Policía municipal en tiempos de crisis 

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

 

 

Justo cuando a nivel estatal, nacional e internacional el actuar de algunas instituciones policiacas está en el ojo del huracán, cuando la imagen de ciertos uniformados está en su peor crisis y en el momento en que los mandos y los protocolos de actuación reciben la total desaprobación de la sociedad, a la muy cuestionada corporación municipal de Zacatelco se le ocurre utilizar el uso desmedido de la fuerza y el abuso de autoridad en contra de un ciudadano que pudo ser albañil o periodista, profesionista o analfabeta, rico o pobre pero que siempre debió merecer el respeto de la policía.

Tal acción de violencia e intolerancia exhibe de forma contundente la ignorancia, la prepotencia y brutalidad de quienes se supone que están pagados para proteger y defender a los ciudadanos, para representar la confianza y respeto de la gente y para servir a una sociedad en la casi total indefensión al estar expuesta a la delincuencia común y a la que representa la mafia nacional; desde hace algún tiempo y ahora, el ciudadano debe cuidarse también de la policía.

Tanto los mandos como la tropa, por desgracia en muchas de las direcciones de policía y tránsito municipal de Tlaxcala y el país, no han entendido su función y misión. Han tomado el uniforme y el cargo como la oportunidad para enriquecerse y reprimir a la comunidad; se han vuelto sus verdugos. Los directivos explotan a los uniformados y estos extorsionan al pueblo; el resultado es una imagen de vergüenza y de indignidad en esas áreas.

En donde no se ha entendido la misión y objetivo de esas instituciones, que debieran ser todas dignas y honorables, el presidente municipal dispone de patrullas y oficiales para el cuidado de su domicilio o negocios, para hacer compras y para el traslado de sus familiares, los mandos creen que son suyos el edificio, las computadoras y hasta la silla en que se sientan y la tropa cree que tiene la obligación y el derecho de corromperse para cumplir con sus jefes y para completar sus ingresos.

 

En Tlaxcala la sociedad identifica claramente los municipios en donde la policía excede sus funciones al extorsionar e intimidar a la sociedad. Los automovilistas saben sin temor a equivocarse en dónde existen muchas probabilidades de ser detenido por cualquier pretexto y conoce perfectamente la forma de salir del embrollo: la mordida. Es el lenguaje de entendimiento mutuo y la fórmula mágica. El comerciante sabe en qué ciudad vender se convierte en delito y su actividad de supervivencia, en delincuencia. Lo aberrante, lo absurdo y estúpido, juntos.

Hay algunos municipios de esta entidad en donde los motivos o excusas para una revuelta social están dados. La arrogancia de los uniformados, su excesiva violencia verbal, el abuso de la fuerza con que actúan y su proceder fuera de la ley son el combustible dispuesto en una sociedad que harta de la prepotencia, sólo espera el momento para lanzar el cerillo y crear la conflagración. La gente va a actuar como forma de autodefensa. La línea que separa la razón de la respuesta es muy imperceptible.

Lo que ocurre en algunas instituciones que deben representar el orden, el respeto, la confianza, la seguridad y el servicio es grave. El uniforme debe representar orgullo a quien lo porta y no debe ser garantía de corrupción ni violencia. La presencia del oficial en la calle, a pie o en patrulla, debe ser motivo de reconocimiento y confianza y no de temor ni vergüenza. Las corporaciones deben, tienen que ser sinónimo de protección y servicio. Si no es así, debe haber un cambio que reoriente sus funciones.

La violencia irracional con la que en Tlaxcala actuaron los uniformados en contra de ciudadanos indefensos que sólo estaban trabajando, el desprecio a los derechos con los que actuaron en contra de comerciantes ambulantes que únicamente se estaban ganando el pan de cada día, contra de vecinos que sólo estaban transitando por las calles o incluso que estaban ingiriendo una cerveza sin estar causando problemas, habla de un enorme distanciamiento entre el pueblo y su policía y exhibe la falta de trabajo de los regidores, de los presidentes municipales y de los diputados locales.

En algunas direcciones de policía y tránsito de Tlaxcala se están haciendo enormes esfuerzos por poner a las instituciones al servicio del pueblo. Han creado la figura de “Proximidad Social” misma que acerca la información y los derechos de la gente a la misma sociedad y la hace parte y motivo de su actuar y razón de ser como institución policiaca. Pero basta con hechos como el ocurrido en Zacatelco, o en Apizaco o donde usted me diga para devolver las buenas intenciones con desconfianza y animadversión hacia esas corporaciones y hacia los uniformados.

El uso de la fuerza por parte de los policías no debiera ser siquiera una opción. El uso del dialogo, el convencimiento y hasta la retirada podrían ser una forma de mantener la paz y evitar confrontaciones, agresiones, lesiones, detenciones, muertes y hasta revueltas sociales; hace más falta el uso del sentido común y justicia y menos ley; hace falta más comunicación entre pueblo y gobierno; hace más falta consciencia y menos arrogancia.

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