Bernardino Vazquez Mazatzi/Escritor y Periodista
El primer informe del titular del Poder Ejecutivo Federal, Andrés Manuel López Obrador, no tiene desperdicio: cumple las expectativas de sus afines y contrarios y contiene argumentos suficientes y válidos para el rechazo y para la aceptación, para el halago y la ofensa, para el análisis serio y para la diatriba. Si acaso hay una coincidencia, es en que elevó la aceptación entre sus seguidores y aumentó la inquina entre sus detractores.
Para los unos, el mensaje en que el presidente de la República dio cuenta del estado que guarda la nación estuvo pletórico de realidades y logros, de avances y crecimiento, de excelentes perspectivas y de prometedores días por venir; para los otros, los datos ofrecidos no son más que la muestra del fracaso de la actual administración federal. Ambas partes aseguran tener la razón irrebatible y el argumento indiscutible: y exhiben sus cartas; con ellos no se puede discutir a menos que uno tenga urgencia de hacerse de enemigos.
Los enemigos declarados del régimen jamás van a aceptar que al país le vaya bien, o menos peor, o diferente… para ellos serán cantos de ángeles las declaraciones en que el presidente acepte que su gobierno no funciona, que la economía se ha despeñado, que la política internacional ha fallado, que no hay rumbo ni proyecto, que los mexicanos se equivocaron al elegirlo como guía… que el PRI, el PAN o el PRD lo habrían de estar haciendo mejor. En eso sueñan.
Los millones de mexicanos que votaron por López Obrador saben pues están conscientes, que la situación nacional no es la mejor, pero que podría estar peor. Para ellos no sólo se trataba de llegar al poder, sino de iniciar un proyecto a largo plazo que tenga como objetivo central erradicar el impunidad, la corrupción, la injusticia, el enriquecimiento desmedido, el influyentismo y muchas otras formas de cáncer que aún ahora ahogan a la sociedad.
El primer informe de la era post neoliberal, el de los nuevos y deseables mejores tiempos, el de las enormes expectativas, el que estaba prediseñado para la bienvenida y para el rechazo, es sin duda uno de los más debatidos de todos los tiempos. Los anteriores se analizaban para glorificarlos, para elevarlos a las alturas del reino supremo, para quedar como lambiscones e incondicionales… para seguir medrando. Nadie o pocos en su juicio pleno podían o debían contradecir las cifras ilusorias y los logros de papel. El acontecimiento anual era una fiesta de autoengaño y autocomplacencia que extendían un cheque en banco.
El informe de este uno de septiembre estaba predispuesto a la crítica, a la agresión, al ataque, a la opinión de expertos e incultos, al análisis de especialistas y de quienes creen que saben mucho y siempre están en contra de todo y a favor de nada; en realidad estos inconformes naturales tenían que reprobar y rechazar absolutamente todo; ese es su trabajo, para eso están, por contrato o por lambiscones. Jamás van a aceptar que este gobierno o cualquier otro, de este país o alguno diferente, sea de un modo diferente al que tienen diseñado en su mente de hormiga.
Y los afines a la cuarta transformación están de plácemes. Dicen que los logros de los que habló el primer mandatario de la nación nos acercan cada vez más al paraíso, que es todo apoteosis, que lo dicho y escuchado es poema puro, que hay un olor a santidad en torno a quien es hoy el poder. No podría ni debería ser diferente: así ven las cosas y no hay otra visión distinta ni cerca ni distante; en todo caso cada cual hace su chamba. Y tampoco hay por qué discutir a menos que se desee sumar enemigos gratuitos.
Lo dicho en el primer informe de gobierno que en realidad no es de un año de administración federal, tiene mucho de verdades. Quienes no lo aceptan no es porque hayan captado mentiras o exageraciones, sino porque no está hecho a su capricho y visión catastrofista. Porque no hay que negar que para algunos, por cierto, para muy pocos mexicanos, hubiera sido la gloria que la actual administración hubiera declarado que está en quiebra y que tiran la toalla. Los triunfos ajenos les causan aversión.
No hubo informe a modo, no hubo un mensaje que dejara satisfechos a todos, no hubo un discurso para halagar a unos o para satisfacer el morbo de otros; simplemente fue un informe que, por ser el primero en estar en la discusión y confrontación, sin duda es el mejor. Y es para todos, absolutamente todos.