La violencia nuestra de cada día

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y periodista

 

Los estudiosos, científicos, expertos, voluntariosos y ministros de todos los cultos, se mantienen ocupados en la trampa filosófica y duda rozable respecto a si el hombre como raza nace con sentimientos negativos que lo lleven a ser “malo” o con el transcurrir de sus años aprende a ser malo, es decir, se vuelve su propio verdugo y se vuelve caníbal con lo que aprende por medio de las experiencias y de lo que ve.

Se opina que la gente se convierte en lo que lo transforma su entorno, se moldea según los estereotipos, en lo que son las costumbres, hace y dice según la cultura que lo envuelve y es bueno o malo según las experiencias de sus antecesores que lo cobijan y lo forman para su defensa o sobrevivencia, para servir a los demás o servirse de ellos, para ayudar o aprovecharse de sus congéneres o para hacerles más llevadera la vida o quitárselas a los otros de forma violenta.

Se dice que al nacer, la raza humana trae insertado un chip que se activa en los momentos cruciales y en automático vuelve al ser agresivo, violento, asesino y cruel y por lo tanto, creo que como forma de disculpa histórica, se concluye que no hay culpabilidad alguna por algo que no está en su control ni voluntad y de esa forma se explica y se justifica la violencia con la que se actúa ya sea en defensa de la integridad propia, familiar o social.

Es así como desde una mentada de madre, una frase humillante, un golpe supuestamente en broma, una descalificación en público, una golpiza puertas adentro, las lesiones intencionadas y deliberadas, el asesinato con premeditación, alevosía y ventaja, el robo simple o calificado y en sí, todo aquello que lesiona, duele, mata y priva de algo a alguien, encuentra su explicación y justificación en el origen del hombre que resulta siempre inocente a la luz de ciertas conclusiones o sugerencias que desean explicar el porqué de tanta violencia.

Sin embargo, y para contradecir la tesis de la inocencia o culpabilidad genética, la sociedad ha creado códigos y leyes que buscan expulsar de los núcleos sociales a los “malos” y segregarlos en cárceles para escarmiento y escarnio, para ejemplo de los que pudieran seguir esas formas negativas de conducta y para buscar o intentar una cultura libre de sujetos o especímenes ajenos a la sana convivencia y la paz social.

Lo cierto es que en estos tiempos tan convulsos, la ciencia habría de dejar de estudiar la inteligencia animal y empezar a estudiar en serio la estupidez humana que como nunca, ahora se convierte en su peor enemigo, es el virus que lo infecta y lo elimina, que lo engulle crudo o sazonado, que lo explota, lo esclaviza y utiliza, lo compra y lo vende o agrede con una violencia inverosímil que lo ubica por debajo de cualquier nivel de evolución e inteligencia.

Para efectos prácticos, resulta ocioso escuchar, entender y aceptar resultados de tan elevados estudios antropológicos y psicológicos pues de nada o poco sirven al momento de ser testigos, partícipes o víctimas de la violencia contemporánea que tiene como rehén a esta sociedad que no cree normal ni necesaria la violencia que se vuelve cada vez más irracional, más cruel, más generalizada, popular y democrática.

La violencia no puede ni debe ser combatida con más violencia, sino con mayor inteligencia. La violencia genera resentimientos, perfecciona los métodos para ejercerla, otorga tiempo para afinar los recursos con qué practicarla y brinda espacios para argumentar libertad o derecho que la expliquen o justifiquen. La violencia no puede ser siquiera un recurso, no debe ser una alternativa y no la debe poseer nadie como instrumento de convencimiento o política.

Luego entonces, la violencia se erradica o debe erradicarse desde el hogar con educación, con ejemplos, con lectura y con respeto hacia el entorno y hacia la misma y otras especies. La violencia no se trae, se aprende; también se aprende a no aceptarla ni ejercerla.

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