Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
El ocho de marzo debe ser un día dedicado a la reflexión, a la condena, a la exigencia y al compromiso. Mal por quienes toman esta fecha como pretexto para generar más violencia, para distraer la atención, para sacar provecho político y para justificar con declaraciones absurdas su incompetencia. Las mujeres no son cifras, ni estadísticas ni pretextos para dilapidar jugosos presupuestos o para ampliar la burocracia que nada hace o que lo poco que hace, lo hace mal.
La mujer, lo he dicho en diversos foros, prácticamente se encuentra en situación de exterminio y su vulnerabilidad y riesgo permanente la pone en constante peligro. La mujer en estos tiempos y en todo el país y el mundo se ha vuelto mercancía u objeto carente de derechos, incluso de los más elementales como el respeto, la atención gubernamental y a vivir, a vivir ya no entre lujos sino a existir libre de toda forma de violencia.
El machismo no es la razón de tanta violencia o, no es solamente ese fenómeno el origen. La violencia también la ejercen las mujeres en contra de las mujeres. Sobran ejemplos del mal trato que los mandos superiores dan a las femeninas de nuevo ingreso lo mismo en un taller de costura que en un hospital o en una dependencia de gobierno. Recién escuchaba la queja de una joven enfermera de la forma en que era tratada por la jefa de enfermeras en la clínica del IMSS. Ella lloraba por la forma humillante en que se dirigían a ella y por el abuso de su superiora.
También escuché a la asistente en una oficina municipal donde la directora del área y sus incondicionales, también mujeres, obligaban a la muchacha de reciente ingreso a realizar funciones que no eran de su competencia y también sentía la impotencia y la indignación por el abuso hacia su persona y se preguntaba cómo podría el sector femenil del país, de Tlaxcala y de esa ciudad superar la violencia si proviene del mismo género.
Sí, la violencia que sufre la mujer es inaceptable, venga de donde venga y la ejerza quien la ejerza. Este comportamiento social es generalizado pues no conoce de estatus social o nivel académico o económico y coloca a la humanidad en niveles de estupidez y brutalidad como de los seres incivilizados de las cavernas. La historia, si bien ubica a la mujer como protagonista de los cambios en la ciencia, también la reconoce como parte del holocausto y partícipe de genocidios en las dictaduras lo mismo en Europa, Asía y Oriente, que en América Latina. La violencia no es cuestión de géneros ni de tiempos.
Y lo peor que podamos hacer como cultura, como sociedad, como comunidad y como seres presuntamente civilizados o evolucionados en atacar el problema de la violencia con más violencia. Tratar de apagar el fuego con gasolina es otra insensatez. Agredir a las mujeres para protestar por la violencia, dañar para restaurar heridas, herir para denunciar golpes y atacar para vengar la sangre derramada es poco menos que una estupidez. Todo conflicto, individual o colectivo, trascendente o local, grave o entendible debe tener como solución el uso de la inteligencia.
La humanidad cuenta ya con enormes fuentes de información y corren por el planeta caudales de información y conocimiento… hagamos que estos elementos también nos conduzcan hacia la inteligencia; la mujer no debe, no puede y no tiene por qué ejercer más violencia para sacudirse la violencia que sufre y denuncia. Se requiere, insisto, inteligencia y un nivel superior de recursos para autoprotegerse y para reconocer el peligro y el riesgo en el trabajo, en la calle, en la relación de pareja, en la escuela y donde quiera que deba estar.
La mujer debe dejar de creer que las instituciones gubernamentales la van a proteger o a cuidar, debe dejar de esperar promesas o proyectos presuntamente destinados a defenderla, la mujer debe dejar de depositar en manos ajenas su integridad, su vida y su dignidad; nadie como ellas para cuidarse.
Urge crear consciencia, educar, fomentar los valores y prevenir y no lanzarse a una aventura para visibilizar el problema que, si bien reivindica derechos, corre el riesgo de tergiversarse, de ser utilizada con fines políticos, de no ser entendida y de generar más encono y de abrir otros frentes en contra de ellas.
La violencia, como la bondad, el respeto, como la empatía, se aprenden en casa, con el ejemplo, con educación y solidaridad; la violencia se aprende y se enseña, se normaliza, se ofrece y se acepta como una opción y se acepta como creencia de que educa o que es alternativa para dar lecciones. Ninguna forma de violencia es aceptable.
Este ocho de marzo y todos los días ocho de todos los meses del año deben ser motivo de reflexión, de condena y de propósitos. Pero no debe ser oportunidad o pretexto para aumentar la animadversión hacia nosotros mismos pues la mujer lo que busca es justicia, no venganza.