Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
El final de sexenio de Enrique Peña Nieto coincide con el final del hegemónico Partido Revolucionario Institucional y ambos, marcan la agonía de un sistema de gobierno basado en el abuso, en la corrupción y la violencia, así como en el enriquecimiento vergonzoso de los funcionarios y una violencia generalizada que ha terminado con la vida de poblaciones enteras en todo el territorio nacional.
La derrota del PRI en las urnas no es más que una muestra del hartazgo, del repudio y el rechazo a un régimen o sistema de gobierno que se dedicó a empobrecer a los mexicanos y a llevar a la miseria a los pobres. Ciegos y sordos, arrogantes y prepotentes, los hombres y mujeres del poder dejaron de mirar hacia abajo, hacia donde se encuentran quienes los llevaron a encumbrar la cúspide y en donde se enriquecieron hasta perder el sentido de la realidad y la vergüenza.
Al final el monstruo acabó devorándose solo y terminó sirviéndole al enemigo, a la corrupción y a la mafia, doblegado ante el poder del dinero, a las órdenes de las transnacionales, traicionándose desde las entrañas, asesinándose y espiándose para otros y para sí mismos, olvidando que estaban o debieron haber estado al servicio de la patria y de los mexicanos que en estos años recientes se quedaron esperando la tan gritada justicia social o los frutos de la revolución mexicana.
Los nacidos en esta tierra pródiga se quedaron esperando los resultados de los planes y proyectos, de las inversiones históricas, de los resultados de las luchas democráticas y reinvindicadoras, de las reformas jamás imaginadas y del discurso incendiario y la promesa que no empobrece ni se cumple. Han pasado generaciones y generaciones y todas con la esperanza de mejores tiempos y de abundancia y estadios supremos. No hay pueblos ni clases sociales que hablen de un cambio para bien ni de razas que crean en el discurso y la promesa.
El sexenio de Peña Nieto va a pasar a la historia como aquel en el que los gobiernos de todos los niveles se pusieron de rodillas ante el narcotráfico y la delincuencia organizada y ante los intereses de los hombres del dinero que mandan y gobiernan desde el exterior. Este sexenio va a ser recordado como aquel en que inició el exterminio de las mujeres por medio del feminicidio, en el que la niñez perdió la inocencia y se involucró en la violencia generalizada, en el que los mexicanos perdieron la fe en el gobierno y en el que empezaron a odiar todo lo que huela a PRI, a corrupción, a impunidad, a enriquecimiento perfectamente explicable y a la ley alejada de la justicia.
Enrique Peña nieto tuvo el beneficio de la duda allá por la mitad de su mandato. Se quiso pensar y creer que había estrategia, que las cosas negativas que le ocurrían al país sin duda eran consecuencia de la afectación a ciertos intereses oscuros, que no podría haber tanta estupidez para la toma de decisiones, pero fue grande la sorpresa y el horror al descubrir que no había estrategia, que lo que estaba ocurriendo era consecuencia de múltiples errores y pésimas determinaciones, que el país se les estaba yendo de las manos y que había un futuro incierto o peor aún, había un devenir aciago e incierto.
Al final de cuentas a este régimen de gobierno ya poco le importaba el resultado de las elecciones de julio. Ya había perdido el control de casi todo a inicios de la segunda mitad de gobierno. Ya se consideraba derrotado en el combate a la delincuencia a la que terminó aliándose. Ya había cedido a las presiones del exterior y ya había entregado la mayor parte de lo que podría entregarse a las firmas extranjeras. Se fue quedando sin propuestas aceptables, creíbles o medianamente decentes para la candidatura a la presidencia de la república. Cualquiera era bueno o todos eran igual de malos. Ya no les importó: el último esfuerzo era entregar el poder.
Enrique Peña Nieta queda como el sepulturero de su partido y de la confianza en el poder. Nunca va a haber la posibilidad de un nuevo gobierno emanado de una ideología siquiera parecida al PRI.
Ahora queda reconstruir la nación, levantar de los escombros una sociedad derrotada por el miedo y la desesperanza, recuperar la fe, volver a echar a andar la maquinaria que logra todo y que se llama amor a México y confianza renovada de mejores tiempos.
El ocaso, para este gobierno y para el PRI es la peor de las derrotas y la más grande humillación que se tenga memoria en la historia de México.