Tlaxcala, ¿sin orden ni ley?

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

 

No se puede exigir ningún derecho transgrediendo el derecho de los demás ni puede ser justa una demanda que violente el estado de derecho. En ese entendido, las peticiones de las normalistas de Tlaxcala o de cualquier otra organización no pueden ni deben tener como esencia, origen o destino la violencia, la ofensa o el desorden.

Las estudiantes y futuras maestras han perdido el sentido de la realidad y han empezado a confundir sus derechos a manifestarse y a pedir con la oportunidad de agredir a inocentes. Su actitud y acción violenta nada tiene que ver con que tengan razón o no y las exhibe como vándalos, intransigentes, agresivas y carentes de capacidad para negociar, para conciliar y llegar a acuerdos; la violencia a la que recurren nunca, jamás, debieron considerarla siquiera como una opción.

Ningún plan de lucha honesto, ningún programa de acción justo, ninguna reivindicación de derechos o la propuesta de trabajo honrado puede tener como base, cimiento o ingrediente la violación a la ley, la agresión hacia terceros, el robo, el daño o la ofensa. Estos pretextos de lucha ensucian, contaminan, tergiversan y convierten a una supuesta o real demanda en chantaje, en congregación de maleantes o en grupos porriles e insensatos.

Para que el conflicto de las normalistas de Tlaxcala haya llegado hasta donde se encuentra el gobierno del estado tiene mucha culpa. A la vista de la sociedad ha habido incapacidad oficial y quienes han tratado el asunto lo han hecho de tal forma mal que cada día el conflicto crece tanto como para explicar y justificar el cierre de carreteras, bloqueo de calles y desmanes de estudiantes. Por un lado, el desinterés institucional ha permitido que las alumnas crean que esa debilidad les da derecho a robar y a agredir a terceros.

El gobierno del estado no tiene derecho a recurrir a la violencia por mucho que la constitución se lo permita. No le es aceptada siquiera la sugerencia o posibilidad de una represión por mucho que las estudiantes la justifiquen. De lo que se trata es de que atienda las demandas y que argumente las propuestas como respuestas. Se trata de que tenga la suficiente voluntad para dar atención a las demandas y que tenga la suficiente capacidad de negociación, de dialogo, de acuerdos. Y es precisamente de lo que carece la autoridad.

De vez en cuando el gobierno debería poner en el lugar del pueblo y sufrir aunque sea por breves minutos las consecuencias de una conflicto que por un lado, tiene la intransigencia, desigualdad en número y violencia de los manifestantes y por el otro, la insensibilidad, inactividad y ausencia de propuestas viables de parte de la autoridad. La impunidad de unos y desinterés de otros convierten en un calvario e infierno un cierre de calles, la agresión de los inconformes, el robo cínico y descarado de los alumnos convertidos en delincuentes.

Para los tlaxcaltecas es ya muy normal y común ver tomadas oficinas gubernamentales sean estatales o federales. Un día sin manifestaciones, marchas, mítines y plantones frente al palacio de gobierno, el congreso del estado o en cualquier instancia, es noticia, pero no debiera ser normal. Si bien la gente se está acostumbrando a que el mal ejercicio de la administración pública, la ineptitud e incompetencia institucional sea cada vez más visibles, no por eso podemos ni debemos omitir nuestra obligación y derecho de exigir el cumplimiento de la ley y la efectividad en las acciones y reacciones de los empleados del pueblo.

Quienes abusan de su fuerza o del número que representan y quienes intentan justificar su inacción no tienen ninguna justificación para tener al estado como lo tienen. Nadie puede aceptarles sus explicaciones para ofrecer como consecuencia o resultado la presencia o la ausencia de argumentos absurdos: la realidad es que hay ausencia de diálogo, de justicia y de ley, de respeto y consciencia. No hay voluntad ni capacidad para hablar, para ofrecer y aceptar; los unos y los otros, a la vista del pueblo, no tienen derecho de pisotear la dignidad de los tlaxcaltecas.

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