I. Carolina Campos
Karla joven mujer de alrededor de 35 años de edad originaria de uno de los 60 municipios del Estado de Tlaxcala, accede a compartir con nuestros lectores de Ojo Águila sus sentimientos en este mes de mayo del 2019. Ella muy contenta y abrazando a dos de sus tres hijos, dos niñas y un niño, quiere señalar la fortuna de ser Madre, mas no de ser Mamá.
“Mamá es dar a luz a un hijo, y ser Madre es educarlo, conducirlo, orientarlo, cuidarlo, alimentarlo, vestirlo, calzarlo y darle todo el amor, cariño, respeto y todo lo necesario para que sea una buena persona, un buen ser humano”, afirma.
A los 14 años de edad, Karla quedó huérfana de mamá pues nunca supo quién es su papá, en ese entonces ayudaba a sus abuelos y a su mamá a quien sólo recuerda por el mal trato que le dio en sus años de infancia, esa vida la obligó a abandonar su hogar establecido en uno de los municipios de la zona norte de la entidad tlaxcalteca, acompañada de una amiga con dos años mayor que ella, un día nublado de junio se dirigieron a la Ciudad de México, antes Distrito Federal, en busca de mejores oportunidades, pero más que eso, alejarse de la vida de reproches de parte de su familia que consideran no las querían por ser hijas de madre soltera.
“A mis 14 años ya había sufrido mucho porque mi mamá no me quería, de niña siempre me reprochó que yo no fui una hija deseada y que sólo le estorbaba para poderse casar, decía que sus novios no la querían porque tenía que cargar conmigo, entre esas cosas y otras más que no quiero recordar. Crecí, y junto con mi amiga Blanca planeamos irnos a la ciudad, y si, nos fuimos, nadie nos buscó, creo que le hicimos un favor a nuestra familia. En el Distrito Federal encontramos de todo, sobre todo siendo niñas, en plena adolescencia, estábamos expuestas a todos los peligros, nos quedamos en la central camionera más o menos unos 15 días seguidos, no teníamos para comer y solo nos alimentábamos con lo que los pasajeros tiraban al bote de la basura porque ya no querían ese alimento, nosotras lo recogíamos y con eso vivimos…”
“…Empezamos a ganar dinero ayudando a los viajeros a cargar sus maletas, y así fue como conocimos a don Mario, a quien más tarde, mi amiga y yo llamamos Padre. Déjame decirte, que desde aquí y todos los días, le pido a Dios por él, y sé que mi amiga, a quien llamo mi hermana, también lo hace, porque ese señor, que lejos estábamos de conocer, nos alojó en su casa, nos dio su amor, respeto y cariño, pero además sin conocernos nos mandó a la escuela y nos enseñó la grandeza del ser humano, que no está en tener dinero, ser poderoso, contar con grandes lujos o propiedades, sino en tener amor hacia nuestro prójimo, perdonar, valorar a la familia y dar lo que tengamos a quien más lo necesite. Yo amo a los niños pero Dios no me ha dado la oportunidad de ser Mamá, pero sí de ser Madre, orgullosa me siento de tener a estos tres hijos de mi corazón, doy la vida por ellos”.
Karla es la base del hogar que forman ella y Martín su esposo, se casaron con la ilusión de ser padres pero aunque se sometieron a diversos tratamientos médicos no han logrado embarazarse, por lo que tras algunos años de matrimonio decidieron adoptar y entregar su vida a sus hijos que los tramites les permitieran tener.
“Mi amiga Minerva se fue a los Estados Unidos con la familia de nuestro padre Mario, ella vive allá, yo me quede a cuidar de mi padre hasta que Dios se lo llevo. Cuando llegamos a su vida él nos dijo que se casó pero su esposa lo abandono porque no pudieron tener hijos y ella no quiso adoptar un Bebé, a partir de que su esposa lo dejo, él vivió sólo hasta que nos encontró a mi amiga “hermana” y a mí, dijo que le devolvimos la vida…”
“…La historia quizá se repitió conmigo porque tampoco puedo tener hijos, es decir, no sé si Dios me permita ser Mamá, pero soy muy feliz porque ya soy Madre, soy madre de estos tres hijos de mi alma, estas dos nenas hermosas que tengo aquí y mi niño que se fue al catecismo, ellos son nuestra vida, ellos saben que somos sus padres, saben que yo no soy su mamá porque no nacieron de mí cuerpo y que mi esposo no es su papá, pero si que soy su madre y Martin su padre, ambos los educamos, los amamos, los cuidamos, los vestimos y calzamos, les damos todo lo que podemos obtener de nuestro trabajo, de este taller de ropa que tenemos y en el que mis hijos de 5, 6 y 8 años ya están participando doblando las prendas.
Con la felicidad reflejada en el rostro, Karla habla con cariño a sus pequeñas que portan cada una un vestido rojo y un par de moños de listón blanco colocadas en dos trenzas de lucen brillantes al cuidado de su Madre.