Gobernar es servir

Bernardino Vazquez Mazatzi/Escritor y Periodista

Gobernar es toda una ciencia, o un arte… es ostentar y no detentar el poder. Es un honor cuando se le tiene como una oportunidad de servir y dejar una huella positiva en el entorno. Gobernar es esa posibilidad de pasar a la historia y ser recordado para gloria y honor del pueblo y la familia. Dar respuesta, solucionar las necesidades de la gente, tener la satisfacción del deber cumplido, levantar la frente y sentirse orgulloso de su paso por la administración pública debe ser el objetivo, punto de partida y meta de todo ser humano que haga de la política y la burocracia su forma de vida.

Pero gobernar es sumamente difícil. Las dificultades surgen en el momento de plantear una estrategia o proyecto de desarrollo o acción: siempre, en algún punto, se confrontará con diferentes formas y fondos, ideologías y creencias, modos y métodos, intereses y generalidades. Habrá gente que considerará que si las cosas no están hechas a su manera entonces estarán mal. Y habrá muchos que le apostarán al fracaso y hasta lo desearán para creerse consagrados en la adivinación y la advertencia. Siempre, en todo tiempo y lugar, los hay quienes están en contra de todo y a favor de nada, ociosos que nunca han construido nada pero que son expertos en críticas constructivas.

Al gobernante le sobran fustigadores, jueces y expertos que siempre y por el mínimo motivo rechazarán todo lo que haga o deje de hacer, no obstante que sea en su beneficio o que no les incumba. Presumirán que lo hacen mejor, en menos tiempo y con menos presupuesto. Se jactarán de conocer todo de la administración y siempre estará comparando el gobierno y sus resultados con los de otros lugares asegurando diferencias abismales. El político en el poder siempre tendrá amigos de a mentiras y enemigos de a de veras. Quienes lo abracen y apapachen algo quieren y ese algo muy rara vez es amistad real o apoyo sin interés.

Cualquier político que aspire a dejar huella y a servir debe poseer el don de la paciencia, la tolerancia y la prudencia; debe amar el arte y ser sensible a las necesidades sociales teniendo como base y fortaleza la humildad y la cordura. Debe ser docto en la negociación y conciliación, tiene que saber ceder y exponer con argumentos sus razones y propuestas, pero sobre todo, cualquier ser humano que esté en el servicio público, jamás debe tomarse los asuntos desde lo personal, hacerlo será su fracaso anticipado.

Desde luego, la eficiencia y la eficacia, la capacidad de respuesta, así sea negativa, la educación y el respeto, el cumplimiento de la palabra, la puntualidad y la atención, entre otros muchos elementos, deben ser, de forma permanente e ineludible, el sello y características de todo régimen cualquiera que sea el nivel desde el cual sirvan.

¿Son muchas las exigencias? ¿Son estas ideas una utopía? ¿Habrá sobre el planeta tierra un sujeto con tantas bondades? En realidad quien gobierne debe partir de la idea que se debe servir con excelencia, que su política y norma sean la perfección, que su concepto de gobierno sea la honradez, que sus principios sean su guía y que su dignidad, imagen y honor estén y se mantengan por mucho tiempo impolutos ante su propia existencia y a los ojos de la sociedad. La omisión o rechazo a uno de estos conceptos o a todos tiene como consecuencia gobernantes corruptos, ideologías fracasadas, administraciones mediocres, resultados pobres y una imagen negativa.

Si, gobernar es una ciencia y un arte, es una forma de no morir jamás, es la oportunidad de que las futuras generaciones mantengan ese régimen de gobierno en el honor del recuerdo o en la condena de la memoria colectiva llena de rechazo y aberración.

El que llega al poder sólo puede hacerlo para dos cosas: para servir o para enriquecerse. No hay más opciones; el que sirve no le queda recurso ni tiempo para enriquecerse y el que llega para llenarse los bolsillos de dinero jamás tendrá con qué dar respuesta al pueblo. La opinión final de la mayoría, el resultado de su administración, las consecuencias y resultados serán el juicio y sentencia definitiva.

El que llega a servir tiene perfectamente claro que lo hará sin buscar premios, reconocimientos ni homenajes; sabe que los quien los necesita no los merece y quien los merece no los necesita. El que gobierna sabe que la ingratitud es muchas veces, la mayoría, la moneda con que paga el pueblo. Pero eso no le afecta pues su espíritu está muy por encima de esas debilidades emocionales o necesidades del egoísmo.

Servir será siempre un honor para quien sabe qué significa eso.

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