Yo también quiero hablar de Ecatepec, de un niño ahogado y de un hombre asesinado

Hoy 30 de septiembre de 2021, me he decidido a escribir lo siguiente. Se trata de dos historias trágicas ocurridas en el municipio de Ecatepec, Estado de México. Empezaré diciendo que cuando conocí Ecatepec, no sabía que se trataba de un municipio, pues mis pocos años, unos ocho en la vida y tal vez tres en la primaria, no me eran suficientes para darme cuenta de esos detalles ordinarios. Llegué a ese sitio acompañando a un tío, el hijo menor de mi abuelita materna que apareció de repente, tras andar en quien sabe qué lugares trabajando como ingeniero civil que era. Llegó también a trabajar, en las obras recién iniciadas del tren subterráneo metropolitano, mejor conocido como Metro. Mi tío se integró a nuestro ritmo de vida familiar y cierto día domingo, sin más ni más me llevó a Ecatepec, para realizar una faena en un pequeño lote que había adquirido para construir una vivienda. Pero ese proyecto se esfumó cuando otra vez de repente desapareció el tío Ernesto, venido de no sé dónde y una vez más ido a quien sabe que parte, cuando concluyeron las obras del tren subterráneo. Nunca más volví a saber del tío Ernesto, ingeniero civil y alma errante, donde esté si es que está, espero se encuentre bien. Pero el metro se inauguró y muchos fuimos solamente para tener el gusto de abordarlo sin un sitio exacto a dónde viajar.

Concluí la primaria y ya estando en la secundaria otra vez volví a saber, no del tío Ernesto, sino de Ecatepec y volví a visitarlo, ahora en compañía de un compañero de escuela que vivía en ese lugar. Los que nacimos en lo que era en ese tiempo la Ciudad de México, considerábamos Ecatepec como un lugar lejano. Sin embargo por azares del destino, al terminar la secundaria e ingresar al nivel medio superior de la UNAM, me fui a vivir con mi madre y algunos sobrinos a Tecámac, Estado de México, lugar todavía más lejano que Ecatepec. Algunas veces en el diario recorrido de mi casa a la escuela encontré a ese amigo de la secundaria quien abandonó sus estudios en tercer año pues convertido en padre adolescente tuvo que hacerse cargo de una familia, asumiendo la responsabilidad de su paternidad precoz. A pesar de su situación nunca perdió el buen humor; me invitaba a sus fiestas de familia y cada que podía me hacía llegar los saludos de una muchacha que vivía cercana a él. Dejamos de vernos por mucho tiempo, pero nunca perdimos del todo la comunicación y ahora con el progreso de la tecnología nos hemos vuelto a encontrar en las redes sociales. Alguna vez me mandó vía redes sociales una de esas tarjetas festivas con la siguiente leyenda: “Ser padre es un honor, ser abuelo no tiene precio, pero ser bisabuelo es otro nivel de la felicidad”. No pude contestarle nada respecto a esa tarjeta porque yo apenas conozco el primer nivel, el de ser padre, los otros dos los desconozco.

Pero el caso es que volví a tener noticias de mi amigo, hace unas semanas, cuando ocurrió la inundación de Ecatepec a principios de septiembre. Él me contó a su modo la terrible situación, acentuada con su propia tragedia personal. Muchas familias como ya se sabe, perdieron todo, muebles, ropa y demás pertenencias materiales, pero en el caso de mi amigo, no solamente perdió pertenencias materiales, perdió algo más preciado que todo, pues perdió lo que para él es otro nivel de la felicidad, perdió a su bisnieto de apenas unos cuantos meses de nacido. Cuando irrumpió el agua por las viviendas se generó un caos. Vociferaciones, gritos de auxilio, todos comenzaron a tratar de salvar algunas cosas. El pequeño recién nacido aparentemente estaba en un lugar seguro, pero de pronto no lo encontraron. Corrieron buscando entre el agua que en algunos lugares les daba ya más arriba de las rodillas. ¡Quién sabe cuántos minutos angustiosos pasaron!, y de pronto un grito desgarrador de la joven madre ante el hallazgo terrible.

