Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
La propuesta de posponer al menos por tres meses las elecciones de este año poco a poco va pareciendo menos absurda. En estos momentos quien manda en la economía, la política, la sociedad y la vida y la muerte es el coronavirus y, nos guste o no, su presencia e intensidad determinarán tiempos y formas en las campañas electorales y desarrollo del proceso electoral.
La emergencia sanitaria ya ha modificado la forma de hacer política y en estos momentos, los aspirantes, suspirantes, propuestos y posibles sufren porque carecen de una estrategia de comunicación sin público y de un lenguaje a distancia o sin oídos. Los personajes que n0 sean conocidos físicamente por la gente no tienen la mínima posibilidad de encontrar eco a su propuesta ni respuesta a sus propuestas.
El desarrollo de las campañas electorales es un asunto demasiado complejo. Simplemente nos enfrentamos a un escenario inédito en el cual sobran las preguntas y las limitaciones y faltan opciones y alternativas. No habrá los tumultuosos registros de candidatos ante la autoridad electoral en las que se mostraba músculo, ni los concurridos arranques de campaña, ni los cierres distritales, municipales, regionales y estatales. Ni siquiera se piensa en las visitas domiciliarias con la presencia del barrio, del vecindario y las familias.
De nada o de poco van a servir las bardas pintarrajeadas, ni los pendones o carteles en forma de tendederos horribles y contaminantes. Tampoco habrá regalos como las ridículas y ofensivas cubetitas de cinco pesos, las gorras, los tortilleros o camisetas que sólo se p0ndrá la gente hasta que pasen las campañas. De lo que tal vez no vayamos a salvarnos será de las escandalosas y odiosas camionetas de perifoneo con alto volumen difundiendo la milagrosa propuesta legislativa o de gobierno.
Por lo que respecta al proceso electoral, este ejercicio democrático igualmente enfrenta una complejidad jamás imaginada ni deseada. Si ya la guerra sucia, el acarreo, la compra de votos y la violencia que se da de forma normal en algunos lugares hacía difícil la votación, ahora el abstencionismo será el personaje central. La instalación de las casillas, la presencia de sus funcionarios y de representantes partidistas y toda esa logística se antoja poco menos de imposible ante el riesgo de contagio. Muchos de esos actores tal vez y por desgracia, no lleguen a esa fecha; la muerte es ahora más que nunca una realidad y una cercana posibilidad.
Así es que esa propuesta en un principio imposible y ridícula, de posponer las elecciones de este año por al menos 90 días no está del todo ilógica. Y conforme pasen los días y si acaso las condiciones sanitarias a nivel mundial no mejoren, como por desgracia es el escenario más probable, incluso habrá una sugerencia de trasladar ese proceso al año próximo. Claro que esta idea está totalmente fuera de lógica. Al menos por este momento.
Y es que aunque duela reconocerlo y aceptarlo, la pandemia va para largo. Las sociedades del mundo expresan un abierto rechazo a las disposiciones y ordenamientos gubernamentales e institucionales y en rebeldía se arrojan al suicidio individual y colectivo. Los contagios van en aumento y los fallecimientos colapsan funerarias y panteones. Ante un escenario así no hay garantía de nada, no hay posibilidades de algo concreto y positivo. Es más fácil prever las peores condiciones y las más adversas situaciones que adelantar el fin de este flagelo.
En estas circunstancias la política debe, tiene que pasar a segundo orden de importancia. Las autoridades electorales deben frenar e impedir el abierto proselitismo de estos días, debe prohibir toda forma de comunicación y contacto personal de ansiosos aspirantes y las personas y debe ir planeando la forma de posponer las elecciones u organizarlas de tal forma que el día de las votaciones haya garantía de acudir a las urnas sin el menor riesgo de contagio.
Por desgracia son más los que desoyen y rechazan el confinamiento y demás protocolos sanitarios, que aquellos que entienden que la muerte acecha allá afuera, que muchos que negaron la existencia del virus y del riesgo ya no están entre nosotros. En ese sentido y por mala fortuna, muchos ya no van a ir a votar y otros tantos, ya no podrán ser electos a nada. La pandemia va a ganar, está ganando y ella no va a conocer de abstencionismo ni de vedas o tiempos electorales.
Pero a pesar de que el mal y la cura están en nuestras manos, pocos haremos lo que nos corresponde para frenar los contagios. Y la política está haciendo mucho menos.