Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Dicen especialistas en materia de seguridad o, lo que es lo mismo, de inseguridad, que el aumento de la delincuencia en el país no se explica sin la complicidad de las fuerzas policiacas municipales. La sospecha es inocente si no considera o propone que la delincuencia muchas veces está formada precisamente por policías que en algún momento de su vida decidieron darle la espalda al pueblo y determinaron convertirse en sus verdugos y enemigos incluso con el salario que se les paga y con el equipo que se les compró.
La versión no aceptada por los gobiernos estatales y federales en el sentido de que los directores municipales de seguridad pública los ponen los jefes de la delincuencia organizada cobra razón en la medida en que los cuerpos policiacos no actúan, actúan tarde o participan en hechos que lesionan la economía, la integridad y los bienes de las familias.
La historia se cuenta sola si se pone de referencia el caso de José Luis Abarca Velázquez, alcalde del municipio de Cocula, Guerrero, quien abiertamente servía a los grupos de la mafia en esa entidad hasta que fue vinculado al caso de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Aquí encontramos un ejemplo de cómo se ha corrompido el poder y cómo es que se pone al servicio de la delincuencia. Y hablamos de que era el alcalde con muchos de sus regidores y desde luego, la policía municipal. Todos traicionando a la sociedad.
Un rumor con sentido a la realidad habla, y también de acuerdo al estudio de especialistas de universidades de prestigio tanto mexicanas como extranjeras, de que algunas regiones de México están abiertamente en manos de los cárteles de las drogas, los candidatos los ponen los jefes de la mafia y que financias las campañas electorales y hacen ganar en las urnas y que matan a quien se oponga a sus caprichos. La realidad supera la ficción.
De alguna manera así se explica el impresionante avance de la delincuencia, así se entiende el enorme daño que este fenómeno causa a la economía nacional en lo individual y colectivo y, desde luego, de esa forma se comprende la existencia de innumerables desapariciones, de fosas clandestinas y la presencia de esa vergonzosa aparición de cadáveres en todos los lugares de todo el territorio mexicano.
A pesar de la cotidianidad del terror, no obstante, la normalización de las muertes y desapariciones, sigue siendo inaceptable el nivel de violencia y la crueldad inauditos con los que los sicarios le arrancan la existencia a las personas, como no es entendible la forma de las extorsiones a los comerciantes y empresarios. Esto provoca el cierre de negocios, la quiebra de industrias y empresas, la huida de familias completas y hasta modifican el entorno político, económico y social de amplias zonas del país.
El crimen gana terreno. Diversifica sus formas y métodos. Involucra y corrompe absolutamente todos los sectores sociales. Domina territorios antes impensables como el sureste mexicano. Tabasco y Chiapas padecían otra forma de violencia que no se modificó con la llegada delos cárteles, sino que se sumó al horror de la inseguridad tolerada, permitida, financiada e integrada por los cuerpos policiacos y gobiernos de cualquier nivel.
A pesar de todo, la sociedad mexicana no tiene mucho margen de maniobra… o no la quiere tener. Ya sea por miedo o por apatía y desidia, los ciudadanos no alcanzan a organizarse, a defenderse, a tomar en sus manos su propia seguridad. Un movimiento en defensa de la patria podría vencer esa inercia o casi destino fatal de nuestro país. Pero eso es utopía. Son tantos los intereses, muy altos, por cierto, que se verían amenazados… y esa visión o posibilidad o propuesta ni siquiera está en el radar de esos estudiosos que saben y opinan mucho, pero…
Erradicar la violencia generalizada y ya enraizada en el país es perorata de moda. Es más un deseo que un proyecto o un acto de congruencia o de buena voluntad. No hay forma de terminar con el dominio y poder de unos cuantos a pesar del discurso oficial e institucional. Hace falta más que un milagro o un cambio de gobierno.
Explicar el fenómeno, entenderlo, difundirlo, sufrirlo, no le pondrá fin. Hace falta un líder, un estratega, un héroe que, primero, inyecte conciencia y voluntad en el pueblo y luego, que tenga la forma y los recursos para frenar este baño de sangre y este olor a muerte en que está sumida este noble pueblo. Bueno, estamos hablando de imposibles; estamos hablando acorde al mismo discurso de la política y del poder…