Una sociedad corrupta

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

La corrupción siempre ha tenido y tendrá dos vías, la de ida y vuelta, la de subida y bajada o como se quiera ver, sus dos partes perfectamente acopladas e identificadas para ser.

Del el pasado proceso electoral es muy aventurado hablar de la política y de los políticos corruptos, de candidatos corruptores de inocentes votantes, de despreciables sujetos que ensuciaron la sana conciencia de los electores y que compraron con miserias su triunfo y el sufragio, no, sin antes tener como cierto que tan corrupto es el que da como el que recibe.

Para que la corrupción de la política y de los candidatos surtiera efecto, la sociedad debió también aceptar esas reglas no declaradas pero obedecidas y tuvo que aceptar el ofrecimiento aunque con el falso argumento de que recibe todo de todos que al final son nuestros impuestos y luego vota por el que quieras… o si quieres.

La corrupción en el pasado proceso electoral obtuvo su doctorado, su graduación, su cúspide y su consagración pues como nunca, la inmensa mayoría de los tlaxcaltecas se vio inmersa en ella y la arropó en mayor o menor medida, por acción o por omisión, la toleró o la fomentó, la alojó o la promovió pero finalmente la tuvo como un elemento más de la democracia a la mexicana.

El pueblo ya no puede acusar y señalar con índice de fuego a los políticos, a los partidos y a los candidatos llenándolos de epítetos ofensivos por la forma en que llegan al voto y al poder si, lo sabe, fue partícipe de ese mugrero llamado proceso comicial 2016 en el que hasta la autoridad electoral, tradicionalmente manchada y señalada, tiene la marca infamante de la corrupción en la frente que no ha podido borrar, quizá porque es su sello e identidad o porque es su tatuaje.

Creo que puede contarse con los dedos de las manos los candidatos que no recurrieron a la corrupción para acercarse a la gente, principalmente los independientes, pero de ahí en fuera, todos, absolutamente todos, los partidos y los candidatos, recurrieron a la entrega de regalos en tiempos ya no electorales y dieron dinero el día de la elección de forma abierta y cínica. A los que ganaron pues al menos les sirvió de algo esa acción pero a los que perdieron…

Si alguien o algunos acusan corrupción, de verdad, no tienen la necesidad de probar pues pruebas hay muchas, el problema es que el que señale en realidad estaría señalándose a sí mismo y el que acuse en realidad estaría escupiendo hacia arriba. Si este proceso electoral sirviera para mandar al infierno a corruptos y corrompidos, la tierra estaría deshabitada.

Los gobiernos de cualquier nivel tienen perfectamente claro que destinaron dinero y personal al por mayor para apoyar a sus candidatos. Utilizaron como pretexto la prohibición legal para promocionar y difundir obra o acciones de gobierno para justificar su normal inactividad, eficiencia y eficacia y así vaciar las oficinas de personal y dirigirlo a pegar propaganda, colocar lonas, distribuir trípticos, regar panfletos, perifonear y engrosar reuniones familiares. Acusar es acusarse a sí mismo.

Ahora que, como dicen los que dicen que saben lo que dicen, que el candidato que más dinero gastó en su campaña es el que menos obra o beneficios va a aportar al pueblo que lo eligió pues primero debe recuperar lo que invirtió y una administración, por el tiempo que dure, a veces no es suficiente.

Y, claro, el sábado cuatro de junio, y el domingo cinco de junio, desde la madrugada, unidades vehiculares de todos colores y tamaños y funcionarios de todos los niveles, desde distintos centros de operación, y a control remoto, hacían llegar despensas, sobres con dinero, paraguas, pantallas, licuadoras y planchas y todo cuanto fuese posible imaginar a las casas de los convencidos electores que nomás se dejaron querer y comprar.

Así, de esta forma, fue la realidad el día de la elección y así es la realidad ahora con una sociedad corrupta y corrompida, con unas autoridades elegidas de forma sucia, con un electorado ya pervertido, con un futuro intercambiado por una dádiva, con un pueblo ignorante de sus derechos y con una cultura electoral equivocada.

De la autoridad electoral ni hablar: está peor.

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