Leyes y bromas pesadas

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

La idea de poner en práctica la consulta ciudadana, el plebiscito o el referéndum para preguntar el pueblo si se permite la continuidad de un gobierno o su fin, dependiendo de los resultados, era y es, como muchas brillantes ocurrencia o leyes nacidas para perder, un catálogo de buenas intenciones. A qué gobernante, en su sano juicio y dadas las cuentas negativas, se le ocurriría en este momento preguntar a la sociedad si se queda o se va…

Tlaxcala se quedaría con menos de la mitad de las autoridades electas en las urnas si acaso se diera cumplimiento a ese derecho social de echar del poder a los malos gobernantes. No hay ni a cuál irle. Muchos presidentes municipales, algunos diputados y casi todos los regidores y síndicos han resultado una triste decepción y sus promesas de campaña y sus planes y proyectos ilusorios están en cualquier bote de basura.

Y es que en esto del gobierno la realidad supera la imaginación y las buenas intenciones. Estar al frente de una responsabilidad tan grande como la de servir nada tiene que ver con el mundo idealizado y soñado que se tiene cuando se abre la boca para prometer. En los hechos, nada es como parece. El político se topa con pared, con una realidad absurda y unas condiciones traicioneras. Los intereses oscuros son muchos, más que cualquier buen proyecto o deseos.

A la falta de posibilidades de poner en marcha los planes y de cumplirle al pueblo se suma la apatía, la ignorancia, la soberbia y ambición de muchos, de casi todos. Ante el panorama poco favorable para gobernar, ante el desconocimiento de cómo hacer las cosas y para qué o para quién, porque al subirse a su ladrillo temporal los vuelve inalcanzables y porque creen que estar en donde los puso el pueblo es la oportunidad para enriquecerse, es por lo que las administraciones naufragan, están perdidas, van a donde fueron aquellas de triste memoria y monumento al fracaso.

Todo esto ha dejado sin discurso a los suspirantes de ahora y candidatos después porque, ahora qué van a venir a decirle a los electores, qué nuevas promesas se les van a ocurrir, qué nuevas mentiras a inventar y de qué forma van a solucionar mágicamente los problemas municipales. Todo está dicho y poco ha funcionado, muy poco se ha logrado. Los candidatos tienen que inventar un nuevo discurso, otro idioma, mentiras refinadas y juramentos irrebatibles para convencer; en realidad, no hay nada qué creerles.

Por ello es que la propuesta y reforma constitucional que permite el plebiscito, el referéndum y la consulta ciudadana para permitir la continuidad o el fin de un gobierno es, tristemente, una broma de mal gusto, una falsa esperanza de democracia total, es atole con el dedo para el pueblo. Ni modo que los alcaldes reconozcan como fallido su proyecto tanto como para preguntarle a la sociedad qué tanto están hartos de ellos y si de verdad quieren que ya se larguen… si tontos no son o no lo son en su contra.

Por otro lado, someter a consulta ciudadana la continuidad o fin de una gestión es tanto como provocar el colapso del gobierno: se uno, se van muchos. Por eso se protegen, se cuidan, se acepta la complicidad y en la marcha, si se puede, se corrige el rumbo o de plano se prestan oídos sordos a los reclamos e inconformidades.

En Tlaxcala, existe la Ley de Consulta Ciudadana, decreto numero 85 del gobierno de Héctor Israel Ortiz y cuando era secretario de gobierno Sergio González, decreto publicado en el periódico oficial del gobierno del estado el 12 de julio de 2006. Y, aunque usted no lo crea, a 17 largos años de ese sueño guajiro de echar del poder a uno o varios malos gobernantes, nada ha pasado. Y nada va a pasar. Primero porque no le conviene al mismo poder y segundo, por la desidia, ignorancia o falta de interés de la gente.

Así es que puede haber muchas leyes, muchos decretos, muchos discursos y un abanico de buenas intenciones, pero al menos en materia de plebiscitos, consulta ciudadana y referéndum no hay mucho que esperar o hacer. No se trata de hacer más leyes, sino de cumplir las que existen.

Mientras tanto los alcaldes pueden seguir con su mediocridad, los diputados creyendo y convenciendo de que hacen algo y los regidores y síndicos cobrando muy bien por hacer nada o hacerlo muy mal.

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