La sociedad como tragedia

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

Cuando los tlaxcaltecas apenas salíamos de la indignación por la violencia irracional en contra de una mujer del Carmen Tequexquitla, la brutal realidad vuelve a alcanzarnos y a escandalizarnos con el ataque cobarde de unos sujetos en contra de una joven a la que le prendieron fuego, en Terrenate, otro municipio del oriente del estado.

La estupidez humana y específicamente la de cierto tipo de varones alcanza niveles de bestialidad y sus actitudes son de tal bajeza y sinrazón que ni siquiera los animales menos racionales o inteligentes cometerían. El retraso mental y el nivel de autodestrucción de la raza humana se reflejan en toda su asquerosa magnitud con hechos como el ocurrido a una joven cuyo pecado fue estar en el lugar y momento equivocados y con los sujetos menos indicados.

Para llegar a ese nivel de tragedia se debieron conjugar una serie de acciones y omisiones que por fuerza tuvieron que desembocar en una aberración. Una de ellas es el grado de permisibilidad que ahora los padres otorgan a los hijos. Una mujer, por precaución, por prudencia, por educación, por respeto a sí misma, por prevención, por dignidad y honor y hasta por miedo, jamás debió estar sola a tan altas horas de la noche con unos desquiciados. Pero las chicas exigen libertad y claman sus derechos. Los hijos e hijas desconocen del peligro e ignoran las consecuencias de las malas decisiones.

Los jóvenes de ahora viven muy aprisa, rechazan los consejos y los ejemplos, niegan la autoridad de sus mayores, se apartan de la verdad y la razón cualquiera que esta sea y de dónde venga, se confrontan con la autoridad y reniegan de la ley y de los preceptos. Se ausentan, apartan y huyen de las religiones o las buenas costumbres Su filosofía es “prefiero diez años en la opulencia y no toda una vida en la miseria” buscando el dinero fácil, la fama, la notoriedad, la imposición y convertirse en líderes aunque sea de forma momentánea.

Un joven en las calles a las tres de la madrugada siempre, absolutamente siempre estará en riesgo, vivirá al límite del peligro y su presencia en los antros no se justifica, ni se explica ni se acepta. Para aplicar un correctivo habrá que ver si se le da al hijo o al padre por su irresponsabilidad de permitir tanto libertinaje.

Nuestros días y los medios de comunicación están marcados de forma ignominiosa por historias de tragedias derivadas del alcohol y las malas compañías. Los periódicos chorrean sangre de los accidentes en carretera y de las víctimas que en estado de ebriedad volaban rumbo a la muerte, en tanto que en el Ministerio Público se acumulan expedientes de asesinatos, violaciones, asaltos, golpizas y ejecuciones derivadas de una vida apartada del riesgo, el peligro y la posibilidad casi ineludible de convertirse en estadística.

Los jóvenes de ahora ignoran o eluden el respeto. Hacia sí y hacia los demás. La caballerosidad y la obligación de cuidar al compañero y de ver por la integridad de una dama se han perdido. No hay ya obligación de solidaridad no compromiso con la amistad. Se ha caído en el individualismo negativo que sólo busca el bien personal, el dinero, el estar por encima del otro sin tomar en cuenta los modos.

No es que los muchachos de ahora hayan perdido el miedo pues este lo sienten cuando ya es demasiado tarde, más bien, la ignorancia, la imprudencia, la violencia y la irresponsabilidad han obstruido la razón, el sentido común y la inteligencia.

Ni siquiera las experiencias cercanas o lejanas, las notas amarillas o rojas de los medios nos sirven como ejemplo, como evidencia, como llamada de atención y aviso preventivo. Sabemos que el mundo es un total riesgo cuando ya somos las víctimas; entonces ya no somos los otros, sino todos, unos más, estadística, gráficas y números de muertos, de heridos, de víctimas y victimarios.

Lo que nos está ocurriendo como sociedad es grave, extremadamente grave, estamos navegando en un océano de irresponsabilidad y riesgo… y nadie o pocos están haciendo algo. Ya no somos una sociedad en civilización, sino en plena tragedia.

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