Muñoztla, el fracaso de la razón

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

La violencia no puede ni debe justificarse en ninguna de sus formas y nadie, absolutamente nadie, puede adjudicarse derecho alguno para ejercerla. La violencia no puede ser opción, ni siquiera una última alternativa. No cuando hay argumentos y elementos para sustituirla, cuando la inteligencia, la educación, el diálogo, la conciliación, los acuerdos, la negociación y la buena voluntad habrían, deberían, ser las únicas herramientas para dirimir diferencias.

Nadie, ni la autoridad más encumbrada, ni la sociedad mejor o peor organizada, ni los particulares con razón o sin ella, pueden reclamar un derecho legítimo o no, por medio de la fuerza y nadie tiene el derecho de ejercer temor, amenaza y fuerza para hacerse entender o para logar algo. El uso de la violencia ejemplifica y expone la ausencia de valores, de capacidad de hablar y comunicar, de intenci0nes de vivir en paz en sociedad.

Los resultados y consecuencias de la violencia serán siempre, invariablemente, inevitablemente, más violencia. De ahí surgen los rencores, los resentimientos, los amagos de venganza, el cobro de ofensas y en el peor de los casos, lesiones y muertes.

Por la violencia nadie, absolutamente nadie gana. Y en el caso del conflicto en Muñoztla, municipio de Chiautempan, Tlaxcala, las partes en conflicto y las que no lo son, salieron perdiendo. El abuso de la fuerza involucró ya a otras comunidades como Tlalcuapan y Cuahuixmatlac y trajo como consecuencia graves lesiones a gente inocente que tuvo la desgracia de trabajar en ayuntamiento y caer en las manos de inhumanos carentes de toda forma de respeto a la vida y a la salud.

No, no hay argumentos ni pretextos ni justificaciones para tratar de explicar los irracionales y estúpidos niveles que alcanzó el conflicto Muñoztla. No cuando las comunidades y las sociedades saben perfectamente el origen del problema que se centra en dos, ¡Sólo dos! Personajes de la vida política en Chiautempan que no han sabido solucionar sus diferencias, que no han podido ponerse de acuerdo, que no han querido negociar y que han decidido llevarse entre las patas al pueblo.

El tema del panteón que el ayuntamiento de Chiautempan está construyendo es un tema aparte, es algo que sirvió como pretexto, como arma de lucha entre esos dos personajes y sus intereses, como rehén y moneda de cambio. La obra despertó ambiciones ilegítimas, sirvió para cobrar venganzas, utilizó títeres, se convirtió en advertencias… hizo uso de una violencia irracional, absurda, bestial, exhibió la parte más oscura del ser, expuso el nivel de sinrazón y estupidez a que puede llegar cualquiera con tal de demostrar fuerza, poder y, brutalidad.

Qué triste espectáculo, qué deprimente escena, que lastimoso y cruel ejemplo le estamos dando a nuestras actuales y futuras generaciones a las que les estamos enseñando el camino para encontrar solución a sus problemas. Les estamos gritando que no se debe hablar, ni negociar, ni conciliar, ni demostrar inteligencia y buena fe para vivir en paz. Qué vergüenza representan aquellos que por sentirse en grupo cobardemente lesionaron hasta casi matar a personas que estuvieron en el lugar y en el momento equivocados.

Chiautempan no merece esta situación de inseguridad e incertidumbre. Muñoztla, población digna y honorable, no merece ser involucrada en intereses ajenos a su idiosincrasia, costumbres y tradicional hospitalidad y don de amistad.

En estas circunstancias es donde la sociedad de Chiautempan y la buena fe de los habitantes de Muñoztla deben mostrar inteligencia para exigir a los dos únicos actores que motivaron y causaron la violencia el cese de las provocaciones, la utilización de la población para obtener sus victorias personales y para reclamarles su inmadurez y poco sentido humano para lograr sus fines que definitivamente no son legítimos.

El caso Muñoztla vino a demostrarnos hasta qué punto es capaz de llegar la ignorancia, la lucha por el poder, el abuso de la fuerza, la cerrazón de las masas furiosas de forma irracional y nos muestra de qué forma cae derrotada la razón, el entendimiento y la capacidad de pensar. Aquí es donde la razón se derrota, aquí es donde el hombre muestra la peor de sus facetas o, se exhibe en su más terrible y temible realidad: la brutalidad.

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