Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
La “H” que antecede a la palabra Ayuntamiento quiere decir honorable. Y honorable quiere decir rendirle honor a la investidura, a la confianza de la sociedad, es honrar la palabra empeñada por la honradez, la dignidad, el respeto, la humildad y el compromiso. De esta forma, la administración municipal tiene la obligación ineludible e impostergable de conducirse con rectitud, decoro, verdad, servicio y respuesta. Darle una interpretación o acepción diferente será siempre un pretexto o un acto de ignorancia o un uso para beneficio personal.
Los nuevos presidentes municipales y el resto del ayuntamiento, entiéndase como regidores, síndicos y hasta el resto de los servidores públicos diseminados en direcciones y secretarías, al estar integrados en una nueva administración pública, tienen la obligación inobjetable de honrar el cargo, recatar la honorabilidad que representa cobrar un sueldo con recursos provenientes de los impuestos del pueblo, tratar al público con educación y actitud de servicio, alejarse de la tentación de la corrupción y dar resultados positivos sin pretextos ni alegatos.
Los 60 municipios del estado de Tlaxcala están urgidos de rescatar la honorabilidad del ayuntamiento. Los funcionarios de la administración que recién se fue, de casi cinco años, dejaron muy manchada la imagen del servidor público desde la presidencia, hasta el puesto de regidores y directores de área quienes en su mayoría vieron en el cargo la oportunidad de enriquecimiento vergonzoso e deshonesto para vergüenza y repudio social. La “H” de honorable les quedó grande, demasiado grande y jamás estuvieron a la altura del sagrado compromiso que adquirieron por medio del voto y la confianza de la mayoría.
El ser humano en general y el servidor público en particular tienen la responsabilidad, el deber, la oportunidad y el deber de rendir honor a la sagrada obligación de servir y de hacer honorable la tarea de administrar los recursos con honradez, eficiencia, eficacia, probidad, transparencia y respeto. No hacerlo le resta honor al empleado del pueblo y lo ubica en la deshonra, la sospecha, la condena, el señalamiento y el repudio generalizado. Así terminaron sus días algunos alcaldes que tuvieron que salir huyendo de forma cobarde como se escapan los delincuentes y los sucios de consciencia.
Los que se fueron en los últimos días de agosto, al igual que los que se fueron antes que estos, también juraron a mano alzada trabajar por el pueblo al que finalmente traicionaron, prometieron honradez y acabaron robándose hasta las escobas, juraron lealtad a los principios sagrados de la honestidad y acabaron mintiendo con el objetivo de llenarse los bolsillos de dinero. No todos, claro, solamente la inmensa mayoría, simplemente nueve de cada diez funcionarios resultaron la vergüenza social y el signo inequívoco de que estuvieron siempre primero sus intereses que el pueblo.
Ahora, nuevos presidentes municipales, regidores y síndicos juran honradez, prometen ser ejemplo de probidad, reiteran que serán diferentes a los pasados y futuros funcionarios y es su discurso un crisol de buenas intenciones y propuestas que aseguran modificar hasta el rumbo de la historia. Sin embargo, muy, pero muy pocas nuevas administraciones dan señales de cambio.
La inmensa mayoría inicia con el pie izquierdo por rodearse de los mismos y los mismos, no podrán jamás hacer el cambio. Ahí están aquellos señalados de corrupción, abuso de autoridad, ineficiencia, ignorancia prepotencia y arrogancia, enquistados en la nómina, ahí están quienes fueron antes de tres o cuatro partidos políticos y que ahora juran lealtad a los colores y siglas en poder, ahí están los que despotricaron en contra del candidato ganador y ahora presidente municipal.
Ahí están muchos de los regidores que nadarán de muertito por tres años, los que llegan para presionar al alcalde buscando beneficios particulares, los que no rendirán informes de labores quizá porque no van a hacer nada y los que no se van a presentar a trabajar y que acudirán puntuales en la quincena. Esos son los que manchan y le quitan el sentido y razón a la H que antecede a la pala Ayuntamiento.
Tanto presidentes municipales que van a desviar el camino a la mitad de la ruta y que en menos de tres años serán la vergüenza de su familia y su pueblo, como los regidores y síndicos cómplices que se dejan maicear con miserias, habrán de humillar y llenar de lodo esa “H” que dice mucho, que es mucho y que debería ser de honor, de dignidad y de lealtad y respeto. Ojalá haya más de un caso, al final de la administración, en que el ayuntamiento sea en verdad HONORABLE y tengan un lugar digno en la historia y un espacio en la puerta grande cuando finalice la gestión de tres años; aunque, a decir verdad, una que otra podrá decir con dignidad y orgullo: misión cumplida.