Mi amigo y su familia, no quieren hacer público su terrible dolor y su ira contenida. No quieren culpar a nadie de lo ocurrido. Pero por mi parte, aunque respeto su decisión y su dolor, he decidido escribir y hacer público lo ocurrido porque es lo menos que podemos hacer, solidarizarnos con el dolor de esta familia, que es una de tantas, una de muchas familias de trabajadores que viven en permanente zozobra. Porque sí hay responsables de la tragedia colectiva de Ecatepec y de la tragedia personal de mi amigo, el responsable es el sistema inhumano y explotador en el que vivimos y que se llama capitalismo y también hay responsables concretos, estos son en primer lugar los empresarios de las constructoras de viviendas comerciales destinadas a ser vendidas a la clase trabajadora y en segundo lugar, los malos gobernantes de diversos partidos políticos, que durante décadas han gobernado para hacer negocios y no para servir al pueblo.

Cuando siendo niño conocí Ecatepec, recuerdo haber visto mucho campo despoblado y algunas filas de viviendas idénticas y de subidos colores, supongo que era una de las llamadas “unidades habitacionales” que después proliferaron. Cuando ya era estudiante de la universidad, al pasar diariamente por ese lugar pude darme cuenta de lo rápido que crecía la “mancha urbana”. A principios del año 2000, ya era un secreto a voces la delicada situación de dicho municipio, entre otros aspectos la deficiente red de drenaje sanitario, situación agravada por la incontenible explosión demográfica y la falta de atención de las autoridades que deben encargarse del bienestar de los ciudadanos. Ciertamente no es la primera vez que Ecatepec sufre una inundación de este tipo y seguramente no será la última mientras no haya un verdadero cambio en la forma de gobierno de este país. Una nueva forma de gobernar esta nación no es un sueño guajiro, es algo perfectamente posible, tenemos ejemplos a nivel mundial y para muestra ahí está la República Popular China, que se ha convertido en una potencia económica y ha logrado erradicar la pobreza gracias a su forma de gobierno. Los que soñamos con un mundo nuevo y un país mejor, sabemos que nuestro sueño tarde o temprano se hará realidad.

Dicen que México tiene forma de “cuerno de la abundancia”, poseemos riqueza en abundancia pero esta se haya actualmente acaparada en unas pocas familias, con lo que se condena a vivir en la miseria y en la tragedia que esto genera a miles de familias. Afortunadamente tenemos también una gran riqueza espiritual y humana, es la que se oculta durante prolongados periodos en el seno del pueblo, pero que de repente irrumpe con fuerza volcánica como lo hizo en 1810; después cien años más tarde en 1910 reclamando justicia social. Cuando siendo estudiante universitario transitaba diariamente por la antigua carretera México-Pachuca, podía mirar una antigua construcción en medio de un llano despoblado y árido, le decían “la casa de Morelos”, alguna vez desviándome del camino dirigí mis pasos hacia esa casa solitaria y de triste aspecto; en su interior encontré objetos diversos y algunos documentos, pero lo que más llamó mi atención y hasta la fecha conservo en mi memoria fue una máscara mortuoria, era el rostro de un hombre, reflejaba un gesto de dolor físico y espiritual, pero también proyectaba a pesar de lo descuidado de su entorno, una aureola de fortaleza humana. Era el rostro del general Morelos, quien como se sabe fue fusilado precisamente en ese lugar de Ecatepec un 22 de diciembre de 1815, luego de haber pasado la tortura de un juicio carente de justicia, enjuiciamiento que solo buscaba encubrir un crimen, un homicidio, un vil asesinato.

Se ha dicho y estoy de acuerdo, que los que luchan por la justicia social son mortales, pero su ideal, su pensamiento es inmortal y mientras exista la injusticia seguirá vigente, como prueba de ello cito aquí el pensamiento, el sentimiento, las palabras del general Morelos, dirigidas como mandato que deberían realizar los buenos gobernantes, integrantes de lo que sería un gobierno justo: “Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto.” Hoy 30 de septiembre que escribo esto, se conmemora el natalicio de Morelos, el hombre que soñó con una patria libre, equitativa y soberana.

Escribo esto para recordar a mis posibles lectores que tenemos una gran tradición de lucha y que debemos perseverar hasta lograr establecer en el país un gobierno que sea congruente en la palabra y en los hechos, un gobierno que promueva la equidad económica y la justicia social. Un gobierno que termine con la pesadilla, con la tragedia que hoy por hoy, vive y padece el pueblo trabajador.

En memoria de José María Morelos el hombre y de todos los seres que han muerto, víctimas de un régimen despótico y de la desigualdad social.

Tlaxcala de Xicohténcatl, a 30 de septiembre de 2021.
Mario García Castillo.

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