Política ignominiosa

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

Cualquier resultado en las urnas, obligatoriamente tuvo su génesis en la basura, en los métodos más retrógradas y viles en los que se pueda desarrollar alguna actividad humana como lo es la política. Al menos en Tlaxcala.

La forma no debiera ser fondo. El orden los factores sí debiera alterar el producto y las acciones negativas y las omisiones deberían traer mayores consecuencias. Ninguna cultura, ninguna civilización, sociedad o pueblo merece la política y los políticos que este 5 de junio protagonizaron una de las escenas más ignominiosas en la historia de la democracia en México.

Si bien las leyes electorales mexicanas dictan que gana una elección quien obtenga el mayor número de votos, este triunfo habría de anularse cuando los métodos y las formas por las que se consiguen sean sospechosas o ilegales, pues baste con tener un árbitro electoral incompetente o de plano cómplice o afín al poder en turno para proclamar ganador a quien incluso por medio de la violencia y la intimidación haya conseguido mayor cantidad de sufragios.

En procesos electorales como los vividos este 2016 Tlaxcala pierde… todos perdemos. Pierde la democracia, la civilidad, la credibilidad, la confianza y el interés de la sociedad por participar en este modelo de elección de gobernantes. Todos perdemos por culpa de todos los partidos políticos y la mayoría de los candidatos que buscan y logran el poder al costo que sea, pasando por encima de quien sea y comprando conciencias y voluntades.

Quien haya obtenido la mayoría de votos y con ello el triunfo electoral, no habría de sentirse orgulloso ni ganador sino, por el contrario, llevará en la frente la marca infamante de una victoria lograda mediante los más bajos métodos y obtenida a base de mentiras, y no habrá de ser ese triunfo legítimo en la medida en que fue avalada y legalizada por una autoridad electoral igual de imperfecta y abiertamente cómplice, incompetente e inmoral.

Tlaxcala en su conjunto, o al menos los ciudadanos conscientes, informados y medianamente conocedores y anhelantes de la democracia, sienten que el nivel de la política y la calidad de los políticos contendientes no es lo que nos merecemos, que el costo y el precio de las instituciones no se justifica en los resultados, que los actuales gobiernos en el nivel estatal, municipal y en el congreso del estado no cumplieron las expectativas que ellos mismos nos plantearon y sentimos que merecemos mayor calidad, dignidad, honorabilidad, respeto y profesionalismo lo mismo en la autoridad que en los contendientes e institutos políticos.

Como quiera que sea, los números marcan ganadores en la contienda electoral aunque en realidad unos cuantos hayan obtenido un cargo de elección popular por medio del sufragio, el pueblo ha resultado afectado tomando en cuenta que los que salieron victoriosos no necesariamente son los mejores y que no necesariamente han ganado de manera honesta, con métodos limpios, mediante el convencimiento en su propuesta y no por la coerción o la presión o la compra de voto a precio de despensa o cien pesos.

El pueblo que elige a sus dictadores no puede decirse víctima sino cómplice; así, el pueblo que elige a quien no sabrá gobernarlos o a quien habrá de aprovecharse de la confianza y de los recursos públicos no es mártir sino culpable de su propio destino. Por ello es que no vale ahora culpar a nadie de los gobiernos que tenemos si nosotros mismos los elegimos y con el pecado llega la penitencia.

Y el pueblo no debe decirse inocente y tampoco puede alegar que no tuvo opciones, que siempre son los mismos traducidos en PAN, PRI y PRD si ahora, por vez primera, el elector tuvo ante sí la novedad de los candidatos independientes pero al no saber qué es eso ni en qué se come, desaprovechó la oportunidad de utilizar a su beneficio esa alternativa y aceptando dádivas y miserias optó por ignorar las opciones. El tiempo habrá de traer las consecuencias.

En tanto, se cierne y enseñorea la sombra ignominiosa de un remedo de política y democracia, la sospecha del fraude, el fantasma de la violencia y del conformismo y una especie de conformismo cómplice.

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