ATAHUD

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

La empresa de Autotransportes Tlaxcala, Apizaco, Huamantla, en los más recientes años, se ha convertido en sinónimo de inseguridad, de obsolescencia y en el peor de los casos, de muerte.

El monopolio camionero está fuera del control de las autoridades estatales y federales e incluso un sector de la empresa está fuera del control de los líderes. Con este escenario, es muy poco probable componer las cosas y en cambio, es fácil prever un mayor desorden y abusos por parte de la línea antes netamente tlaxcalteca.

ATAH puede hacer lo que le venga en gana cuándo y cuántas veces lo quiera, de manera totalmente impune, pues sabe que cuenta con el cómplice mutismo e inacción de las autoridades. En realidad estas no sirven al pueblo, sino a los poderosos intereses de la empresa; para la sociedad tlaxcalteca, tanto SCTE como SCT son un cero a la izquierda si de defender los intereses de la gente se trata.

Los abusos del pulpo camionero se documentan todos los días, a todas horas, en cualquier lugar y muchos de ellos terminan con la vida de una gran cantidad de personas. Choferes, líderes y empresarios saben perfectamente que tienen la garantía de la impunidad y el poder de aplastar cualquier signo de inconformidad social y el mínimo intento de las instituciones por poner orden. Simplemente ATAH es la que manda, la que impone, la que determina; el gobierno sólo calla y, dicen, tiende la mano.

A las dependencias estatales y federales encargadas de regular el servicio de esta empresa no les interesa que los conductores carguen combustible con pasaje a bordo, que su lenguaje sea de lo más vulgar y sucio, que hagan parada a media calle o que hagan descender pasaje en plena marcha. Ellos no saben que los operadores van hablando por teléfono, que estén enviando mensajes mientras conducen, que algunos trabajen en estado inconveniente y que se sientan pilotos de autos de carreras. En este sentido el pueblo está indefenso pero no por ello olvida pagar el sueldo de los secretarios e inspectores.

Pocas empresas del ramo tienen en su haber el fatídico mayor número de accidentes, impunidad y descaro. Utilizar una unidad de ATAH para trasladarse de un lugar a otro es elevar la posibilidad de un accidente, de un asalto, del mal trato del operador, de cohibirse con su dialogo tan bajo y de fallecer a causa de la corrupción oficial y la falta de madre de los dueños y choferes de esos féretros rodantes.

Los ciudadanos de a pie, los que tienen la necesaria desgracia utilizar ese tipo de transporte, los que no gozan de unidades oficiales ni un salario de envidia, se preguntan cuándo fue la última vez que el secretario de Comunicaciones y Transportes del Estado en turno y los delegados de la SCT, se subieron a un microbús o combi de ATAH; deberían de hacerlo al menos una vez en su vida si es que de verdad quieren conocer el ramo para el cual trabajan y por el que cobran.

Así se darían cuenta del sobrecupo, del leguaje agresivo y asqueroso del chofer, del calor infernal al interior de las unidades por no servirles las ventanillas, por el exceso de velocidad con la que son conducidas, del riesgo latente y continuo por la pavorosa irresponsabilidad del chofer que va mensajeando, por el peligro que representa que carguen gasolina con pasaje a bordo cuando no es guahicol, que reciban ese tan característico mal trato solo por no pagar con cambio y un largo etcétera que hace de ATAH un servicio de quinta con tarifas de primera en un estado con corrupción e ineptitud puntuales.

Si matan a un chofer sus compañeros cierran las calles y amenazan con estrangular al estado pero su ATAH mata a un ciudadano como su costumbre ¿Quién grita su coraje y quién consuela la indefensión y la rabia de los deudos? Desde luego que no el poder político ni económico, no los servidores públicos que se supone lo harían.

La realidad y el entorno de ATAH son diametralmente opuestas a lo que la sociedad tlaxcalteca quiere, espera y merece de la empresa pero es todavía más grave que no haya el compromiso y la sensibilidad del gobierno por poner orden. Eso además preocupa mucho. El pasajero está a merced de la suerte, del ánimo del chofer, de la voluntad de los dueños del este pulpo nocivo.

De los diputados que debieran legislar para poner orden mejor ni hablamos… los tenemos que soportar por cinco o cien reelecciones consecutivas.

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