La violencia también se contagia

Bernardino Vazquez Mazatzi/Escritor y Periodista

La violencia se explica, pero no se justifica. El abuso de la fuerza, de autoridad, de poder, en cualquiera de sus formas y la intimidación, la prepotencia y la arrogancia, son y serán siempre el fosforo que enciende la mecha para despertar la furia irracional de las multitudes que harán estallar el resentimiento contenido, la furia adormecida y la venganza postergada por agravios reales o supuestos cometidos por el poder.

El brutal asesinato cometido por los policías de Minneapolis fue una repetición o copia exacta del trato que la ley injusta de los Estados Unidos de América da a los miembros de todas las comunidades, pero especialmente las afroamericanas. Los abusos, humillaciones, violaciones a sus derechos más elementales, las lesiones y muertes de los negros son la normalidad o la constante en el país con la supuesta democracia perfecta y el más poderoso económicamente.

La muerte del negro George Floyd a manos de dementes policías blancos desató los demonios de la violencia social, del rechazo y hartazgo y odio en contra de la ley desigual y tendenciosa, y el deseo de venganza se propagó a velocidad inexplicable haciendo que todo EE.UU. primero se sacudiera con las brutales imágenes del crimen y luego más de la mitad de ese país ardiera con el fuego de tiendas, patrullas y edificios y con el rencor acumulado de una sociedad harta de la hipocresía del gobierno, de la política y de sus representantes de la ley.

En ese país norteamericano, un estallido social sólo estaba esperando la mínima provocación para exponer la fuerza y brutalidad de las “minorías étnicas” que no esperaron, que no necesitaron ni aceparían explicaciones de nadie que quisiera convencer de que la muerte de Floyd tuvo una razón, o que fue necesaria, que careció de opciones, que fue legal, que derivó de una acción de la víctima. Para los gringos el policía blanco actuó de forma estúpida, prepotente, con odio y por motivos raciales.

Floyd fue el cerillo que prendió fuego a la pólvora en que está convertida la sociedad agraviada de los Estados Unidos. Las historias de vejaciones e injusticias de parte del poder en ese país se cuentan y encuentran en todas las culturas y grupos raciales; todas ellas ya estaban predispuestas y listas para salir a las calles de Minneapolis Chicago, Denver, Nueva York, Miami, Seattle, Los Ángeles, Philadelphia, Boston, San Antonio, Atlanta, Detroit, Las Vegas, Salt Lake City, Houston, Kansas y otras 40 ciudades en 25 estados no sólo para exigir justicia, sino para expresar violentamente su rechazo a la ley y al poder, enviando un mensaje de rechazo al arrogante presidente Donald Trump.

La percepción de injusticia, de abusos, de violaciones a los principios fundamentales del hombre y de desigualdad social permea en todo el continente americano. Un estallido social está latente en los países en los que los gobiernos sobreestiman el poder del pueblo y minimizan la fuerza de las sociedades. La violencia es un recurso para los pueblos oprimidos, los levantamientos armados son una opción para quienes no encuentran atención del poder generalmente corrupto, impune y abusador. Los pueblos también están en espera.

A nivel nacional, los actos de violencia irracional, expuestas a través de linchamientos y agresiones masivas por el mínimo motivo, así como el abuso policial y la incompetencia e ineptitud del poder judicial son una variante de las movilizaciones sociales de Estados Unidos. En México también se ha dado la reacción agresiva de las masas matando incluso a inocentes a quienes acusan de lo que sea, de sospechosos o presuntos, de todo o de nada. Y en esos actos se observa el hartazgo, el rencor, la sed de venganza, la movilización innecesaria y contagiosa.

El poder que emana del pueblo no sólo proviene del voto o de la democracia, sino que también la impone por la fuerza la cerrazón, la irracionalidad y la ignorancia cuando el diálogo, la confianza y la voluntad fracasan. La reiterada injusticia, el abuso continuo y la agresión permanente de los gobiernos también son combustible dispuesto y los agraviados reales o supuestos pero siempre presentes, están dispuestos a incendiarlo. El riesgo es real.

Estados unidos por lo pronto, enfrenta no sólo la violencia generalizada del pueblo que busca venganza y exige atención, sino a la estupidez de su gobierno encabezado por el racista y supremacista Donald Trump. Este mandatario es el enemigo número uno de los gringos, el peor enemigo de la paz y de los derechos ciudadanos; a él se le debe el odio y la violencia que se vive en el vecino país que parece acercarse peligrosamente al caos sin fin.

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