Palabra de honor

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista 

 

Hace muchos años, cuando nuestros abuelos no sabían escribir, sustituían la firma de documentos para obligarse a cumplir un pacto con la palabra que dejaban en prenda y compromiso y esta tenía el mismo o superior valor que el honor y la dignidad humana. 

La experiencia nos ha dejado en claro que quien desea pagar, quien quiera cumplir una responsabilidad, quien tenga como propósito dejar a salvo su nombre, simplemente cumplirá su promesa y hará honor a la palabra empeñada, sin necesidad de documentos, autoridades ni leyes, sin que se le deba estar recordando ni presionando y, por el contrario, aquella persona deshonesta, corrupta, desleal y fraudulenta, aun con todos los documentos firmados y cúmulos de contratos o pagarés, no hará valer ni la ley ni la palabra. 

Hace muchos años la palabra tenía valor y valía, tenía como origen y destino el sentido de la decencia, era garante de dignidad y honor, tenía mucho significado para quien la recibía como garantía y para quien la dejaba como promesa y juramento; era la “palabra de honor” entre las mujeres y “la palabra de hombre” entre los varones pero que de todas formas era la seguridad en ambos sentidos de que lo dicho habría de cumplirse. Y se cumplía. 

La palabra entonces no era sólo el método de convencimiento, no era sólo una forma de comunicación entre emisor y receptor, no era sólo el argumento para lograr algo… había algo de sagrado en una promesa, y el cumplimiento de esta dejaba a todos satisfechos, mantenía la gobernabilidad, la armonía y la paz entre particulares y grupo. 

En cambio, aquel que no cumplía su palabra, el que tras la promesa rechazaba haberla ofrecido en prenda, el que se aprovechaba de ella para lograr algún beneficio, quien carecía de honor, dignidad y vergüenza al utilizar la sagrada palabra y después rechazaba su promesa, era señalado y marcado por la sociedad y a partir de su treta era indigno de confianza y desde luego, quedaba impedido para recibir favores, préstamos y a veces hasta el saludo o la amistad de las personas. 

Quien no hacía valer el honor de su palabra y la manchaba con una mentira o el incumplimiento de un pacto ya no era fácilmente aceptado en su entorno, se le vigilaba o se le mal recomendaba con los demás y dentro del núcleo social, era poco recomendable o aceptado en responsabilidades que tuvieran que ver con el manejo de dinero público o con la custodia de equipo o materiales de propiedad comunal. 

Actualmente la palabra empeñada no sirve para maldita sea la cosa… la mayoría de los políticos desconocen de la dignidad y el honor, burlan la ley y la propuesta y el juramento aunque lo hayan firmado como compromiso de campaña ante notario público u ofrezcan bajo juramento ante Dios gobernar en una urna de cristal y no robar: la palabra ya no tiene el mismo sentido ni el mismo valor ni respeto. 

Los políticos quieren ganar al precio que sea, tienen que ganar por cualquier forma, deben ganar pues es una inversión el dinero usado en la promesa de campaña; ya luego se recuperará con los diezmos, con los negocios bajo el agua, con los moches, con las transferencias irregulares y el desvío de dinero de un programa a otro… la palabra sirve para engañar, desorientar, ofender y defenderse, para justificarse, para negar lo dicho o para seguir lucrando con la ignorancia o la necesidad de los demás. 

La palabra ha dejado de tener sentido pues la gente ha dejado de luchar por sus derechos y porque además, carece de memoria a largo plazo y olvida las promesas incumplidas. El político deshonesto y corrupto sabe que el pueblo olvida pronto el compromiso y juramento pues muy pronto olvida la oferta de campaña y en poco tiempo ignora su plan de gobierno y hasta volverá a votar y a encumbrar a su victimario. La palabra ha muerto en sus dos sentidos, de ida y vuelta.

A medio año de las actuales administraciones gubernamentales es necesario hacer una pausa para buscar y encontrar el honor de la palabra y la dignidad de quien la ofreció y dejó en prenda. Vamos a encontrarnos con muchas decepciones, vamos a avergonzarnos de tantos que no la dignifican y vamos a encontrarnos en resumen con que la palabra, la palabra ya no vale nada.

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