Urge la unidad nacional, pero, ¿para qué?

Aquiles Córdova Morán

Parece que ante la descarnada sinceridad del Presidente Trump, que habla sin rodeos de las medidas que se propone instrumentar para defender y desarrollar los intereses de su país, algunas de las cuales sin duda afectarán negativamente al nuestro, todos los desdeñadores sistemáticos del nacionalismo como una antigualla ideológica y como un estorbo, si no es que como un peligro, para la convivencia internacional, acérrimos partidarios, por tanto, de la globalización, de la desaparición de las fronteras políticas y económicas, para dejar libre el paso a los capitales y a las mercancías (pero no a la mano de obra) como único remedio contra la pobreza y la desigualdad, se han lanzado de pronto a hurgar en el cofre de los trastos inútiles para desempolvar y vestirse el olvidado atuendo nacionalista porque han descubierto, de pronto, que no hay mejor arma contra el peligro exterior que, según ellos, nos amenaza con la llegada de Trump al poder de EE.UU., que la solidaridad de los mexicanos. Hoy, México se halla saturado de llamados estentóreos a la unidad nacional contra el enemigo común.

Si hiciera falta, puedo probar con citas textuales de artículos míos y de otros antorchistas que publican en los medios, que la alerta sobre los riesgos que trae consigo una economía dependiente de un solo mercado para comprar y vender, con un débil crecimiento que causa desempleo masivo, y con una distribución de la renta nacional que es una de las más desequilibradas e injustas en todo el planeta, así como la advertencia de que tal situación debilita primero, y hace imposible después, la estabilidad y la unidad nacionales, indispensables ambas tanto para hacer frente a un hipotético peligro exterior como para emprender una reforma seria a favor de las mayorías, ha formado parte integrante y sustancial del discurso del Antorchismo Nacional al menos desde la celebración de nuestro 40 Aniversario en 2014. Reiteradamente hemos tratado de hacer ver a los Gobiernos de los tres niveles, y a quienes toman las decisiones importantes en este país, que el apoyo popular a sus medidas y reformas, sobre todo aquéllas que afectan la vida de todos, no es una simple cuestión de imagen, sino un imprescindible respaldo del pueblo a sus autoridades y a sus clases dirigentes, que es lo que hace a un Gobierno y a un Estado fuertes y poderosos, dentro y fuera de sus fronteras.

Ítem más. En los dolorosos casos de Ayotzinapa, Tlatlaya y Tanhuato, en particular, levantamos nuestra modesta voz para hacer notar al país que no era sano, y sí muy dañino y peligroso, intentar deslavar la imagen y socavar el prestigio de nuestro Ejército Nacional, baluarte supremo en la defensa de la integridad e independencia política de la patria; de la misma manera, nos opusimos a los obvios intentos de enlodar la imagen presidencial involucrándola, de un modo muy mal sustentado, en tan reprobables acontecimientos. No es muy inteligente, dijimos, hacer agujeros en el fondo de la embarcación en que navegamos todos, por poco útil que se considere, cuando aún no se tiene ninguna otra con que reemplazarla. Durante las violentas manifestaciones de la CNTE en contra de la reforma educativa, y especialmente ante el intento de incendiar la puerta principal del Palacio Nacional, volvimos a subrayar que eso no llevaba a ningún lado y menos a la solución del problema, pero que, en cambio, sí resultaba sumamente eficaz para sembrar el caos y la división al poner en evidencia una supuesta incapacidad del gobierno para mantener el orden público. Estamos derribando nuestra antigua (y quizá deteriorada) morada, dijimos, pero sin haber levantado todavía una nueva. Finalmente, creo pertinente recordar a todo posible lector que cuando la agresiva y claridosa campaña presidencial de Donald Trump estaba ya en pleno desarrollo, aquí en México varias organizaciones con cierta representatividad seguían sembrando el caos, el desorden y la inconformidad contra el gobierno, sin mostrar ningún proyecto alternativo, coherente y bien meditado, que nos aclarara el rumbo y la meta. Tanto cuando pronunció  su “radical” apoyo al movimiento y a las demandas de la CNTE como cuando se hicieron notorios su silencio e indiferencia hacia los pronunciamientos de Donald Trump sobre cuestiones graves para la nación, los antorchistas interpelamos directamente al líder de MORENA sobre cómo pensaba restaurar la unidad nacional que tan alegremente reducía a fragmentos, en caso de necesitarla para enfrentar los riesgos internos y externos que ya se veían venir. Obtuvimos, como era de esperarse, solo la callada por respuesta, tanto de él como de todos los actores a quienes, tácita o expresamente, iba dirigida nuestra opinión.

