Ante la violencia, si no pueden, renuncien

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

Lo peor que pueda seguir, luego de la creciente ola de violencia injustificable en el estado de Tlaxcala es que nos acostumbremos a ella, que se nos haga normal amanecer y anochecer con historias de asesinatos, asaltos, feminicidios y linchamientos. No podemos y no debemos como sociedad, como cultura y como civilización justificar o explicar la violencia ejercida en contra de nuestra propia especie. Atentar en contra de seres semejantes será siempre aberrante, injusto, inaceptable y muestra fehaciente de una actitud retrograda y vil, cualquiera que sea el contexto en el que se dañe a la sociedad en lo general o en lo individual en sus bienes o en su vida.

En Tlaxcala, pese a lo que se diga y se grite, en materia de seguridad pública y de valores humanos, estamos mal y vamos para peor. La percepción generalizada es que el gobierno en cualquiera de sus niveles, está fallando, desde el poder no se está garantizando la vida y patrimonio de la gente y los niveles de delincuencia huelen a complicidad, a ineptitud, a corrupción y a valemadrismo. El gobierno, simplemente, no está a la altura de las exigencias sociales en materia de justicia, seguridad y garantía de armonía común.

Los linchamientos, como intento y consumados, son la más asquerosa expresión del comportamiento humano ante lo que como turba no se puede entender, solucionar, dialogar, conciliar, negociar. Esa terrible forma de morir no tiene justificación por más explicaciones que se ofrezcan o se reciban. Nadie, de ninguna forma y con ninguna autoridad puede sentenciar a muerte a alguien cualquiera que haya sido su actuar. Una muerte así es una humillación al género humano, un insulto a la inteligencia que debiera ser natural de una raza civilizada.

Para que se llegue a creer, en lo individual y en lo colectivo, que un individuo merece morir de la manera más cruel e inhumana hay que considerar a la autoridad poco menos que inútil. La sociedad ya no cree en al aparato judicial de México y de Tlaxcala y versiones sobran y son frases que, por desgracia, parecen ser la única razón existente. Para nadie es un secreto la forma en que se administra la justicia en donde lo que manda es la corrupción; el castigo y la absolución dependen del dinero y la sentencia tiene que ver no con la ley, sino con la capacidad de pagar y comprar a la justicia.

Para muchos, hacer una denuncia es perder el tiempo. Entre el burocratismo y la corrupción se tuerce la ley y se pierden o alteran pruebas a favor, se modifican los indicios a favor de quien puede pagar, se integra mal el expediente para que el juez dictamine la libertad del delincuente que no por haber sido declarado inocente deja de ser culpable: la sentencia a favor o en contra tiene precio que no puede pagar la víctima. La ausencia de justicia en una sociedad sin estado de derecho es el argumento para la justicia de propia mano. La ausencia de la justicia entre el pueblo es la condena a culpables e inocentes y el resultado es la muerte tumultuaria y de alguna forma, cobarde.

Dice la sabiduría popular cuando pregunta que si matamos a los malos entonces quedamos sólo los buenos y la respuesta es que no, que quedaríamos sólo los asesinos. De esa forma la justicia por propia mano se vuelve venganza y los juzgadores o jueces que condenan a los delincuentes se vuelven asesinos y delincuentes que es a los que castigan y de esa forma la sociedad retorna a la brutalidad, ignorancia e injusticia pues tratan de apagar el fuego con gasolina o convertirse en lo que combaten.

La violencia en Tlaxcala va en aumento y es notoria la pérdida de valores de la sociedad. El respeto y la educación son palabras que poco a poco van perdiendo sentido y de forma muy acelerada son sustituidas por pretextos para hacer uso de la violencia, ya sea por cuestiones familiares, de adeudos, por herencias y hasta porque dos se miran feo. Hay intolerancia, incapacidad para dialogar, hay poca paciencia para escuchar. Y hay injusticias, hay un sistema judicial caduco, obsoleto y una autoridad que puede ser ejemplo de todo, menos de defensor del pueblo.

La situación se agrava de manera alarmante para la mujer que ya de sí enfrenta un clima de violencia inmerecida y criminal sin que hasta el momento las declaraciones, los planes y proyectos, las estadísticas y gráficas, los presupuestos y el aumento de la burocracia y las declaraciones triunfalistas tengan resultados a favor del sector. Las mujeres siguen siendo asesinadas, agredidas, violadas, amenazadas sin que haya visos de un fin cercano a esa tragedia.

Y mientras sobre todo territorio tlaxcalteca la muerte es una amenaza latente, persistente, acechante, posible y real, los gobiernos de todos los niveles se justifican, se echan la culpa y tratan de hacernos creer que son inocentes. Los presidentes municipales en donde se han llevado a cabo linchamientos como intento o consumados son ineptos, incompetentes y por pura vergüenza deberían renunciar. Si el Estado no puede garantizar la seguridad del pueblo que impida o prevenga delitos y por ende, asesinatos tumultuarios entonces acepta que no hay gobernabilidad ni tiene la capacidad para mantener el orden y la paz social.

La violencia que se vive en Tlaxcala y que va en aumento no tiene explicación, ni justificación, ni razón y mucho menos lugar. Los gobiernos federal, estatal y municipal nos deben muchas explicaciones y nos adeudan la paz individual y colectiva, nos deben eficiencia, o su renuncia.

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