Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Si bien toda forma de violencia es inaceptable pues que exhibe total ausencia de respeto, inteligencia y educación, ejercerla en los niños o exponerlos a ella con el ejemplo o ubicarlos en ese entorno, es además de una crueldad, una muestra de la degradación humana.
Abusar de la fuerza para someter a un niño, agredirlo para tratar de inducirle el conocimiento o las costumbres o caprichos, exponerlo a las lesiones mentales o físicas para hacerlo valiente o macho, es un claro ejemplo de cómo la sociedad ha equivocado el rumbo en cuanto a educar a un pequeño se refiere y muestra que la violencia como opción es y será uno de los peores errores de la humanidad.
La violencia en contra de un niño no sólo se circunscribe a golpearlo, a hablarle con un lenguaje en tono alto y con un lenguaje agresivo y vulgar, no sólo se refiere a privarlo de sus más elementales derechos o de negarle sus libertades. Agredir a un pequeño es favorecer su acercamiento a elementos o argumentos que expongan ante él imágenes, acciones, omisiones, palabras y entornos lesivos o que formen en su mente ideas equivocadas respecto a evitar el diálogo y optar por la fuerza para dirimir diferencias.
La más importante y trascendental escuela para un niño es el hogar. Ahí es donde se forma y forja su carácter. Es ahí, con sus seres más cercanos y no en otro lugar, en donde un infante conoce de formas y fondos, de costumbres y tradiciones, de cómo y cuándo se toman decisiones, de cómo es que se trata a los demás y sobre cuál es su rol dentro de la familia y el entorno.
Luego entonces, exponer a un pequeño a la violencia de forma directa o indirecta, en primera o segunda persona, de cualquier forma y nivel, es también una forma de violencia que se ejerce en contra del niño y ese ejemplo o experiencia la que lo va a hacer de adulto un ser consciente o cruel, inteligente o agresivo, tolerante o violento, paciente o impulsivo. De la educación que reciba en su hogar y entorno depende el ciudadano del futuro. Si educáramos a los niños no tendríamos que corregir a los adultos, dicen los filósofos.
Las actuales generaciones, estas que nos escandalizan con su nivel de violencia y deshumanización, estas que han olvidado el sentido de la compasión y la solidaridad, que retan y ofenden a cualquier forma de autoridad y rechazan todo tipo de orden y respeto, son las que en su momento carecieron de disciplina, educación, buenos ejemplos y crecieron en un ambiente de libertad sin responsabilidad o que abusaron de la permisibilidad y la tolerancia.
El nivel de violencia con que se desarrollaron, el concepto que en su tiempo recibieron de honor y amor, la idea que de respeto a los bienes y a la vida les fue sembrada en su infancia, es lo que ha hecho de los actuales hombres y mujeres seres casi carentes de humanismo, de tolerancia y de sentido de ayuda y bondad.
Los padres de familia, en un intento por evadir su responsabilidad y adjudicar a otros su obligación, pretenden que sea la escuela la que eduque a sus hijos pero sin permitir a los maestros una mínima acción de disciplina y orden que busque corregir el comportamiento negativo de un alumno. Ante el más pequeño atrevimiento del profesor, los padres amenazan con expulsarlos del plantel y de acusarlos ante derechos humanos y hasta con Amnistía Internacional si fuera posible.
Pero, en un afán de ocultar la responsabilidad individual y colectiva, pretendiendo evadir la parte de culpa que nos toca por igual, los integrantes de la sociedad señalamos con dedo de brújula enloquecida y nos decimos víctimas del poder supremo y del régimen de gobierno y de todos del comportamiento violento de los jóvenes, de las tempranas adicciones, de los embarazos adolescentes, de la pérdida del respeto a las leyes y a los adultos y a cualquier forma de autoridad y orden.
Los actuales padres de familia ya no castigan, ni cumplen los correctivos que prometen, ni despiertan en los hijos el respeto o el temor o la precaución. Somos la última generación que tuvo temor a sus padres y somos las primeras generaciones de tutores que tienen miedo a los hijos. Es más fácil permitir, consecuentar, tolerar, omitir o hacerse de la vista gorda que enfrentar o confrontar o educar o llamar la atención.
Pero si de dar una imagen bella se trata, entonces hacemos gastos excesivos para vestir a un niño dios en febrero y en abril obsequiamos juguetes a los pequeños, sin detenernos a pensar que los mejores regalos serán siempre el tiempo, la atención, los buenos ejemplos y las palabras de aliento, reconocimiento y agradecimiento.
La violencia no es normal ni herencia, es ejemplo y es actitud y acción u omisión, por lo que más que dedicar un día o algunos días como festejo y como pretexto para hacerles obsequios, mejor será darles la imagen propia y colectiva como modelo y rumbo. Y en vez de señalar o acusar, mejor será asumir la responsabilidad y actuar en consecuencia.