Tlahuelilpan: la suma de toda estupidez
Bernardino Vazquez Mazatzi/Escritor y Periodista
La tragedia del estado de Hidalgo tiene como referencia y antecedente la ignorancia y la ausencia total de valores. Es la suma de todas las formas de estupidez posibles y entendibles y es la síntesis de lo absurdo. Así hemos conocido de la codicia y la avaricia de unos cuantos, de la aberrante facilidad con la que unos manipulan y otros se dejan manejar, de cómo se puede morir de forma absurda y de cómo se puede acusar sin sentido a todos y nadie.
Estúpida fue la muerte de mujeres, ancianos y niños. Jamás debieron morir así. Triste es la desaparición física de vidas en plenitud por unos cuantos pesos o por una ridícula aventura que no llegó nunca a ser necesidad económica. La ausencia de seres humanos pesa en los hogares como pesa la pregunta y la respuesta del por qué tuvo que pasar. Hay vacíos en las familias que no se van a poder explicar nunca ante tanta ignorancia y falta de prudencia.
Estúpida fue la sinrazón de la presencia masiva de gente fuera de control, de personas sin necesidad de poseer gasolina, de curiosos por docenas que se apretujaban para ver un espectáculo digno de todas las aberraciones humanas y estúpida es la consecuencia de acciones criminales de inhumanos convertidos en enemigos de la nación y verdugos de un pueblo que no supo medir las consecuencias de convertirse en víctimas no inocentes y aventurarse a agrandar el delito de los huachicoleros asesinos.
Estúpida es la reacción de unos cuantos mexicanos ignorantes y carentes se sentimientos y solidaridad al burlarse de la desgracia y el dolor ajenos. Duele ver y sentir la falta de humanismo, de bondad y compasión por los que si bien fueron víctimas de sus propios errores, no merecen la humillante mofa ni el desprecio punzante. Entre mexicanos nos despedazamos, nos despreciamos, nos ofendemos y hasta nos deseamos mayores tragedias…
Estúpida es la opinión de gente ignorante que nunca, jamás en su mediocre vida, ha enfrentado la disyuntiva de una decisión, ni tiene conocimientos técnicos, científicos ni lógicos de lo que habla. Pero acusa, juzga, sentencia y esparce rumores, confunde a otros igualmente imbéciles que señalan y criminalizan a unos y victimizan a otros. Políticos mediocres y derrotados, ignorantes del quehacer de gobernar, envidiosos desempleados del poder y ardidos huérfanos de las administraciones públicas se llenan de improperios y escupen su intolerancia y desconocimiento aprovechando el dolor, la muerte y la tragedia como buitres sacando provecho de algo igualmente absurdo que no debió suceder.
Estúpida, sí, estúpida es la ausencia de educación y valores. La prudencia como elemento de supervivencia y de respeto, el no tener en cuenta el principio de honradez y virtud en el transcurrir de la vida, todo eso y mucho más se suma a los argumentos y motivos que llevaron primero a unos cuantos inconscientes a hacer una fiesta del robo y a bañarse en gasolina como quien se sumerge en aguas milagrosas haciendo honor a la ignorancia de que esas acciones matan. Tal vez no lo sabían o no lo recordaban hasta que el estallido se los recordó; nos recordó cuán absurdo puede ser el destino o las malas decisiones.
Estúpida es la exigencia de indemnización a los familiares de los muertos. Estos no estaban trabajando para el pueblo sino robando a México. Eran victimarios que resultaron víctimas. Fueron responsables de su propia muerte ocurrida al momento de realizar un acto ilegal. Si bien por ello no merecían morir ni así ni de ninguna otra forma tampoco alguien podría felicitarlos o pagarles por algo de esa naturaleza. Y no, tampoco se puede comparar esta tragedia con el asesinato cruel de los 43 normalistas de Ayotzinapa: estos tampoco eran inocentes pues al momento de su captura tenían en su poder autobuses que no les pertenecían y de los que se apoderaron con el uso de la fuerza y eso se llama ROBO. Igualmente fueron víctimas de los excesos, la ignorancia, la estupidez y la ausencia de valores y prudencia.
Sí, duele lo que pasó en Hidalgo, porque duele la ignorancia, la inconciencia, la impunidad, la pérdida de los valores humanos, la codicia y la ambición. Duele ver cómo muchos mexicanos ya tienen como normal aprovecharse de las circunstancias para beneficio propio sin importarles el dolor o la pena o la pérdida de los demás-
Y no, no son los gobiernos, ni los partidos, ni los militares ni las instituciones de Derechos Humanos los culpables de la tragedia de Tlahulilpan pues el acto y la consecuencia, provienen y derivan de una decisión primero individual y luego colectiva que supo siempre del riesgo y que pago con su vida un atrevimiento.
Estúpida la escena y el resultado. Pero ese es nuestro México que cómo duele…