Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Descalificar el trabajo de los médicos y enfermeras por la ineptitud e incompetencia de unos cuantos sería injusto y absurdo, sin embargo, es necesario señalar que el heroico trabajo de los profesionales de la salud se empaña por las decisiones a veces ridículas del personal que atiende a la sociedad fuera de los consultorios y los quirófanos.
Hay quienes coinciden que no hay funcionarios, es decir, personas o empleados que comen de los contribuyentes a quienes deben considerar sus patrones, más déspotas e irrespetuosos que los del área administrativa y de vigilancia de los hospitales. Simplemente son los peores enemigos de los derechohabientes y en general de quienes tienen la desgracia de acudir a tratar de atenderse de algún padecimiento.
Un amplio sector de la sociedad rechaza la actitud de esos trabajadores que se molestan por la sola presencia de los usuarios y hasta hacen gestos de asco o tedio cuando alguien se acerca a ellos para hacerles una simple pregunta. Ellos, como muchos otros burócratas, se sienten dueños de los hospitales, de los consultorios, de la farmacia, de las ambulancias y hasta de la silla que el pueblo les ha comprado para que cumplan sus actividades con eficiencia, eficacia, respeto, humildad y educación.
Por desgracia, y eso hay que aceptarlo, también en el área médica y de enfermería hay algunos elementos intolerantes, impacientes, agresivos, desatentos y sin la capacidad de empatía con el dolor y necesidad del pueblo. En ese caso, como explicación pero no como justificación, podemos mencionar que el cansancio, la carga de trabajo y otros argumentos pone a los médicos y enfermeras en una condición de malestar emocional. Insisto, se explica pero no se justifica el mal trato al paciente y a sus familiares.
En las dos semanas más recientes hemos escuchado la queja de derechohabientes del Instituto Mexicano del Seguro Social, IMSS, respecto al maltrato verbal, a la falta de ética y respeto y por la forma en que personal administrativo y de vigilancia trataron a los que acudieron a las clínicas 10 de San Pablo Apetatitlán y la 8 de Tlaxcala capital en donde más que una desorganización o una falta de protocolos, pareciera una voluntaria y premeditada burla a la gente y una muestra del precio que tienen por su propio trabajo que les da de comer y por la salud del pueblo.
Resulta que hombres y mujeres que han acudido en los días recientes a ambas clínicas, tuvieron la desagradable experiencia de encontrarse con empleados insensibles que se negaron a atenderlos con el argumento de que no llevaban síntomas de covid-19 y por lo tanto, de mala manera, de San Pablo Apetatitlán los enviaron a la clínica 8 del Boulevard Guillermo Valle en donde no los atendieron porque llevaban síntomas de covid-19 y los enviaron a la clínica 10. Toda una estupidez porque de una los regresaban a otra de forma repetitiva y tediosa.
El trato que médicos y enfermeras profesionales, honestos, humanos y educados dan a los enfermos, la dedicación y respeto que tienen por su trabajo y la voluntad por curar las dolencias y enfermedades son dignas de cualquier homenaje y reconocimiento, pero el trato que gente inculta y ajena al dolor da a las personas es indignante y reprochable. Recibimos y simpatizamos con la ira, el rechazo y el reproche a esos individuos que, desde cuando menos hace dos semanas, dan un trato denigrante a quienes pagan su salario.
Los quejosos saben que no habrá funcionario alguno de cualquier nivel con la suficiente autoridad para llamar la atención de esos malos empleados y mucho menos para poner fin al maltrato y desprecio que tienen por los enfermos. La sociedad no espera que una simple inconformidad y un señalamiento cambien las cosas en las clínicas del IMSS porque la maldita burocracia está por encima de los derechos y dignidad de las personas que a esos malos trabajadores les vale un cacahuate.
No obstante el valemadrismo de nuestros carísimos empleados, el grito de inconformidad está dado y el señalamiento directo de una actitud absurda y grosera es para quienes en la clínica 10 de San Pablo Apetatitlán mandan a la gente a la 8 de Tlaxcala capital en donde sin la menos consideración y respeto los regresan de mal modo a la 10 en donde casi los agreden por exigir atención.
Ojalá alguien, por caridad, por obligación, por cumplir con su trabajo y por vergüenza, atienda y pongan fin a esta estúpida forma de tratar a la población.