Mujer, respeto y honor 

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

La violencia hacia la mujer no se va a detener desde las buenas intenciones del gobierno, ni con movilizaciones, marchas y plantones, mucho menos con agresiones de supuestas defensoras de los derechos de la mujer a la infraestructura pública. La violencia de género puede disminuir de forma considerable y eventualmente hasta desaparecer, solamente, con educación y respeto, individuales y colectivos.

A la sociedad le hacen falta valores, principios, dignidad, educación, tolerancia, empatía, voluntad, igualdad… elementos que precisamente no tiene. A la sociedad le falta amor, amor por sí misma, por los demás, por los otros, pero principalmente, por la vida, elementos estos, de los que igualmente carece, o tiene, pero poco, o que ignora, olvida y evade.

La culpa de la violencia hacia la mujer es de todos, absolutamente todos, de ellas y ellos, de los que la ejercen y de los que la permiten, de los que la callan y de los que ocultan, de los que cierran los ojos y de los que la permiten. La violencia hacia el sector femenino se esconde o se justifica por cuestiones hereditarias, por cultura, por demostrar superioridad física o económica… por cobardía. La violencia se explica pero no se justifica nunca, con ningún pretexto argumento.

La mujer, insisto, se encuentra en estos momentos, en todo el territorio nacional, prácticamente en etapa de exterminio. Se encuentra indefensa, permanentemente vulnerable, separada de la justicia, expuesta a otra forma de violencia: la institucional, a la que la exponen las instituciones de gobierno destinadas y creadas supuestamente a protegerla. La mujer es estadística, justificación de presupuestos, empleos burocráticos, estudios, análisis y muchas cosas más, todo, menos derechos a vivir, a la paz, a la familia, a su libertad y crecimiento.

La mujer es objeto de compra y venta, de uso y abuso, de empleos mal pagados, de explotación laboral, de acoso en todas sus formas, de humillaciones, de golpes, mutilaciones y lo peor, parece estar destinada a la muerte violenta. Los feminicidios son cometidos cada vez con mayor saña, con todo el odio y desprecio hacia su ser, con deseos de desaparecer su imagen y condición y grandeza. Y de todo este infierno no es culpable solamente el régimen en turno, la responsabilidad de esas condiciones trágicas no es en la mayor parte del poder, sino de su entorno: del esposo, de los padres, de la delincuencia organizada, de la pareja, de todos aquellos que influyen en su existencia.

La violencia hacia la mujer no se va a detener ni a disminuir con celebraciones o fechas conmemorativas, no se va a frenar con marchas de feministas agresivas pagadas para destruir, no va a desaparecer con presupuestos ni con la creación de instituciones inútiles, la violencia hacia la mujer no depende de planes o proyectos, sino de educación y respeto cualquier acepción que se le dé a estos principios. Se trata de prevenir, no de corregir. Se trata de que no ocurra. Se trata de que no haya ni una sola mujer muerta o agredida. De eso se trata.

Y para lograrlo se debe pugnar por inducirnos cono cultura, raza y civilización al respeto a la vida, por obligarnos moralmente a entender y aceptar el valor supremo de la mujer como dadora y continuadora de la vida, por tener como cierto que la mujer es igual en todos los sentidos socialmente aceptables, que es el puntal que sostiene la casa, la que da sentido y fortaleza a la sociedad, la que significa los más elevados sentimientos y virtudes. La mujer es la razón de todo y es necesaria e indispensable para todo.

Si los seres humanos entendiéramos la importancia vital de su existencia, si fuéramos lo suficientemente humildes para entender su grandeza, no sólo valoraríamos su presencia en el universo, sino que cada uno nos convertiríamos en su defensor y promotores de su respeto y crecimiento. No, no hacen falta conmemoraciones, no necesitamos marchas ni fechas especiales, necesitamos vergüenza, honor, voluntad, educación, dignidad para glorificar y amar a la mujer.

La protección a la mujer, la preservación de su vida, el respeto a sus derechos, la valoración de su dignidad e integridad, no depende de las buenas intenciones del gobierno y mucho menos de las instituciones que supuestamente las protegen y que muchas veces se convierten en su segundo verdugo, sino en la actitud y accionar de todos y cada uno de nosotros, en lo individual y colectivo.

La mujer no quiere fechas conmemorativas, ni homenajes ni reconocimientos, sólo pide, exige, ruega y merece respeto. Acaso ni eso somos capaces de dar.

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