Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
La actitud de los dirigentes nacionales de los partidos políticos PRI y PAN resulta, cuando menos, cínica, pues además de denotar insensibilidad y ausencia de vergüenza en los señalamientos de corrupción y robo al pueblo, se ubican como cómplices o de plano tapaderas de los mandatarios de Veracruz, Coahuila y Sonora, Javier Duarte y Humberto Moreira y Guillermo Padrés, respectivamente.
Las acciones de escarmiento y castigo, tomadas por la cúpula de esos partidos en contra de aquellos y otros gobiernos corruptos, son de verdad una vergüenza nacional, pues el que vengan a decirnos que como castigo por los agravios a la sociedad se han hecho acreedores a la baja de sus filas, no representa más que otra afrenta para el pueblo.
El que esos delincuentes sigan o dejen de estar en sus partidos nos viene valiendo una madre y media. Peor aún, el que esos insensibles y patéticos líderes políticos nos vengan con ese cuento de un ejemplar castigo y escarmiento para los gobernantes resulta de verdad ridículo y estúpido. Al pueblo de México no le interesa la membresía de los partidos, sino el castigo para quienes traicionaron la confianza del electorado y se enriquecieron con dinero ajeno.
Los mexicanos estamos avergonzados e indignados por la poca seriedad con la que el PRI, PRD y el PAN tomaron los casos más recientes y más emblemáticos de corrupción y latrocinio en México. No aceptamos ni entendemos cómo fue posible que sólo hasta que el despojo y el delito se consumaron se decidieron a abrieron la boca y hasta se dijeron sorprendidos por los señalamientos en contra de los gobernadores emanados de sus filas.
Resulta sospechoso el silencio y la permisibilidad o la poca vigilancia de los partidos hacia sus militantes en el poder; pareciera como si ciertos acuerdos obscuros se dejaron de cumplir, como si determinados arreglos dejaron de continuar, como si hubiera habido pactos traicionados, todos relacionados con dinero, que permitieron el desamparo del régimen hacia esos otrora poderosos gobernadores, intocables personajes que hicieron y deshicieron a su antojo, que desaparecieron personas y presupuestos, que estuvieron seis largos años por encima de la ley.
Quién le va a creer a los partidos y a los dirigentes, a las autoridades y a al régimen, que nadie sabía del enriquecimiento inexplicable, del desvío de recursos, del nivel de corrupción e impunidad que estaban acumulando esos mandatarios a su alrededor, que se ignoraba el grado de violencia y venganza con la que actuaban, que se habían convertido en el verdugo del pueblo que eran capaces hasta de vender su madre si acaso alguien se las compraba.
Para una enorme parte de la sociedad, dormida, sedada, conformista, de muy corta memoria y disminuida capacidad de asombro, de coraje y hasta de dignidad, ni le va ni le viene que haya cientos de miles de millones de pesos en bolsillos privados y que la pobreza y marginación se ensanchen en los estados víctimas. Pero para otro sector de la sociedad, la corrupción en el poder y la complicidad de los líderes políticos es el síntoma y la señal inequívoca de este sistema democrático está rebasado, que el sistema de partidos ya no funciona y que la justicia en el país es escandalosamente selectiva, inoperante y ciega y sorda y muda.
A los mexicanos conscientes, a los ciudadanos con capacidad de indignación y rabia contenida, no viene valiendo muchas madres que los dirigentes del PAN, PRD y del PRI nos vengan con la batea de babas de que han echado de sus padrones a tan indignos personajes. Eso de qué chingaos nos sirve. Eso no es ninguna forma de justicia, eso no es explicación o justificación válida; eso es una burla para el pueblo de México.
El que nos vengan con esa estupidez de que piden todo el peso de la ley para quienes ya son delincuentes confesos por prófugos y presos y ex militantes suyos, nos deja en claro cuánto tiempo necesitan esos miopes dirigentes políticos para darse cuenta a quién postularon, apoyaron, hicieron ganar y hasta presumieron como el cambio generacional en la política, en la administración y el poder en México.
No tener vergüenza es igual a no tener madre y actitudes como las que adoptan los políticos de nuestro país son, en resumen, eso: no tener vergüenza ni madre