Bernardino Vazquez Mazatzi/Escritor y Periodista
Para la inmensa mayoría de los tlaxcaltecas, la única seguridad que se percibe en el estado es que el salario de los funcionarios es puntual. Y abundante. Porque en materia de protección a la sociedad y sus bienes los resultados son alarmantemente nulos o muy poco significativos. El sentimiento de la gente es de desprotección y de constante riesgo, en tanto que el concepto que tiene de las autoridades encargadas de procurar justicia o inhibir la ocurrencia de delitos es de incompetencia.
Las cuentas alegres de los funcionarios son desmentidas de forma constante por los medios de comunicación que reportan todos los días diversos casos en los que queda constancia que la violencia y la inseguridad se han instalado de forma creciente y permanente en el estado más pequeño del país. La familia de las víctimas de ese horror son seres sin figura ni voz que no representan importancia a la hora de crear estadísticas a modo y ofrecer cifras de consumo interno.
La versión de que no hay delincuencia organizada ni delitos de alto impacto debe entenderse, según la sabiduría de los doctos burócratas, como una forma de impedir la psicosis colectiva o evitar crear un clima de desconfianza general. Como siempre, los empleados del pueblo se equivocan pues la sociedad no es un ente pasivo y se da cuenta de una realidad que ya superó con mucho a los funcionarios que ya no saben qué inventar para hacer creer que Tlaxcala es la sucursal del paraíso. Negar lo evidente no ayuda en nada. Tratar a la gente como retrasados mentales es una ofensa; la realidad debe afrontarse al costo que sea.
Se carece de una estrategia que haga partícipe a la sociedad de una solución al grave deterioro moral y que contribuya a prevenir la violencia desde el núcleo familiar. A pesar de lo que diga la USET o cualquier otra dependencia gubernamental, en la escuela no se enseñan valores o cuando menos no se les da prioridad y por el contrario, se fomenta la permisibilidad y se permite la desobediencia o la agresividad física y verbal.
Los padres de familia acuden poco y de mala gana a las reuniones con los maestros y poco se enteran e interesan por el comportamiento de sus hijos que, por otra parte, en esa complicidad encuentran la impunidad a un actuar poco recomendable. Los papás han delegado al maestro la educación de sus hijos pero en cambio, le han retirado y prohibido toda forma de disciplina, llamada de atención, correctivo o castigo que en verdad eduque con justicia, dignidad y valores al alumno y, en caso de atreverse a tocar con el pétalo de una rosa al muchacho amenazan con demandas y quejas ante todas las instancias habidas y por haber. No se acaba de entender que la educación y la formación se reciben en casa y la instrucción, el conocimiento, la cátedra, la información y la enseñanza, en la escuela.
Así, mientras desde la base de la sociedad que es la familia hay omisiones graves, desde el gobierno hay desinterés e ineptitud para frenar la delincuencia organizada o no, y todo esto, junto o por separado, ha hecho de nuestra entidad una réplica de los estados fronterizos en donde por poco o por nada arrebatan la vida, en donde se ha perdido el respeto y valor por la existencia del ser, en donde domina la estupidez humana y la codicia por el dinero a costa de lo que sea.
Las frases de que en Tlaxcala ocurren sólo casos aislados, de que los delincuentes son de otras latitudes y que sólo utilizan esta tierra como tiradero de muertos, de que no pasa nada ni pasará porque es territorio elegido por los dioses pierde sentido y de que los tlaxcaltecas son tan ignorantes como para no percibir su realidad, carecen de un mínimo de veracidad y se perciben y entienden como una burla al sentido común y como una evasión de la responsabilidad de quienes debieran proteger, defender y garantizar el bienestar general.