorancia, juntas, hicieron su trabajo y el resultado previsto y merecido fue el crecimiento desmesurado de casos que vino a colocar nuestros pies en la tierra. La realidad nos golpeó el rostro y ante las consecuencias lo menos y mejor que pudimos hacer fue culpar al gobierno. 

Y mientras el mal avanzaba, mientras la incredulidad se fortalecía y la terquedad organizaba bailes y reuniones familiares, encuentros deportivos y actividades religiosas, el transporte público de pasajeros registraba absurdos sobrecupos, ausencia de medidas sanitarias y ambición económica por encima de la salud. El mal avanzaba y las autoridades del transporte descansaban o se hacían de la vista gorda o negociaban. Los contagios se multiplicaron y la gente empezó a enfermar y a morir. 

Hasta entonces el covid-19 tuvo nombre y apellidos, dirección y rostros, consanguinidad cercana y nos dolía ya no la insistencia del gobierno ni la pérdida del empleo o la falta de dinero, sino la muerte de alguien cercano, conocido, compañero, amigo… 

Fueron días difíciles, duros, para las instituciones de salud, pero peores para médicos, enfermeras, camilleros e intendentes de los hospitales. Mal pagados, peor equipados, agredidos, humillados, despedidos, contagiados y, muertos… y ni siquiera eso fue suficiente para concientizar a la gente para meterse en su casa, para cubrirse la boca con un trapo de diez pesos, para comprar gel de 50 malditos pesos el litro. 

Pero habría que volver a empezar, regresar a la normalidad, salir a trabajar, reactivar la economía… como si de verdad se hubiera modificado la vida de los humanos en esta parte del planeta. Así es que, en pleno pico de la pandemia, cuando más contagios se registran, cuando hay más muertos por esta causa, cuando se anuncia el imposible o invisible fin de la pandemia, se nos autoriza por medio de un semáforo y un color, salir a las calles a hacer como si no estuviera pasando nada. Qué peligroso es esto. Porque muchos ciudadanos van a entender, porque así les conviene o de ese tamaño es su ignorancia, que ya salimos del peligro, que el enemigo ya se fue, que podemos evitarnos de las medidas sanitarias. 

Creo que, si hubiera habido una consulta a los tlaxcaltecas, el resultado pudo ser un rechazo el regreso a la nueva normalidad. Todavía no. El semáforo, hubiéramos dicho, tiene que mantenerse en rojo al menos por otros quince días; valía la pena continuar con el sacrificio. 

Pero en fin, ya estamos aquí y para no tener que arrepentirnos lo mejor será mantener las disposiciones sanitarias. No hay que bajar la guardia, no hay que confiarse, no ha pasado el peligro, el riesgo de contagio y de muerte siguen vigentes.

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