Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
En el sur del estado de Tlaxcala ocurrió la peor muestra de brutalidad de la que puede ser capaz el ser humano en lo individual y en lo colectivo. Ninguna forma de violencia puede ser justificada y mucho menos aceptada, cualquiera que haya sido su origen, causa u objetivo.
En Zacatelco, este lunes 8 de abril, todo estuvo mal, absolutamente todo. La necesidad no justifica que individuos le hayan quitado la vida a un trabajador del volante… la gente no debió buscar venganza disfrazada de justicia, los policías estatales no debieron ser agredidos de forma tan cobarde e impune, las autoridades municipales jamás debieron abandonar sus responsabilidades y obligaciones y por ningún motivo los periodistas tuvieron que ser agredidos.
Todo esto es consecuencia del reiterado abandono del Estado en sus obligaciones, de la arrogancia de la administración municipal, de la pérdida de valores en todos los niveles de la sociedad, de la prepotencia de los policías de ese municipio que perdieron toda la confianza del pueblo, de la falta de respeto por los vida y los bienes de los otros, de la sed de violencia ciega e injustificada que se acrecienta en algunos sectores de la sociedad, del manipuleo de falsos líderes a unas masas predispuestas a ser provocadas y guiadas al despeñadero.
Es injusto, increíble y absurdo que las víctimas, en este caso la sociedad de ese municipio, hayan terminado como victimarios por asesinar masivamente a un policía estatal que no les hizo nada como individuos o comunidad y que los victimarios, que eran y son aquellos que provocaron toda esta estúpida barbarie, al final queden como víctimas… Tlalcuapan es una herida abierta por la similitud de culpables e inocentes en un mundo al revés.
Nada de lo ocurrido en Zacatelco debió ocurrir y todo lo que ahí pasó pudo y debió ser evitado. Y si bien el hubiera no existe, lo sucedido en otros puntos geográficos del estado, en todas partes, debió ser una enseñanza y aprendizaje para que nunca, por ningún motivo, los pueblos se conviertan en asesinos y aquellos que realmente o supuestamente hayan cometido un delito terminen masacrados por una turba hambrienta de carne humana.
Desde los valores espirituales de la religión, desde los principios del derecho, la ley y la justicia, desde el sentido común, desde el respeto y la educación y desde la dignidad, el honor y desde donde usted quiera y diga, no se puede aceptar tanta brutalidad, tanto dolor y sangre para sugerir o imponer una forma de convivencia social. La violencia, simplemente, no puede ser una forma de vida y la vida no debe ser negociable; la violencia no debe convertirse en amenaza o condicionante para vivir o para morir.
El hartazgo social a la ineptitud e incompetencia de autoridades no debe convertir al pueblo en verdugo, en asesino y en aquello que pretende combatir. No se puede y no se debe apagar el fuego con gasolina. El pueblo tiene que ser más inteligente y no caer en la provocación para quedar en igualdad de condiciones que los delincuentes y que las insensibles autoridades criticadas los ciudadanos. Porque al final, son detestables aquellos que han elegido el camino de la delincuencia tanto como los que pretenden convertirse en jueces y vengarse más que hacer justicia.
Y no es justo que la población se convierta en verdugo mientras que las autoridades encargadas de procurar justicia continúen, pese a lo ya ocurrido con su gravedad terrible, impávida, inactiva, insensible e inoperante. No se vale que mientras la población luche por sobrevivir, las autoridades vivan en verdaderas fortalezas y dándose lujos de elegidos, despreciando a la sociedad de la que comen y tratando a las víctimas del delito con desprecio, arrogancia y prepotencia.
Ante los acontecimientos en Zacatelco, es inaceptable cualquier excusa de la autoridad. No se deben tener como válidos los argumentos de quienes por sentido común y por ley, debieron prevenir y evitar la barbarie. Es inaceptable el nivel de inseguridad y abandono de obligaciones del ayuntamiento de Zacatelco y es completamente reprobable el actuar de las masas. Por eso es que lo pasado en el llamado corazón del ser nunca debió ocurrir pues escribe la página más negra de la historia reciente.
Y por desgracia, ese pasaje bochornoso y aborrecible se va a repetir y no será por deseo, por casualidad o por coincidencia: en Tlaxcala están dadas las condiciones para que linchamientos igual de graves o aún peores, ocurran en cualquier momento y en cualquier lado. Qué triste. Qué vergonzoso.
No, no es aceptable la violencia venga de donde venga y la ejerza quien la ejerza. No es humana la forma en que le quitaron la vida a las personas en Zacatelco. No es justo ni normal que la sociedad se transforme en monstruo asesino para justificar su deseo, necesidad y urgencia de seguridad, no se va a aceptar la ineptitud, corrupción y prepotencia de la policía municipal y nadie puede ni debe pasar como normal la arrogancia e incompetencia del ayuntamiento.
Todo, absolutamente todo estuvo mal. Pero igualmente hay que señalar que por cruel que parezca o crudo que sea, poco va a cambiar. O tal vez nada. No, porque el poder sigue creyendo que nada pasa y por lo tanto, nada tiene que hacer; porque los delincuentes no piensan y van a continuar causando daño y porque el pueblo sigue creyendo que la venganza es justicia. Si los linchamientos sirvieran de algo, ya no habría malandros. Si las autoridades hicieran su trabajo, no habría linchamientos, si hubiera valores humanos…