Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Muchos quisieran creer que Tlaxcala es una sucursal del edén prometido. Es más, a esos muchos les conviene creer que el estado es un fragmento de una sociedad de primer mundo y hasta les urge que por decreto o arte de magia sea declarado el paraíso merecido.
Si no fuera porque a los delincuentes les ha dado por matar gente un día sí y otro también haciendo del territorio local un sitio ideal para arrojar cadáveres, seguramente estaríamos en posibilidades de pensar que hay malos tlaxcaltecas envidiosos y ansiosos porque al gobierno le fuera mal y para tener material de descrédito y desaprobación a las instituciones.
Si no fuera porque Tlaxcala ya es territorio de bandas de la delincuencia organizada que se disputan la plaza para la extracción ilegal de hidrocarburos, para el cobro de piso, para la venta de todo tipo de drogas… y porque el secuestro y la extorsión ya son casos y cosas normales, tal vez estaríamos ente una excepción mundial ya que en un país donde la violencia se ha generalizado, un pedazo de patria llamado Tlaxcala sin esos males mundiales sería un milagro y un sitio reservado para los elegidos.
Si no fuera porque en la entidad más pequeña de esta nuestra sufrida nación los feminicidios son cosa de casi todos los días, fenómeno de exterminio de la mujer negado por todo tipo y nivel de autoridad, estaríamos negando que Dios nos ha abandonado y estaríamos rechazando que el sector femenil, como nunca y en ningún otro lado, se siente insegura, vulnerable, abandonada por las instituciones y en constante peligro pues ni siquiera su hogar deja de representar un riesgo.
De verdad hay intentos por creer que Tlaxcala es la segunda entidad más segura del país y del planeta y de los astros circundantes y las galaxias vecinas, si no fuera porque esta entidad ha sido declarada desde adentro y desde afuera y por los cuatro puntos cardinales como la capital mundial de la trata de personas y territorio universal de padrotes. Vaya desgracia que hace a los gobiernos locales enfurecer y negar la existencia del flagelo y de los milagros atribuidos a los santos mentirosos y descontinuados.
Si no fuera porque la tierra de Xicoténcatl es prodiga de actos de corrupción en todos los espacios del servicio público y del ámbito privado, seguramente sería un ejemplo de bondad, respeto, honradez y honestidad. Pero no, no lo es. Aquí como en todos lados se requiere de una mochada, de un entre, de una coperacha para el café… un incentivo para agilizar el trámite y la gestión para llegar a buen fin en la consecución de un documento…
Si no fuera porque las carreteras que cruzan de sur a norte y principalmente de oriente a poniente la entidad son de las más peligrosas e inseguras de nuestra patria, en donde el robo de todo tipo de mercancías es casi seguro todos los días, se diría que este espacio del globo terráqueo está custodiado y al encargo de la corte celestial que impide el atraco y asesinato de choferes que tienen la mala suerte de cruzar por zona de muerte…
Me costa porque lo he escuchado, hay mucha gente anhelante de creer que Tlaxcala es la segunda entidad más segura de México, tal y como lo aseguran los eficientes gobiernos y eficaces funcionarios, si no fuera porque el sector del transporte público de pasajeros sufre el robo de una unidad todos los días y sus choferes son arrojados en cualquier zanja, lote baldío o barranco. Vivir en Tlaxcala, dicen, es ya toda una aventura y un riesgo constante; ya no hay seguridad en casi ningún lado y no importa si el monto del robo asciende a docenas, cientos o miles de pesos.
Cualquiera quisiera creer que Tlaxcala es una de las pocas ciudades más seguras del continente y sus alrededores, sino fuera porque casi cada semana se da un caso de intento de linchamiento o de plano el asesinato masivo de un sujeto que tuvo el infortunio y desacierto de creer que puede robar o dañar a alguien. No hace mucho tiempo los linchamientos eran una posibilidad y riesgo constante: hoy son una lacerante y vergonzosa realidad.
Y sí, cualquier buen tlaxcalteca añora esos tiempos de paz y tranquilidad, cuando se podía caminar a cualquier hora en cualquier lugar, dejar el auto lejos o cerca, confiar a las deidades a la hija que sale tarde de trabajar… si no fuera porque esos tiempos no volverán jamás, aunque hayan sido decretados de amor y prosperidad irrenunciable e irrefutable por los gobiernos que viven en un país de fantasía.