Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y periodista
Al concluir una de mis charlas motivacionales a madres de familia, escuchaba a una señora lamentarse de su situación adversa al tener en su hogar a una hija rebelde a un muchacho desorientado, y levantando los mirada al cielo se preguntaba qué hizo mal en su vida y qué delito cometió que estaba pagando tal condena pues sentía que hasta sus santos le habían dado la espalda. Eso decía.
Y explicaba con detalle cómo su hija, de 17 años, no la obedecía, no la respetaba, le echaba en cara su pobreza y se salía de la casa sin pedir permiso y llegaba borracha y tal vez hasta drogada. Nos comentó que incluso ha llegado a intentar golpearla y que la amenaza de forma constante y agresiva con huir de su hogar, lo que le preocupa y mantiene en terrible angustia pues teme que la hija cumpla con su amenaza y entonces, qué será de ella, dónde vivirá y lo peor, en riesgo constante.
Nos confía cómo es que se porta su hijo, el cual, a sus 15 años de edad, fuma, toma bebidas embriagantes, es miembro de una pandilla, se le rebela de forma violenta, no ayuda en nada en la casa y se niega a trabajar o a contribuir de alguna forma con la manutención del hogar. La señora lloraba de forma lastimosa.
Se preguntaba qué hizo mal, en donde falló como madre, y reprochaba al cielo su mala suerte al darle a dos hijos que no le correspondían su amor ni comprendían sus angustias. Aún más, consideraba injusto el pago si ella se desvivió por darles todo lo que le pedían, si ella prefería hacer todo el quehacer si acaso no querían hacer algo, si ella dejó de comprarse un refresco con tal de que ellos tuvieran al menos un peso para gastar y hasta trabajaba horas extras para que estos ingratos no tuvieran las privaciones de ella, que sabe, y mucho, de pobreza y carencias.
Dijo que fue tanto su amor de madre como el de cualquier mamá que tuvo que sacar uñas y dientes para defenderlos de quien quiso agredirlos, faltarles el respeto o burlarse de su situación, incluso, asegura, hubo el momento que tuvo que confrontar a quien les reclamaba una agresión o hasta un robo o una travesura propia de muchachos y los protegió a sabiendas de que sus muchachos sí eran culpables pero, dice, qué madre no es capaz de dar la vida o hasta de ir a la cárcel si de salvar a sus hijos se trata.
Comenta que no puede entender la ingratitud de la vida y la de sus hijos que paga mal a una señora que no hizo más que querer tal vez hasta de más a sus vástagos, a los que les dio la libertad que a ella no se le permitió, que tienen lo que ella siempre quiso tener, que van a donde ella hubiera querido ir cuando fue muchacha y que no saben agradecer las libertades que en sus tiempos la mamá consideró sólo un cuento.
Con tristeza esa madre, manojo de angustias y de pesares, detalla que su hija no es capaz ni de lavar sus calzones, que no sabe siquiera freír un huevo y que nomás se la pasa en el chat, en el celular y el televisor y que por las noches se sale a quién sabe dónde y con quién y que si le pide explicaciones entonces se pone grosera, le dice que qué le importa y la amenaza con salirse de la casa y huir a donde nadie le pida cuentas de su vida; entonces la mamá llorando le pide perdón y ya solamente le suplica que se cuide y que llegue temprano antes de escucharla decir “pinche vieja histérica”.
Su hijo, todo un estuche de monerías, a sus quince años tiene tatuajes, se ha perforado los labios, las cejas y la lengua, toma cerveza como gente grande, no trabaja ni levanta siquiera la ropa que se quita todos los días, llega borracho y tal vez hasta drogado, insulta su madre e intenta golpearla, también amaga con irse de la casa materna y hasta le pide de mal modo una lana para comprar unas chelas.
Todo eso, insisto, la señora no lo entiende. No lo acepta porque ella siempre estuvo al pendiente de sus pequeños a quienes desde chicos les dio de todo y les permitió no hacer nada, ni siquiera a levantar el plato en el que comían. Si hasta dejó que su hija tuviera novio a los 12 años y que su niño a los 11 ya se echara una que otra copa con sus tíos y su padre.
Mirando al cielo y llorando pide explicaciones a su dios y le exige le diga por qué la castiga con este destino tan cruel si ella, cree, no hizo otra cosa que no haría cualquier madre por ver a sus hijos contentos y felices-
Llena de angustia se pregunta: ¡qué hice para merecer estos hijos ingratos…!
Muy buen artículo .creo que ay una linea muy delgada que se a perdido y es diferenciar la libertad y el libertinaje