Política migratoria y respeto

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

 

Mi casa tiene las puertas abiertas de par en par, siempre. Cualquiera puede venir a visitarme, a saludarme, a platicar conmigo o a proponerme negocios. También pueden quedarse a dormir una o dos noches. Les convido de mi cena o desayuno, humildes alimentos pero dados siempre de corazón. Si quien me visita requiere de mi ayuda económica, tal vez les comparta el 50 por ciento de los diez pesos que hay en mi ahorro y hasta estoy dispuesto a desprenderme de una o dos piezas de mi ropa no nueva, pero sí en buen estado.

Mi casa y como las de casi todos mis vecinos, están todo el tiempo abiertas a quien lo necesite, ya sea como un acto de solidaridad o como un gesto de bondad, de buena voluntad y como una obligación social y moral, como un compromiso colectivo o personal, como respuesta a una religión o como resultado de la educación ancestral. Ayudar es derecho y compromiso de la gente humilde y una obligación social. Así es ahora, así ha sido antes y así será, creo, por mucho tiempo más.

La gente siempre dispuesta a ayudar es gente noble, respetuosa y respetable, educada, acomedida, todo el tiempo con una palabra de aliento cuando al encuentro antecede la tragedia, el dolor inmediato, el duelo o la enfermedad. La ayuda es mayor cuando la cura o el consuelo o la mitigación de la necesidad son a largo plazo. La gente es capaz de quitarse el pan de la boca por ayudar al prójimo, por disminuir aunque sea un poco la congoja ajena.

Como mi casa, hay muchas en Tlaxcala y en México, abiertas de par en par, dispuestas a ser refugio inmediato y cálido, solidario y receptivo. Somos, por costumbre y tradición, por política y religión, por formación o por educación, gente que da la bienvenida al paisano, al vecino o al de tránsito, incluso a quien antes nos ofendió o nos debe; en momentos de necesidad urgente o de tragedia se olvidan los agravios reales o supuestos y se ayuda, se sirve, se atiende… se es humano.

Pero en mi pueblo, en Tlaxcala y en México, no se aceptan personas ingratas, no se recibe a gente mal agradecida y mucho menos a quien abusando de su situación de real o presunta vulnerabilidad exige de más y ofende la sencillez del hogar. El anfitrión se siente agraviado si el visitante fugaz o permanente daña o destruye la casa que lo recibe y no aceptará condiciones ni libre tránsito ni uso o abuso de los objetos a bienes. La aceptación o el ofrecimiento de ayuda sugieren que el visitante se somete a las reglas del dueño de la casa y que cuando menos, agradecerá la atención, respetará a los habitantes y dispondrá de tiempo para ser recíproco.

Cuando el anfitrión observa intentos por imponer condiciones por parte del huésped, cuando busca agredir y exigir, cuando expone actitudes negativas para las costumbres, creencias y normas del hogar que lo recibe, cuando incluso considera que el apoyo que recibe es indigno de su persona y rechaza el alimento que le ofrecen como ayuda, entonces el visitante no es bienvenido, no es grata su presencia, no debe permanecer siquiera cerca y se le debe pedir que se vaya, que no regrese, se le debe dejar en claro que no merece las atenciones no los nobles sentimientos de quien sin condiciones lo recibió en esa morada.

Así, en el caso de nuestros hermanos de Centro y Sudamérica que llegan a México en ruta hacia Estados Unidos, saben y deben tener toda la certeza, de que nuestro país los recibe con los brazos abiertos, con las puertas de par en par, conscientes de sus necesidades y su condición de migrantes, que estamos dispuestos a quitarnos el pan de la boca y a desprendernos de la camisa por ayudarlos, por mitigar un poco su pena, por hacerles menos pesado su andar y a darles de nuestra comida y de nuestra agua que es muy humilde, mus sencilla pero rica, nutritiva y refrescante; hermanos de paso, tenemos para ustedes la palabra que consuela y que motiva, que alienta y orienta. Somos solidarios y estamos atentos a servirles. No lo duden.

Pero para estar en esta nuestra patria deben mostrar el mejor comportamiento y el más elemental respeto a nuestras leyes, cultura, costumbres y formas de vida. Lamentamos que en sus países de origen su situación económica y social no sea la mejor y que junto con las condiciones en las que vivían los hayan obligado a huir hacia el norte. Su camino es extremadamente difícil y peligroso, se ven expuestos a todo, incluso a morir y eso, lo sentimos profundamente, nosotros sabemos de ese dolor que también sufren nuestros paisanos que van al otro lado en persecución del sueño americano.

Pero si no respetan a nuestras autoridades, si agravian nuestras leyes, si rechazan nuestra comida y nuestra ayuda, si creen que merecen más de lo que humildemente les dan los mexicanos, si ofenden y golpean a quien los recibe con las políticas y normas que nosotros sí obedecemos, si pretenden hacer en esta tierra lo que les venga en gana y aborrecen la educación, las buenas formas, el respeto y la voluntad de portarse bien, entonces, entonces no pueden ser bienvenidos.

México es un país de migrantes, que recibe y envía gente del y al exterior; somos una cultura solidaria, nos place y nos nace ayudar pero, no aceptamos la ingratitud ni la presión, no está en nuestro idioma. Así somos los mexicanos.

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