Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Contrario a los buenos deseos y declaraciones de los gobiernos en turno, el estado de Tlaxcala está si no en peores, sí en iguales circunstancias de violencia respecto al resto del país, desde luego, guardando las debidas proporciones respecto a la extensión territorial y población.
La violencia en nuestro estado se percibe y sufre en diversos aspectos pues no es sólo aquella que se expresa a balazos, la que se muestra en el robo de autos o casa habitación, no es sólo aquella que se exhibe a puñetazos en la vía pública o la que conocemos en forma de tortura para arrancar declaraciones a modo.
Si bien toda la anterior es una forma de uso de la fuerza o la utilización de métodos y formas agresivas para imponer una idea, obtener un beneficio o exigir un derecho, los recientes días de la vida cotidiana de Tlaxcala se han vestido de agresiones, de despojos, de golpizas irracionales, de persecuciones policiacas y muertos y heridos.
Por un lado, la delincuencia organizada o no, institucional o privada, los desadaptados sociales y los seres poco o nada inteligentes, han sustituido el diálogo por la violencia, han optado por la fuerza para hacerse notar y entender y, por el otro, con el pretexto de una feria o fiesta de carácter religioso, ha exhibido su despropósito y su incongruencia al ser pretexto o argumento para el saqueo, la agresión física desmedida, el ataque en grupo y la inoperatividad de la autoridad.
Sea como sea, la violencia, en su más amplísimo catálogo, se nos muestra como una cotidianidad y se nos trata de imponer como una normalidad. Los medios de comunicación no buscan ni propician la violencia: sólo la exponen como una realidad. La prensa es el reflejo del espejo, es el testigo ocular y de primera fila de un ambiente; el periodista no inventa imágenes ni declaraciones de víctimas, no juzga ni condena: sólo expone, da luz a la verdad, ofrece el hecho, no inventa.
Luego entonces, la violencia que se vive y que se ignora o rechaza desde el poder, es la misma que se ha propuesto escalar a mayores alturas. Es la que le apuesta al triunfo ante una sociedad apática y anarquista. Es la que tiene segura la victoria ante la incompetencia e ineptitud de algún nivel de autoridad y la que tiene garantizada la impunidad ante la aberración que representa el nuevo sistema de justicia en México.
Las actuales generaciones ya no le apuestan al diálogo, a la negociación o al acuerdo pues tienen como seguro que estos elementos no garantizan ganar, que es de lo que se trata en la ley de la selva; ya no tiene la paciencia ni el motivo para hacerse entender, y mejor se van a arrebatar en vez de pedir. Por eso es mejor la justicia por propia mano, el robo, el asesinato, el aprovechamiento ilegal de los bienes públicos o privados, el enriquecimiento sin esfuerzo traducido en trata de personas o cobro de piso… violencia generando violencia.
El policía ha dejado de representar protección, defensa y seguridad para el pueblo, ya no es digno de confianza, es sinónimo de corrupción y de abuso, de prepotencia e indolencia; el ciudadano en cualquier sitio o situación es sospechoso, es digno de suspicacia y hasta el dinero bien habido ofrece la propuesta de que bien puede tener su origen en la delincuencia.
La violencia vista en los días recientes, en Huamantla con el incendio y saqueo a un bar, la violencia en contra de los animales en las corridas de toros o en la huamantlada, la violencia en los eventos deportivos y las riñas campales de los bailes son un pequeño resumen de qué tan cotidiana y normal es la violencia en nuestros días. Y eso que se trata de una feria o fiesta patronal surgida de una religión.
Y la violencia vivida en donde la gente se ha querido hacer justicia y donde lo ha logrado, como Contla, Ixcotla, San Pablo de Monte y Acuamanala por mencionar sólo estos, no da una idea de cómo serán los días por venir para estas y para las futuras generaciones. Dios nos agarre confesados.