Los CERESOS: centros de entrenamiento delincuencial

Las cárceles en México y en Tlaxcala son todo, absolutamente todo lo que usted pueda o quiera imaginar, pero no son para la reinserción social

Bernardino Vazquez Mazatzi/Escritor y Periodista

La realidad dentro de los CERESOS del país y la situación verdadera de los ex convictos una vez que han adquirido la libertad ya sea por cumplimiento de su sentencia o por beneficio de libertad anticipada, negadas hasta el paroxismo por el poder, son mucho más graves de lo que la gente piensa, el gobierno cree y de lo que las mayorías imaginan.

El asunto de la reinserción a la sociedad de una persona, como consecuencia de la legal privación de su libertad, es un mito, una fenomenal mentira y una broma de muy mal gusto del gobierno que tiene esa mala costumbre de confundir la realidad con sus sueños y siempre acaba creyéndose el canto de sus aduladores que lo convencen de ser el autor de los solsticios.

Si un interno no reincide, si un ex reo logra reintegrarse a su familia, si reencuentra el rumbo, no es por el ejemplar sistema carcelario, por el fructífero trabajo de las y los sicólogos, por el buen trato recibido dentro de la cárcel y mucho menos por la amenaza del infierno o la promesa del edén, sino porque la experiencia de vivir así sea unos pocos años dentro de un penal, es tan dura, tan difícil de superar, que la persona acaba entendiendo que es mejor la libertad en cualquier circunstancia o situación económica.

Adentro la competencia por sobrevivir es inenarrable, los actos violatorios a los derechos humanos por parte de las autoridades son inaceptables, continuos y permanentes y el nivel de tensión que se vive cada minuto es una chispa constante. No hay lugar para la reflexión, no hay forma de dar o pedir bondad o buen trato. Nadie dentro debe exhibir debilidades o actitudes de fragilidad; eso es muy peligroso.

La corrupción de las autoridades es algo asqueroso, vergonzante y “normal” y el trato y actitud de la mayoría de los funcionarios carcelarios es indigno de un ser humano que presuntamente está del lado de la ley y la justicia. El sufrimiento es doble pues el interno sabe que el trato que le dan al interior es igual o peor que el que reciben sus familiares que los visitan y que muchas veces es represalia o amenaza. Eso se entiende muy bien.

Así es que el discurso cínico, ofensivo y delirante del poder que habla de cárceles como verdaderos santuarios de conversión, de espacios dignos y apropiados para el trabajo y el estudio y el lugar en que las ovejas determinan poner fin a sus días de pecado y delincuencia no son más que humos de vapores coloridos que emanan de las mentes delirantes de los políticos y funcionarios entretenidos en generar gráficas y resultados a modo.

Porque se crea o no, las cárceles en México y en Tlaxcala son todo, absolutamente todo lo que usted pueda o quiera imaginar, pero no son para la reinserción social pues muchos de estos espacios son precisamente los que instruyen y capacitan a vigentes y futuros delincuentes y los funcionarios carcelarios son precisamente y con mayor fiereza los que se oponen y obstaculizan la reintegración social de las personas. ¿Ejemplos?

Cuando una persona sale de la cárcel y decide no reincidir lo hace más por amor a su familia, más con el apoyo de sus seres queridos y por convicción propia que por logros sin precedente del gobierno en turno en materia carcelaria o aplicación de la ley.

Otra cosa, muy grave por cierto y que es bueno que la sociedad sepa es que en los CERESOS no trabaja la gente profesionista, ni la de mayor sensibilidad, ni con mayor compromiso ni responsabilidad ni proyecto, sino recomendados, amigos, compadres, ahijados y compromisos políticos que ignoran completamente del tema, menos que los presos son negocio, que pueden y deben servir para el enriquecimiento muy bien explicable del poder.

En ese sentido, las tragedias en los CERESOS serán continuas, sangrientas, normales y hasta patrocinadas y sin duda habrán de exhibir una cruel realidad dentro del sistema carcelario nacional que mucho tiene que ver con la corrupción, la deshumanización de la autoridad interna y externa, los juegos de intereses y desde luego con las cuentas alegres, pero que poco o nada tienen que ver con una verdadera política de reinserción social.

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