Las razones del caos

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

La humanidad está en dificultades. A nivel mundial, las culturas enfrentan una grave crisis producto de la inconciencia, de la falta de valores, de la ausencia de respeto y educación y por la sed incontrolable de poder que da el dinero y los bienes materiales. Al hombre de este tiempo le importa poco o nada la valor de la persona, la integridad y los bienes del otro y las consecuencias de sus acciones u omisiones; los seres de este momento viven el hoy y por encima de todo y de todos.

En estos tiempos los seres humanos de cualquier edad y sexo, de todas las condiciones sociales y ubicaciones geográficas y no importando su religión, valen dinero: son mercancía. No hay ya diferencia entre los objetos y las personas, si tienen un precio, valen y sirven para el enriquecimiento de unos y tragedia para algunos en particular y desgracia para la raza humana en general.

La mujer se encuentra en su máximo nivel de exterminio y no necesariamente son víctimas sino también son verdugos. Al caer en la inercia de las contradicciones humanas, también se vuelve en contra de su género e igualmente experimenta aversión, rechazo, odio y violencia en contra de lo establecido, del machismo, de lo que la ata y anula, de la política y de los credos. En su afán por ser mejor, parecerse o superar lo creado o propuesto o posible olvida su esencia y naturaleza y con ello vuelve contra sí y agrede y lesiona y rompe lo que cree que va a reivindicarla o hacerla notar o permitirle superarse o alcanzar sus metas.

El hombre ha decidido su aniquilación de forma voluntaria y lo logrará de forma individual o colectiva, las drogas, cada vez más mortíferas y estúpidas, crean seres zombis de existencia efímera y produce degradación de la especie, lo mismo en quien la fabrica, la vende y la consume. Para todos los involucrados es la tragedia. Demanda y oferta, falta de escrúpulos y moral, codicia e ignorancia, drogadictos y narcos, son el círculo o receta con resultado uniforme: muerte, adicciones, enfermedades, desintegración familiar y reproducción del patrón de exterminio, al tiempo que generaciones completas ven perdida la fe, la esperanza y los sueños que le son inherentes.

La venta de órganos tiene en su génesis la máxima expresión de la estupidez humana. Los niños y las jovencitas, los muchachos y los seres con apariencia física sana, son mercancía que enriquece de forma ofensiva a unos cuantos que trabajan para otros unos cuantos que tienen la capacidad de comprar un corazón, un riñón, un pulmón o lo que haga falta para para dar vida a unos a costa de otros.

La trata de personas exhibe el desprecio del hombre por la dignidad humana y también la mueven la ignorancia, la ambición, la oferta y la demanda y la pérdida de los más elementales valores humanos. Quienes critican el mercado de la inocencia también son consumidores y la fomentan desde el momento en que pagan por placer o por ver y de esa forma elevan la incidencia de mujeres secuestradas, explotadas, asesinadas y desaparecidas.

En todos estos elementos están, por un lado, la omisión inaceptable del clero o de las iglesias o de las religiones que se jactan por valorar y defender la vida. Los ministros saben porque les consta que no tiene caso discutir o pelear por algo que les trae beneficios y, por el otro, está la complicidad del poder cualquiera que sea y que tenga como origen y objetivo defender y proteger a la sociedad. No se explica la decadencia de la raza humana sin la permisibilidad y confabulación de las más altas esferas de los órganos de justicia y de las corporaciones policíacas, así como de los gobiernos.

La raza humana, cada vez con mayor tecnología pero con menos inteligencia, se escuda en el respeto a los derechos humanos para alcanzar la impunidad y las leyes se crean a conveniencia pero siempre con el objetivo de proteger al poderoso y mantener la riqueza en manos de unos cuantos. Se ha olvidado el significado de la prudencia, la bondad, el servicio, el respeto y la tolerancia.

El hombre no debe buscar en las religiones ni en el gobierno y mucho menos en las leyes el origen de su mal, sino en sus acciones y en sus omisiones. Todo mal y todo bien surge y se vuelve hacia su origen; no hay premio ni castigos, sino consecuencias… al entender esto, la raza humana encontrará el origen y las razones del caos.

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