Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Se supone que la política es lo contrario a la violencia; hay quienes entienden a la política como un arte, una ciencia, la vía inteligente y civilizada para dirimir diferencias y la forma inevitable para alcanzar el diálogo, los acuerdos, las negociaciones y la paz. Como discurso o como ideal es hermoso todo esto, como realidad es una utopía, una ilusión o un deseo siempre esperado e incumplido, un pendiente…
La política es la puerta para la participación pacífica de mujeres y hombres que quieran servir a su pueblo, tomando como vía la democracia, la selección de candidatos y la elección de estos mediante el voto de una sociedad informada, consciente y dispuesta a sumar ideas y esfuerzos para un bien común: el desarrollo de la comunidad o la creación de leyes de beneficio colectivo.
Los candidatos, se supone, deben ofrecer un proyecto de gobierno viable, creíble, posible e incluyente, elaborado con en base en el conocimiento que tienen de la problemática social. Toda propuesta debe tener inevitablemente la forma de hacer realidad el ofrecimiento, cumplir las promesas de campaña y cristalizar los sueños, ilusiones y anhelos de los votantes. No sólo se trata del qué, sino del cómo, con cuánto, para qué y para quiénes.
Para ello, los políticos metidos en principio a candidatos y luego a gobernantes, debieran primero escuchar. Y luego, ya en el poder, obedecer. Los aspirantes deben mostrar, de manera ineludible, humildad, respeto, voluntad, disponibilidad, carácter y sentido común, además de experiencia y trayectoria. De no ser así, entonces estaremos ante sujetos ambiciosos, corruptos, improvisados, incompetentes e ineptos. Serán inútiles con suerte, o con influencias, o con dinero.
Si la política, siendo el medio para llegar al poder, es un arte, gobernar debiera ser un honor, una dicha, una responsabilidad y la oportunidad de dejar huella, recuerdos de gratitud y bendiciones de los gobernados. Los candidatos, en un mundo ideal o de fantasía, debieran crear revoluciones de conciencia y de participación e integración en el proyecto. El plan de trabajo de tres o seis años jamás debería concebirse sin el pueblo.
En el mundo real, los aspirantes traen una varita mágica con la que, dicen, van a solucionar todos, absolutamente todos los problemas presentes y futuros. Van a poner fin a la violencia y la corrupción, van a dejar de comer y de dormir por servir, se seguirán llamando pancho y pepe y volverán a cada casa que visitaron para pedir el voto. Pero, sobre todo, cumplirán con su promesa. O tal vez no, pero no será necesario: el pueblo es el caballero que no tiene memoria.
A pesar de sus buenas intenciones, los candidatos ahora y después ganadores en las urnas, llegarán a su encargo administrativo cargados de compromisos. Tuvieron que prometer mucho, o todo de quién sabe qué. Y no van a cumplir, aunque quieran; no ganaron por guapos o porque la gente les creyó, tuvieron que gastar y de acuerdo a lo que gastaron, van a transar. Para aquellos la política y el gobierno es negocio: político pobre, pobre político.
Así es que veremos en los próximos gobernantes municipales, por desgracia en la mayoría, si es que no en todos, falta de resultados. Y no será por falta de ganas, sino porque ocuparán las direcciones y secretarías personajes sin experiencia, sin perfil y sin vergüenza. Los compromisos se cumplen y ni modo, hay que colocar a los ahijados, a los recomendados, a los influyentes y a los familiares, aunque en ello se vaya la dignidad, el honor y la promesa.
La política, arte, profesión, opción o destino, malos mexicanos la han devaluado y degradado, la ambición y codicia la han manchado y envilecido, le han cambiado el origen y objetivo; personajes perversos se han adueñado de ideologías y filosofías, se han apoderado de colores y siglas, se han eternizado en el cargo y se han aprovechado de presupuestos y oportunidades y por ello se niegan a dejar el lugar en que los puso el pueblo. La reelección es una muestra de la corrupción en la política. En este intento de eternizarse en el poder se resume toda aberración de esto que debiera, que pudo ser una forma inteligente y civilizada de convivencia social.
En este proceso electoral 2024, como nunca antes, veremos el abuso de la tecnología para difamar y dañar la imagen de los candidatos de todos los partidos: la guerra absurda. La tecnología va a estar al servicio de quien mayor imaginación tenga para afectar al oponente y como nunca antes, la imagen de la mujer política va a ser a envilecida con calumnias; todo por ganar, y ganar a cualquier precio.
La política ha perdido honor y dignidad y no se escucha o se percibe el intento de las figuras públicas dentro de este arte o negocio con intenciones de regresarle la honorabilidad y dignidad que tenía, que debería tener siempre, que debe ser su origen y destino.
Sólo la sociedad organizada, el pueblo consciente, culto y leído, alejado de fanatismos, únicamente el elector comprometido puede regresarle el sentido a la democracia y a los procesos electorales. Sólo la sociedad informada dejará de darle la oportunidad a candidatos sin convicciones, impedirá la reelección de funcionarios incompetentes y elegirá a las mejores mujeres y hombres. La política debe dejar de ser negocio y espacio para corruptos, debe estar al servicio del pueblo y debe volver a ser honorable.