Demagogia, rollo, choro

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

Las campañas electorales vienen acompañadas de ocurrencias, de majestuosas muestras de ingenio e imaginación y de estridencias musicales plagosas. La creatividad verbal se desborda y los candidatos creen que de esa manera los votantes los van a seguir como cobras hindús debido al hipnótico ritmo de su encantador.

Los abnegados aspirantes a un cargo o puesto de elección popular y sus respectivos candidatos, acompañados de sus inteligentes asesores de campaña nos atosigan con sus mensajes y nos fastidian con sus posters, sus trípticos, sus bardas y sus cancioncitas chocantes a todo volumen desde que sale hasta que se mete el sol… ¡tantos para una sola silla!

Y si ya con eso es mucho sufrir y soportar, falta aguantar la andanada de promesas y juramentos que se acercan mucho a la burla, a la broma pesada, a los sueños guajiros, al delirio electoral y a los sueños húmedos… resulta exagerada la verborrea, la demagogia, el rollo y el choro con los que nos envuelven y con los que tratan de convencernos.

TRANSFORMACION es el término con el que buscan hacernos creer que, en tres años, en el caso de los candidatos a presidentes municipales, van a cambiar el nombre y ubicación geográfica del municipio y hasta el modito de andar de los ciudadanos. Todo van a transformar, dicen, a volver a moldear la ciudad, a cambiar modos, formas y mentalidad de la gente; se creen seres superiores. Están seguros que habrá un antes y un después de ellos, aunque al final, en tres años…

Hablan de HONESTIDAD y de HONRADEZ creyendo que significan lo mismo: honradez es la más alta cualidad humana y honestidad es hermana del cinismo. Pero aseguran que son honestos y poco hablan de ser honrados, tal vez porque hay una enorme distancia entre ambos conceptos y es más fácil ser lo uno que lo otro.

Cuando un candidato gana la elección y recibe su constancia de mayoría habría que darle el pésame en vez de una felicitación: no van a saber qué hacer con el tigre que acaban de ganar en la rifa. Los toros no se ven mejor en el ruedo. Nada de lo prometido o de lo imaginado se parece a la realidad pues esta hace pequeños, insignificantes, a los nuevos ediles o a cualquier autoridad electa.

Hay que cumplir compromisos. O más bien, hay que empezar a quedar mal con los grupos y personas. En campaña prometieron el mismo puesto, dirección o secretaría como a 20 individuos y pues cómo… el pueblo es un barril sin fondo, todo quieren y todos piden y exigen y por lo tanto hay que negar apoyos, o posponerlos con la seguridad de que no se van a dar. No hay forma de cumplir. No hay para todos.

Claro, para algunos sí, aunque no se trate de los que se desvelaron por hacer ganar al candidato; los familiares sí tienen forma de cobrar, aunque no sea en el ayuntamiento de referencia, sería un delito de nepotismo que, de todos, nadie castiga. Para eso hay intercambios y no precisamente culturales y comerciales con otros municipios, allá cobran los míos y aquí, los tuyos… todo se puede; estamos en México. De cuál discurso o promesa le hablan los ciudadanos al ex candidato…

Y el ayuntamiento se vuelve el pastel del que todos se sirven. Porque falta sumar a la nómina a los recomendados del partidazo en el poder, hay que integrar a los enviados del diputado del distrito, y lo que mande el legislador encargado de fiscaliza y calificar las cuentas y si le decimos que no, no nos la vamos a acabar. Y a toda esa fauna ni modo que los pongamos a chambear: aviadores, creo que se les llama.

Y vienen las presiones internas. Los regidores, generalmente, se convierten en la piedra en el zapato del alcalde. Negocian la gobernabilidad del municipio a veces a cambio de empleos y la mayoría de las veces por dinero, mucho dinero. Y también exigen su rebanada los candidatos perdedores pues en el clímax electoral prometimos no desampararlos en caso de ganar… y ya ganamos. A dónde ponemos a los que nos ayudaron a llegar al poder…

Para estas alturas ya ni cómo cumplir las promesas de campaña, si ya no hay dinero. La pavimentación de la calle que juramos atender seguirá esperando. La mejora en la atención a la población puede posponerse, los servicios públicos se vuelven asunto no prioritario. La seguridad ya no es nuestra responsabilidad y la honradez disfrazada de honestidad es letra muerta… ni cómo cumplir.

Pero qué tal en campaña… nos faltaban horas para andar prometiendo. Empezábamos a las seis de la mañana y las estrellas nos miraban haciendo visitas domiciliarias; ya en el poder la atención al público es de 9 a 15 horas, si quieren y si les parece. La administración de puertas abiertas y las finanzas de cristal se vuelven ilusión; el funcionario ya abandona el planeta sábados y domingos y nos atiende, con mucha suerte, en días laborales.

Por lo pronto, no nos queda más que aguantar, soportar, sufrir… y prepararnos porque la demagogia, el choro y el rollo nos van a quitar el sueño.

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