Después de un día sin mujeres

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

Creer que se logró mucho sólo por visibilizar el fenómeno de la violencia hacia la mujer es demasiado conformista e irreal. Imaginar siquiera que la ausencia del género en la vida pública por un día va a cambiar en mucho su situación de vulnerabilidad y riesgo permanente es iluso, pensar que el movimiento social del 9 de marzo ha modificado en algo la mentalidad agresiva de los machos es muy inocente y estar seguro de que las marchas violentas y destructivas de unas cuantas van a crear conciencia, es un error.

Lo importante, cierto es, que la mujer hizo notar su ausencia, que en algún lugar y momento el mensaje se escuchó y caló hondo, que despertó consciencias, que motivó incipientes acciones a su favor… que sirvió como advertencia diversa al sector masculino y que fue un fuerte llamado a las autoridades y a los gobiernos. Sin embargo no es suficiente, no llena la necesidad de respeto, protección, defensa y justicia para la mujer. El movimiento social pasado no garantiza ni acerca el fin de la violencia para ellas pues no centra el esfuerzo o la atención en la educación y en la aplicación de las leyes.

Mientras los encargados de aplicar la Constitución en favor de la mujer no lo hagan con justicia y eficiencia habrá impunidad y ellos seguirán teniendo la máxima posibilidad de violentarlas y acosarlas. Golpear a una mujer es el acto más cobarde que alguien pueda cometer; la violencia no puede ser siquiera una opción; abusar del poder o de la fuerza es abominable y las consecuencias de un acto en su contra será siempre delito, reprobable, inaceptable. Pero de nada sirve saberlo si no hay responsables, castigo, fin de la violencia.

No es cierto que basta con la denuncia, no es verdad que el agresor va a cambiar de mentalidad y de conducta sólo por una demanda y por desgracia, tampoco existe la garantía de que la mujer va a dejar de forma definitiva el entorno en el que es agredida. En el día internacional de la mujer y en el M9 se habló mucho, se prometió, hubo fotografías de políticos y gobernantes con damas activistas y movilizaciones, muchas marchas, mítines, plantones, declaraciones y hasta violencia de algunas que luchan contra la violencia. Es triste decirlo y tratar de aceptarlo, pero al día siguiente las cosas son iguales, o cambiaron demasiado poco…

El 10 de marzo de este 2020 amanecimos con noticias terribles de agresiones hacia la mujer que concluyeron en muerte, en lesiones de extrema gravedad, en violaciones a niñas, en asesinato de mujeres cuyos delito son primero, ser mujer y luego un largo etcétera que incluye el que hayan permitido o no se hayan alejado de la violencia, que no se hayan armado de valor para denunciar o acusar una relación irregular, que no hayan tenido la capacidad de entender su valía en la sociedad, que tuvieran consciencia de la importancia que tienen para el mundo, para el sector productivo, para la familia y que su realidad o normalidad nunca fue la violencia.

A partir del 10 de marzo y como antes, las estudiantes seguirán siendo acosadas sexualmente por sus maestros y las empleadas de oficinas de gobierno continuarán recibiendo las proposiciones inaceptables de sus jefes, las obreras seguirán estando a merced de los patrones que las violentarán de muchas maneras pues la violencia hacia ellas empieza por el salario de miseria que reciben, las pesadas cargas laborales y el despido injustificado entre otras formas de agresión inaceptable. La mujer no ha dejado de estar vulnerable y por desgracia, no ha de dejar de estarlo sólo porque a alguien se le ocurrió un día sin ellas. No es suficiente.

Para frenar la violencia hacia hombres y mujeres de todas las edades y condición social no se requiere crear más leyes, sino aplicar las que existen. Destituir y castigar a jueces, magistrados, ministerios públicos y a todo aquel que defienda al agresor o favorezca y permita la violencia debe ser prioridad. Para que no haya una menos, otra acosada, violada, asesinada, discriminada, golpeada, humillada y ofendida incluso por la ley, habrá que infundir en la mujer el valor, los derechos… garantizar su seguridad y el irrenunciable respeto a su condición, ofrecerle dentro y fuera del hogar, todos los elementos para su realización y estabilidad en todos los sentidos.

Pero sobre todo, urge crear consciencia en los seres humanos, principalmente en el hombre, respecto a la importancia de la mujer en la familia, en la sociedad y en el mundo atemporal, de la obligación irrenunciable de todos incluyéndolas, de respetarlas. Que no se le considere un objeto, propiedad de alguien, ser inferior o físicamente débil o incapaz, producto de venta y uso y que ya jamás sea considerada asunto postergado, de segunda importancia o no prioritario.

La mujer debe luchar por superarse, no en contra de un destino; debe logar objetivos y metas, no luchar porque la noten, debe realizarse no pelear un lugar; debe caminar si lo desea, acompañada de un hombre para compartir la felicidad y los triunfos. La mujer no debe tener miedo, ni andar con precauciones, con riesgos; la mujer debe erradicar de su mente que es débil, que corre peligro, que es culpable de lo malo que le pasa. La mujer no debe suplicar respeto, no tiene que pedir que le sea garantizada su integridad o que sea atendida por el poder…

Como sociedad aún nos falta mucho por entender, por hacer, por ayudar y servir… y una sociedad será civilizada y culta en la medida en que proteja a lo más valioso que tiene como integrante: la mujer.

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