Política y tragedia

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

Ante la tragedia nacional causada por los terremotos, la clase política se refleja de cuerpo entero, se revela en su verdadero tamaño y precio, se muestra sin atavíos ante la sociedad y se exhibe en toda su miserable realidad.

La política en general y la inmensa mayoría de los políticos siempre han sido así: insensibles, ajenos a las circunstancias del pueblo, distantes del entorno de la comunidad, lejanos de los intereses de las mayorías. En realidad hace ya mucho tiempo que la política y los partidos políticos han dejado de representar los intereses de la sociedad y ante la muerte y destrucción que nos trajeron los temblores de tierra se acabó de romper el delgado hilo que los unía pues quedaron desnudos mostrando sus miserias y su arrogancia.

También desde hace ya mucho tiempo, un sector cada vez más grande y consciente de México, se ha dado cuenta de que en un país de castas la clase política, que es la misma que está en poder, es la que goza de toda clase de privilegios y que ese grupo, de muy baja calidad moral y carente de toda educación y autoridad, no tiene ningún interés por servir al pueblo del que se mantiene y nutre y agranda y que incluso se organiza para traicionarlo y despojarlo de su riqueza y dignidad.

Ante la tragedia pudo más la ambición que la solidaridad y la bondad. Rebasados y exhibidos en su estúpida realidad, con voz inaudible y rostros de desorientados, los líderes nacionales de los partidos políticos salieron a tratar de sorprendernos con un gesto de falsa solidaridad y como buscando convencernos de que son iguales al resto de los mortales, nos dijeron que habrían de renunciar a un miserable porcentaje de sus prerrogativas para donarlo a los damnificados. No nos hagan tanto favor; ese dinero no es suyo. Es el que el pueblo les da para que con el pretexto de la democracia se den lujos de virreyes y princesas.

Tanto ha perdido el rumbo la política y los políticos, que en su arrogancia y ceguera, creen que hasta la silla en la que se sientan es de su propiedad y se hacen que ignoran que es el pueblo el que se las compró para que sirvan y atiendan las necesidades de la colectividad. El servidor público, en su insolente actitud, se le ha olvidado que es empleado del pueblo, es quien se alquila para estar detrás de un escritorio atendiendo con educación, respeto, eficiencia y eficacia al patrón-pueblo; al burócrata se le ha olvidado que come y viste de la gente que le paga su salario.

Sin embargo es precisamente el pueblo el que soporta el despotismo del empleado de segundo y tercer nivel que trata con la punta del pie, es el que se dice recomendado del líder político y por lo tanto, es intocable, es el que aun sin cubrir el perfil está de director o secretario pero es el primo, hermano, amante o ahijado del compadre con mayor jerarquía y es el que tiene la posibilidad de violar la ley pisotear al de abajo. Es el que puede enriquecerse de manera ofensiva e ilegal.

La clase política mexicana como nunca antes, ante la tragedia nacional, se exhibe en toda su miseria y ambición. Hoy como nunca fue rebasada por el pueblo, hoy como nunca ha escuchado el grito de desprecio y hartazgo de la sociedad, hoy como nunca la gente ha entendido, aún los escépticos, que al pueblo sólo lo puede salvar al pueblo y que la sociedad puede vivir sin políticos, que puede salir adelante sin el desprecio y abandono de una clase política ya caduca, ya del pasado, ya corrompida y putrefacta.

A esta clase política, creo, habrán de alcanzarla de alguna manera las maldiciones de los hombres y mujeres en desgracia que lo han perdido todo y que se quedaron esperando las ayudas de millones de mexicanos solidarios y que la burocracia obstruyó, que las siglas y los colores partidistas etiquetaron, que la miserable imagen gubernamental se apropió para legitimarse y que incluso robó para su beneficio personal.

Patéticas y vergonzosas imágenes son aquellas de lidercillos y dirigentes políticos entregando despensas baratas a gente necesitada o aplastados en una silla frente a un centro de acopio, pero eso sí, con los mediocres y deslucidos colores y siglas de su partido. Si alguien ya los maldijo, ese alguien encuentra en este artículo el eco replicador.

Los terremotos han sacudido a México. Han traído destrucción y muerte, han dejado a mucha gente sin lo más indispensable, pero en honor a esa sangre derramada, a esos hermanos en desgracia, hagamos que la sacudida sea también de conciencias, que se cimbre la sociedad hasta sus cimientos, que despierte con sobresalto de su somnolencia y que grite su verdad ya no de terror sino de rechazo a la injusticia de la clase privilegiada en tierra de miseria.

Que los temblores nos conviertan de forma permanente en seres solidarios, que nos haga dolernos de la desgracia cercana, que nos unan como mexicanos en un solo color de piel y en una sola plegaria. Que las muertes no caigan en el olvido y que en su honor y para su gloria se nos despierte el ingenio que nos lleve a ser buenos vecinos, conscientes, dueños de la razón y la verdad y con la fuerza necesaria para luchar por la dignidad nacional.

Pero sobre todo, espero, que los movimientos de tierra nos sacudan de ciertas lacras que son la vergüenza de esta dolida nación… eso espero…

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