¡Qué vergüenza!

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

Tristeza, impotencia, coraje, vergüenza, esas y muchas otras, son las emociones y sentimientos que se experimentan al ver el grado de violencia a que se llega en estos tiempos. Vergüenza por el nivel de vulnerabilidad en que se encuentras las mujeres, por el grado de impunidad con que actúan los agresores e indignación por la forma en que las autoridades supuestamente obligadas a protegerlas, las ignoran y las victimizan. Vergüenza por el género masculino que es su verdugo y causa de su pavor.

Vergüenza e importancia al ver la indiferencia social casi generalizada al cáncer que representa la violencia hacia la mujer y por vislumbrar que no hay posibilidades de poner fin a la agresión, al ataque y al desprecio hacia el sector femenino de nuestro país pues es injusto y cruel que por su naturaleza y condición merezca el desprecio y la violencia del hombre que debiera ser su protector y garante de su desarrollo y avance.

Vergüenza por el grado de violencia con que actúan grupos feministas que no buscan reivindicar derechos ni exigir justicia ni aplicación de la ley, sino que obedecen a intereses políticos y económicos ajenos a la lucha feminista y que con su actuar agresivo e irracional desvirtúan las demandas de quienes sí sufren y sí exigen derechos, igualdad, respeto y las más elementales condiciones para una vida digna.

Entre las mujeres no sólo hay víctimas, sino victimarias. También hay ausencia de solidaridad y falta de empatía. Igualmente, entre ellas hay violencia, agresiones, desprecio y envidias que les impiden coincidir en objetivos particulares y generales. El hecho de que en las marchas y manifestaciones haya grupos radicales que ensucien la pulcritud de la exigencia y el grito de igualdad y de respeto, habla de mujeres organizadas que buscan que la sociedad rechace el movimiento justo y urgente y eso, es también violencia y debe merecer el doble de condena y desprecio por venir del sector que supuestamente las defiende.

No se puede y no se debe justificar ninguna forma de violencia hacia ningún sector de esta raza de seres vivos y presuntamente inteligentes y evolucionados y su existencia y cotidianidad es o debiera ser la vergüenza generalizada. Y sin embargo es beneficio de unos cuantos, es negocio de muchos, es el pretexto de otros y es el sello y característica de una cultura que ha aprendido a despreciar la vida y que se enriquece con el dolor y la desgracia de la mujer. Somos una vergüenza como cultura, como sociedad y como pueblo porque todos, de una forma u otra, mucho o poco, contribuimos a la tragedia y sumamos por acción o por omisión.

Duele la indolencia de unos cuantos, duele la violencia hacia ellas, hiere en lo profundo el asesinato de una y de muchas, da asco el desprecio de la ley y del aparato de justicia hacia el sufrimiento de ellas, causa indignación la ignorancia y el abuso de la fuerza de ellos, no se entiende y no debe aceptarse la existencia de un hombre con suficiente ignorancia y bajeza como para someterlas, sojuzgarlas, agredirlas, violarlas, asesinarlas… eso es vergonzoso, indigno, inmoral, delito y aberración ya normalizada en nuestra sociedad.

Toda forma de violencia debe ser condenada y condenable, visibilizada, denunciada, rechazada y jamás debe combatirse con violencia. No podemos y no debemos aceptar ninguna mujer agredida ni violada ni asesinada; tampoco podemos seguir soportando un sistema judicial viciado, incompetente, corrupto y caduco; no podemos y no debemos normalizar ninguna forma de violencia así sea por exigir reales o supuestos derechos. Por eso es que debemos aborrecer la aparición de otro cuerpo femenino, mutilado, ni aceptar otra mujer violada, ni una niña secuestrada y vendida, ninguna lucha feminista basada en la violencia y ninguna ciudad agredida y ningún patrimonio individual o colectivo víctima de las víctimas.

La lucha debe ser inteligente, racional, congruente, pacífica, pero sostenida y vigorosa; se debe atacar el problema desde el origen, es decir, desde la educación y el rescate de los valores y  debe dirigirse la lucha hacia quienes tienen la obligación de proteger la vida y salud y velar por los derechos de la mujer, es decir, hacia las instituciones encargadas de procurar la justicia y hacia los diputados que deben legislar para proteger y dar igualdad de las mujeres en un ambiente de bienestar en todos los sentidos, pero ninguna lucha puede ni debe agredir, golpear, romper y dañar si es precisamente contra lo que se lucha.

La vergüenza como la indignación, la preocupación y la acción, el reclamo y el grito, la marcha y la palabra deben estar orientadas a hacer justicia digna y honorable a la mujer, no a violentarla ni revictimizarla y mucho menos utilizarla para hacer parecer que se hace algo cuando en realidad sirve para intereses ajenos.

Por eso, esta conmemoración del Día Internacional de la Mujer debe ser para la reflexión, no para planear mayor violencia, debe servir para alcanzar la inclusión plena no la exclusión utilizando como pretexto la violencia.

Nunca más ninguna forma de violencia, nunca más para nadie, nunca más el uso criminal de la lucha para beneficio de unos cuantos.

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