Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Lo recientemente descubierto en México no es nuevo pues los entierros, cementerios, crematorios y campos de extermino han estado ahí, ante los ojos de las autoridades y bajo la sospecha general, desde hace al menos dos décadas. Lo nuevo es el cinismo de los funcionarios de gobierno y la hipócrita fingida sorpresa de quienes simulan trabajar para la seguridad y la paz del país.
La existencia de esos lugares que incluso superan de alguna forma a los campos de exterminio nazi de la Alemania de Hitler nos llena de verguiza como país y nos pone en claro que las mafias tienen en su poder vastos territorios de México y tienen el control de muy amplios sectores del poder, desde las policías municipales hasta espacios de gobierno de diversos niveles.
Mientras el territorio nacional de tiñe de rojo, mientras miles de personas son declaradas desaparecidas y las madres de esos miles recorren la nación de norte a sur y de costa a costa buscando cuando menos un indicio de su ser querido, las nefastas e incompetentes clases políticas y gobernantes se culpan y se señalan con índice desquiciado tratando de explicar o justificar su complicidad y su riqueza obtenida con la vida de inocentes.
La violencia en el país, desde hace ya muchos años, se salió de control. Los grupos de la delincuencia organizada tuvieron primero el permiso del poder político, luego su protección y finalmente su financiamiento y apoyo. Sus intereses económicos y políticos los hicieron fusionarse, hacerse uno, envilecerse al mismo tiempo e igualdad. Los delincuentes estaban en el poder y el poder en la delincuencia. No hay otra forma de explicar la expansión de los cárteles y la impunidad con la que actúan siempre al amparo del poder en turno.
Los cementerios clandestinos están en todo el territorio nacional y son el resultado de crueles actos de barbarie apenas imaginados por las mentes más perversas. Hay testimonios casi sacados del delirio del escritor más sanguinario y demente que hablan de matanzas masivas como las de San Fernando o las de Michoacán en donde un operador de autobús fue obligado a pasar su unidad por encima de sus pasajeros antes de ser asesinado y disuelto en ácido.
La desaparición de personas, especialmente y específicamente jóvenes, se explica por la necesidad de sicarios y carne de cañón para los cárteles. Muchas familias jamás van a saber de sus hijos e hijas pues fueron desaparecidos por negarse a adiestrarse para matar, por no servir para ninguna tarea de la delincuencia, por desobedecer las instrucciones o porque ya habían sido utilizados y no tenían por qué seguir viviendo. Muchas madres de familia creen que tienen esperanza de saber al menos el lugar en que están sepultados sus hijos o de encontrar un fragmento que señale su existencia breve para llorarle pues dicen “quisiéramos llorarle al menos a un zapato si es de mi hijo”
Vergüenza y asco nos provocan los políticos y gobernantes que se burlan del dolor de miles de familias fragmentadas e incompletas, nos llena de rabia la risa estúpida de legisladores mediocres que dudan y rechazan la existencia de campos de exterminio, nos provoca indignación la lentitud con la que las autoridades que pagamos atienden los casos de desaparición y jamás aceptaremos explicación o pretexto que busque justificar la corrupción institucional y su puesta al servicio de la mafia.
La descomposición institucional es tal que noticia es aquella autoridad que no esté al servicio de los cárteles. A tal grado se encuentra la insensibilidad social que estar en la delincuencia organizada es ya un concepto aspiracional de las nuevas generaciones y servir a la mafia en cualquiera de sus vertientes es sinónimo de poder y de dinero, aunque aquellos que entran el juego jamás saldrán vivos y difícilmente los nuevos pasaran de los 35 años de vida.
Al horror de los crematorios clandestinos, de la complicidad institucional se suma el aberrante discurso de los gobiernos rechazando la presencia del crimen organizado y asegurando que su entidad federativa es una sucursal del paraíso y una copia del edén, aunque en sus narices se registren balaceras, aunque todos los días por todas partes aparezcan cuerpos calcinados o desmembrados y algunos funcionarios estén a las órdenes del patrón, ya sea por ambición, por amenazas, por voluntad o por miedo.
Es indigno, deshonesto y cruel negar la realidad de nuestro país y tratar de ocultar esta lacerante situación sólo beneficia a la delincuencia organizada. Para algunos estudiosos del tema, el daño cultural y la ruptura del tejido del tejido social es de tal gravedad que es ya imposible encontrar una NORMALIDAD de la que ya nadie se acuerda pues se ha tomado el camino del no retorno y se ha ingresado a un nuevo modelo de vida cuyo destino es incierto.
Esto es visión catastrófica de un sujeto trastornado por la frustración o por la lectura de novelas satánicas, sino el resultado del estudio de expertos a nivel mundial.