Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Pese a lo que el gobierno pretende hacernos creer, la situación derivada del alza en los precios de los combustibles se encuentra en una etapa extremadamente delicada no sólo por las desafortunadas consecuencias que ha traído, sino por la falta de información, la poca claridad en los motivos y objetivos del aumento, por la escasa claridad en el mensaje gubernamental, por el silencio a veces hasta sospechoso de los diputados y senadores, por la confusión entre los sectores productivos del país, por el clima de sicosis y violencia con que han actuado unos pocos y por la desinformación que reina en torno al hecho en sí.
El mensaje del presidente de la república, Enrique Peña Nieto, es francamente insuficiente y simplemente no convence a nadie debido a los tecnicismos y a las razones que esgrime y que pueden ser muy poderosas pero que no están al alcance de la sociedad. Desde hace mucho tiempo pueblo y gobierno han dejado de hablarse en el mismo idioma o al menos han dejado de entenderse en el mismo lenguaje. Ambas partes hablan y escuchan, pero cosas diferentes; entienden de diverso modo la misma situación.
Este alejamiento que no rompimiento, está siendo utilizado por grupos anti gubernistas, por la extrema izquierda y la extrema derecha proclives a la violencia y al enfrentamiento; lo aprovechan grupos antagónicos al régimen que se interesan por la desestabilización y que sacan beneficio de la confrontación entre mexicanos.
Hace mucha falta información fidedigna, clara, directa, objetiva, dirigida no sólo a la clase política y empresarial, sino al pueblo; urge un canal de comunicación confiable y honesto y digno de credibilidad para conectar al gobierno con el pueblo. La que fluye es confusa, difusa, muy técnica, no convincente, es tardía y eso, hace que el lenguaje y el mensaje se interpreten como de agresión, de advertencia, de amenaza.
Hace falta un lenguaje y una actitud conciliadoras, de solidaridad y de acercamiento. No la hay en este momento por parte de nadie. La confusión que priva en el país favorece la aparición de grupos y líderes a quienes les conviene la violencia y les urgen mártires, y el poder se pone de a pechito con el uso de la fuerza que les permite la legalidad. Ese no es el camino. Pueblo y gobierno debemos entender que la violencia no es aceptable venga de donde venga y que no hay ni habrá motivos para hacer uso de ella. El dialogo jamás debe ser sustituido por la violencia; el primero en utilizarla es el primero en demostrar su incapacidad para dialogar, conciliar, negociar, proponer, hacerse entender.
El régimen ha cometido muchos errores en este asunto del llamado gasolinazo. Uno de ellos es no haber previsto la reacción social, el nivel de inconformidad que iba a generar, la respuesta de la población y las acciones violentas de unos pocos que no pueden ni deben ser considerados luchadores sino simples delincuentes. Las cosas se les han ido de las manos. Una muerte o las que ya se hayan registrado, un herido o muchos, daños materiales, miedo, psicosis e incertidumbre son un precio muy alto que está pagando nuestro país. Y no eran necesarios; en todo caso hay ineptitud, incompetencia y hasta una dosis de mala fe.
El pueblo no entiende, no va a entender, no le da la gana comprender, que así tenían que ser las cosas, que no había de otra, que el incremento en el costo de los energéticos era la única salida. Siempre hay alternativas, opciones, segundas vías plan B. Si no estuvieron contempladas en la determinación entonces se está en capacidad de gobernar pues se carece de sensibilidad.
El pueblo de México está irritado pues entiende o cree entender que si bien el aumento a las gasolinas era impostergable, vital, fundamental, inevitable y urgente, también siente que no todos jalan parejo y la sociedad se ofende con los salarios irracionales de los consejeros del INE, con los bonos de los diputados, con los privilegios de la clase gobernante pero sobre todo, con el saqueo irrefrenable de ex gobernadores y ex presidentes municipales a quienes no se les pone una mano encima como sí se hace con quienes se manifiestan pacíficamente.
Hay irritación social por el silencio casi cómplice de los actuales legisladores locales, por el mutismo de los diputados federales y por el silencio cómplice de los senadores. Vaya, ni siquiera los regidores del más grande ni del más pequeño ayuntamiento ha hecho un pronunciamiento; eso hace a la sociedad sentirse sola y magnificar la agresión real o supuesta.
Lo cierto es que la violencia no es la mejor salida, que el pueblo SI encuentra y pera opciones y alternativas como la manifestación pacífica y la reacción legal. En estos momentos de confusión y tensión innecesarias, lo peor que nos pueda pasar como mexicanos en la confrontación fratricida. Hay que protestar, sí; hay que expresar descontento, claro; hay que manifestarse, desde luego, enérgicamente, con fuerza, con contundencia, masivamente, pero dentro de la ley, sin afectar a inocentes, sin robos ni saqueos. Si son posibles las revoluciones sin balas, sin muertos, sin sangre y sin psicosis.