Y bien, hoy la unidad nacional y el antes denostado nacionalismo están en boca de todos. Pero a los antorchistas nos llaman la atención dos cosas. Primero, que quienes hoy convocan al pueblo mexicano a la unidad, son los mismos (al menos algunos de los más destacados) que apenas ayer se mofaban del nacionalismo como de una ideología aceda y ampliamente rebasada por la historia y se hacían lenguas de la globalización y el iconoclasta derribamiento de las fronteras nacionales; además, que se trata de gente con poca representatividad política y, si se me urge tantito, sin ningún derecho legítimo para arrogarse la representación nacional en esta situación. Nos parece que, dada la magnitud e importancia de la tarea, esta corresponde, casi de manera natural, al ciudadano que legalmente ostenta esa representación, es decir, al ciudadano Presidente de la República. Solo hecha por él, una convocatoria concreta, precisa a la acción coordinada tendría la resonancia y la aceptación debidas en los oídos y en las conciencias de todos los mexicanos. En su defecto, tal vez podría hacerlo el H. Congreso de la Unión o, en última instancia, quizá una coalición de los partidos más grandes o de los principales sindicatos mexicanos. No más, pero no menos.

En segundo lugar, nos llama la atención, en un caso, la consigna increíblemente hueca, absolutamente carente de contenido con que se pretende despertar el entusiasmo popular, y, en otro, la flagrante contradicción que encierra, tan patente que no se sabe si es hija de la torpeza o de la mala fe y de los intereses electorales que la inspiran. En efecto, ¿qué sentido puede dársele al llamado a protestar contra Donald Trump? ¿Lo podemos forzar a que no construya un muro en su propio territorio, a que no renegocie el TLC, a que no expulse de su país a los indocumentados? Todo esto, como lo sabe cualquiera, forma parte de los derechos soberanos de una nación, derechos en los cuales, por tanto, nadie puede inmiscuirse sin hacer el ridículo. Respecto a quienes llaman a protestar contra Trump “pero también contra Peña Nieto”, ¿piensan realmente que así se puede conseguir algún tipo de unidad? ¿No se dan cuenta, acaso, que su intento de ser “consecuentes” y no olvidar al enemigo interno por combatir al externo es, en realidad, una contradicción en los términos, el peor disparate que puede cometerse en lógica porque se niega en el predicado lo que se afirma en el sujeto? Los antorchistas creemos que lo que verdaderamente se necesita, quien quiera que sea el convocante desde el Presidente de la República para abajo, es que acompañe su llamado con un compromiso firme y abierto a suprimir algunas de las injusticias más intolerables que hoy padecen las mayorías. Que debe partir de reconocer que la situación actual no es de ningún modo la que requeriría una verdadera unidad, sólida, rápida y leal entre todos los mexicanos, para hacer frente a lo que venga. Que no se puede soñar en unir a tirios y troyanos al solo conjuro de palabras “mágicas” como “patria”, “patriotismo”, “sacrificios por la defensa de la soberanía y la libertad”, etc., cuando existe un abismo entre la selecta minoría de los privilegiados y los millones y millones de pobres que carecen de todo, incluso de un medio digno y seguro para ganarse la vida. ¿Habrá mexicano humilde que quiera sacrificarse por defender una patria que solo le ofrece hambre, desempleo, falta de educación, de salud, de vivienda, de servicios y de derechos elementales, incluidos los políticos? ¿Querrá alguien defender el modelo económico neoliberal que garantiza todo a unos cuantos y solo pobreza y desigualdad a la mayoría? Sinceramente, los antorchistas no lo creemos.

El llamado a la unidad, lo repito, aunque lo haga MORENA con su líder presidenciable a la cabeza, exige sin falta un proyecto claro de nuevo país, un modelo económico distinto al actual, que garantice cambios sustanciales para disminuir drásticamente la desigualdad y la pobreza, pues solo eso puede interesar y unificar a las mayorías empobrecidas de la nación. Las clases ricas siempre han sabido esto, y es por eso que no solo no han buscado nunca el apoyo popular, sino que le huyen y le temen al pueblo unido y organizado como a la peste, y lo combaten por todos los medios a su alcance. Por eso, justamente, perdonan saqueos, vandalismo, incendios, robo de combustible, etc., pero no perdonan la lucha organizada de los pobres por una vida mejor, como lo atestigua fehacientemente la persistente y feroz campaña de aniquilación contra el Movimiento Antorchista Nacional. ¿Cederán las élites del dinero en la coyuntura actual? Eso depende de qué tan grave estimen la amenaza proveniente de allende nuestra frontera norte, razón por la cual habrá que esperar todavía un poco antes de poder dar una respuesta definitiva a la cuestión.

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