Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
México es sin duda un enorme país. Y es un país grandioso. Es tan generoso que da a quien ya tiene y también al que todos los días lucha por tener poco. Es una nación espléndida que se entrega sin condiciones o se deja despojar desde tiempos inmemoriales y por otras tantas décadas más lo hará. Es pródiga en hijos ingratos que la ofenden y degradan y en descendencia ávida de conocer la gloria y la abundancia de la que hablan desde lo más alto del poder.
México no es sin embargo la imagen y concepto de la poesía de López Velarde ni es la ternura que dicen Juan José Arreola o Miguel N. Lira, o al menos ya dejó de serla. Hoy los poetas y pintores plasman otra realidad de esta sangrante nación y su actualidad también se mide en corrupción, en asesinatos, desapariciones y número de funcionarios perseguidos. México es del tamaño de las ambiciones de algunos políticos y del nivel de impunidad del poderoso.
A México también se le mide por la enorme cantidad de egresados de las escuelas y que al enfrentarse al mundo se encuentran con una nación carente de oportunidades, con una figura hecha de barro y papel de china y vendida y comprada como verdad suprema; es también la tierra de la indolencia del funcionario que se siente dueño hasta de la silla que el pueblo le compro para trabajar y es el espacio en el que los burócratas tratan a su patrón, el pueblo, con la punta del pie.
México es el país en donde la justicia tiene un precio y es del tamaño de las gráficas, cifras y buenos deseos de las instituciones encargadas de procurarla, pues pocos pueden negar que la justicia ni es pronta, ni es rápida ni es gratuita: tiene un precio y su altura no es apta para pobres; es tan real y cruel como la mentira de una democracia en formación y de que los partidos políticos sirven para algo.
México es la tierra de la desesperanza para alguien que desee sobresalir o ser reconocido en su inteligencia y trabajo. Se ha dicho que quien de verdad tenga ganas de aportar en la ciencia y el arte, debe salir, buscar otras alternativas, sufrir la indiferencia y la agresión institucional y llevar su obra y conocimientos a donde haya quien sí sepa valorar la capacidad creativa e inventiva de los mexicanos. Algunos le llaman a esto “fuga de cerebros”.
Aquí para lograr el apoyo oficial a un proyecto científico u obtener una beca o el mínimo apoyo se debe ser recomendado, tener familiares en la administración pública, ser compadre, ahijado y hermano del funcionario, pertenecer al mismo partido o dejar el diezmo obligado, de lo contrario la petición y la esperanza se pueden hacer eternas.
Esa es la realidad del México nuestro, la patria nuestra de todos los días, la que viven a diario más de 53 millones de personas en la miseria, la que padecen los familiares de los miles y miles de desaparecidos, la que sufren quienes desde hace semanas y meses hacen antesala para ser recibidos por el secretario, el delegado, el presidente municipal; el México de carne y hueso el que uno se encuentra en la arrogancia del poder y la prepotencia que da el uniforme o una simple credencial.
Sí, es cierto, hay otro México, el de la eternamente incumplida palabra del candidato, el de las oportunidades de enriquecimiento ilícito del gobernante, el de las gráficas a modo y de las cuentas alegres, el de la publicidad turística y el que abre las inversiones al extranjero y niega oportunidades el que quiere abrir una tiendita. Hay otro México, en el que viven los que se pasean con guaruras, el de los que nunca van a hacer fila al banco, el de quienes jamás van a sufrir el trató déspota y humillante en los hospitales, en las instancias de justicia, en las presidencias municipales o en el registro civil. Es un territorio distante y desconocido de unos u de otros, es lo que los hace diferentes en un país de iguales.
Es un México hermoso de todos modos, es un país que no obstante sus heridas y la miseria espiritual de algunos, nos da la oportunidad de gritar en el mismo lugar, a la misma hora, con la misma fuerza, en la confluencia de una fecha e igual orgullo un “Viva México” que retumba en sus centros la tierra pero que no se escucha atrás de las paredes del poder.
México lindo y querido, grande eres que aún no sufres desengaño y ni reprochas a tus malos hijos el trato que te dan, que aunque te siguen saqueando aun no te exprimen. Mi México como no hay dos, sigues siendo el del cielito lindo y la región más transparente que ahora como nunca grita a tu pueblo: “Mexicanos al grito de Paz”.