Ni una menos y la responsabilidad común 

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

Ojalá que, por los buenos deseos de todos y la acción de muchos, no haya una menos. Ojalá que la mayoría de los mexicanos y de los tlaxcaltecas, la desaparición de mujeres jóvenes pronto sea un mal recuerdo, el fin de una pesadilla, la cancelación de la amenaza siempre real y permanente y el inicio de una nueva y mejor vida para ellas y como consecuencia del respeto y la educación y la toma de conciencia de la colectividad.

Y mientras soñamos y deseamos mejores tiempos libres de violencia hacia el sector femenino, mientras surten efecto los planes y programas del gobierno y de las autoridades encargadas de garantizar la vida de la mujer, la mujer también, junto con el resto de la sociedad, esperamos y deseamos que se cuiden y eviten crear las condiciones para convertirse en nota roja, en estadísticas, en cifras y gráficas, en discursos triunfalistas y presupuestos elevados.

Deseamos y exigimos el cese inmediato e incondicional de la violencia hacia la mujer y el asesinato de otra más pero desear no sirve de nada si no hacemos, todos, algo real y tangible que impida otra muerte, otra agresión, otro caso de hostigamiento, alguna forma de discriminación y no más desapariciones ni padres llorando la ausencia de una hija, de una esposa, de una madre o hermana.

No, ya no es tiempo de echar culpas y de señalar con dedo acusador enloquecido hacia todos lados y no es tiempo y de nada sirve evadir la responsabilidad que desde lo individual y desde lo colectivo todos, absolutamente todos, tenemos. El blanco fácil para señalar con índice de fuego es el gobierno, la inseguridad pública, la falta o deficiente vigilancia policiaca, y todos los motivos o pretextos o argumentos que usted quiera y desee, pero hay que ser justos, sensatos, responsables, honestos… ¿cuánto de lo que pasa o deja de pasar para que nuestras mujeres mueran o desaparezcan es culpa total o parcial nuestra?

En este tema la culpabilidad, la responsabilidad, la omisión, las consecuencias y precio deben ser compartidas pues todos tenemos mucha o poca culpa del nivel que han alcanzado los niveles de violencia hacia la mujer. La poca o nula educación se recibe y ofrece en el hogar en donde jamás debieron ausentarse el principio de autoridad, los valores, la disciplina, los buenos ejemplos, el sentido de compromiso, el criterio, la educación, el respeto, la empatía e igualdad y cuántos y tantos principios más que debieran seguir rigiendo la vida inteligente y civilizada de los seres humanos.

La culpa es de todos, de todos aquellos que criamos y creamos machos em el hogar, que les solucionamos la vida a los hijos, es de quienes les hacemos creer a los varones que la mujer sólo sirve para el sexo, la culpa es de quienes les evitamos obligaciones y responsabilidades a los muchachos, es de quienes nos ven agredir a una mujer, de quienes nos oyen hablar pestes de ellas, de quienes les decimos a los chicos que es una gracia decirles estupideces disfrazadas de piropos y es culpa de esta cultura de todos son culpables y responsables, menos yo.

La muerte y desaparición de cada una de ellas es culpa de quienes les permitimos caminar el filo de la navaja a la media noche, solas, o con amistades de dudosa reputación o de plano a las que no conocemos y de las que ni siquiera tenemos idea de quiénes son. Tenemos una enorme culpa porque no conocemos siquiera el nombre y el número telefónico de sus amistades, o dónde viven o quiénes son sus padres.

Tenemos la culpa quienes les hemos dado alas a una edad en la que ni siquiera son capaces de razonar o de identificar un riesgo; no les hemos enseñado a percibir el peligro, no los hemos orientado a cómo reaccionar en caso de verse acosadas, agredidas, perseguidas, vigiladas. Ante la ausencia de formas de defenderse e impedir convertirse en presa, ellas quedan expuestas, indefensas, se convierten en carne de cañón, en lo que están buscando los asesinos y tratantes.

Ojalá y ni una menos, ojalá que pronto acabe el llanto y el dolor de quienes hoy sufren y lamentan la ausencia de una mujer en el hogar. Pero para que eso ocurra, debemos de dejar de permitir lo que favorece la tragedia y el delito, debemos impedir que los malos tengan las facilidades y las oportunidades para separar a una dama de su entorno. Hagamos lo que tengamos que hacer, lo que nos corresponda hacer, lo que estamos obligados a hacer y no hacemos como padres, como amigos, como vecinos, como colectividad.

De verdad, de corazón, el deseo es que quienes buscan a una hija, madre, esposa o hermana pronto tengan buenas noticias con el retorno de la ausente… pero mientras tanto, no retemos al destino, de desafiemos a la suerte, no invoquemos a la tragedia, no le juguemos al valiente… vamos a perder. Y las consecuencias son muy tristes.

Hay que cuidar a las mujeres de la casa y las del entorno, hay que acompañarlas, hay que impedir que salgan solas o que se ausenten en horas de la noche; tienen el derecho a divertirse, a vestir como ellas quieran, están en libertad de ejercer ese y cualquier otro derecho… tienen derecho a vivir, pero mejor es que se cuiden y no tienen por qué convertirse en tragedia ni en la estúpida realidad en que las tenemos viviendo y temiendo morir en cualquier momento y lugar.

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