(Foto ilustrativa)
I. Carolina Campos
Gaudencio nombre ficticio de nuestro entrevistado porque nos pide omitir su nombre real, un hombre de 35 años de edad con dos hijos, una niña y un niño, comparte con nuestros lectores de Ojo Águila su historia, una historia, que le ha dado el dolor de haber perdido a su esposa en el parto al dar a luz a su tercer hijo. Para nuestro entrevistado, el Día del Padre no es más que una fecha como cualquier otra, no tiene nada de especial, al menos para él.
Originario del estado de Puebla y radicando desde muy joven en Tlaxcala, Gaudencio recuerda la fecha de su boda, un 27 de abril en su natal Amozoc, Puebla, dio la noticia a sus padres de que había conocido a una mujer buena en Tlaxcala, él de oficio comerciante conoció a Margarita una joven que igual que él vendía ropa en las plazas, se enamoraron y decidieron darlo a conocer cada uno a su familia, procedieron con los tramites propios de su boda respetando las costumbres de cada región.
Cubierto con suéter café, pantalón gris y un poco desaliñado, Gaudencio con lágrimas en los ojos recuerda su realidad, pero se le ilumina el rostro al recordar el día en que contrajo nupcias con su amada Margarita, entonces tenía 25 años y ella 23.
“Al año de que los dos presentamos a nuestros padres nos casamos, fue un casamiento muy bonito, con flores, inciencio, música, mole de guajolote y bebida para los invitados, bien recuerdo, que en ese entonces no se acostumbraba eso de irse de viaje de luna de miel, y además, aunque nosotros hubiéramos planeado, no lo íbamos a hacer, de donde, si ya con el gasto de la boda se nos fue todo lo de los puercos que vendimos para completar el gasto…”
“…Teníamos nuestra felicidad en puerta. Yo me había prometido y le había jurado a ella que la haría feliz para toda la vida, estaba dispuesto, y así se lo prometí a mi Dios en el altar, que haría todo lo posible para que nada le faltara a mi esposa y a los hijos que me diera. Hicimos nuestra casita aquí en Tlaxcala porque a ella le dieron un terrenito, y yo pos, no tenía nada, aunque sus hermanos me tacharon de arrimado y de nuero, no les hicimos caso y construimos nuestra casa, todo iba bien, así parecía, éramos felices, ya teníamos dos chamacos, la parejita…”
“…Pero la vida nos tenía preparado otra cosa, una desgracia, mis hijos y yo nos quedaríamos solos. Una mañana de junio mi esposa me despertó temblorosa tenia los dolores de parto, se acercaba el momento de tener a nuestro tercer hijo entre nosotros, agarre una cobija se la puse encima y corrí a buscar un coche pero no lo encontré, eran las cinco de la mañana, mi esposa cada vez se quejaba más y nos fuimos caminando hasta la casa de un compadre, no teníamos teléfono ni forma de comunicarnos para llamar una ambulancia, mi compadre de inmediato nos llevó en su carro al hospital general, nació mi niño, pero ya fue muy tarde, los dos murieron…”
Cabizbajo, tapándose con las manos el rostro, llora, llora al revivir el momento, al tiempo que sube a su menor hija a su piernas y la sienta, abrazándola y apretándola hacia su pecho le pide perdón, ya un poco calmado, le preguntamos, porqué pedir perdón, de qué, dice que el pedirle perdón a sus hijos es porque siente que aunque hace todo lo posible por desempeñar los dos papeles de padre y madre no puede, según él, no lo logra.
“Yo soy albañil, mi trabajo es pesado, rudo, trabajo duro para darle todo lo necesario a mis hijos, sé que nos les ha faltado de comer y de vestir, pero a los tres nos hace falta su madre. Mé siento solo, muy solo, no he podido superar esa desgracia de hace cinco años y no sé si lo logre, no creo…”
“…Mis hijos van a la primaria, mi suegra a veces nos trae de comer o nos lava algo de ropa, pero la mayoría de las cosas las hago yo, se me complica con el trabajo cuando tengo que ir a trabajar y debo ir a las juntas de la escuela, lavar la ropa, hacer de comer, asear la casa, porque aunque no lo crea, Yo hago la comida, eso sí, mis hijos de que llegan de la escuela encuentran comida y luego mi hijo el mayorcito según me va ayudar a la chamba, mientras mi niña se queda haciendo la tarea o lo que pueda hacer en la casa, pero no es igual que este en casa una mujer, hace más falta que un hombre, es más difícil para mí ser padre y madre, Yo veo que muchas mujeres salen solas adelante y parece que no les pesa nada, a mí, a mí me cuesta mucho, a la mejor porque no acabo de aceptar que mi MARGARITA SE FUE, Y SE FUE PARA SIEMPRE”, concluye Gaudencio narrando parte de su historia y sufrimiento.