Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Lo ocurrido recientemente en algunas escuelas ubicadas dentro del territorio tlaxcalteca debe ponernos en máxima alerta. Y no tanto a las autoridades educativas, o no sólo a ellas, sino principalmente y de forma urgente, a los padres de familia, quienes debemos preguntarnos qué estamos haciendo mal en la educación de los hijos y cómo es que lejos de entender la situación, la agravamos con reacciones equivocadas.
El caso de violencia dentro de una escuela primaria del municipio de Cuapiaxtla, hecho vergonzoso que volvió a poner en el centro de la atención a nuestro estado en el contexto nacional, nos debe ubicar en el real contexto de lo que pasa ante la pérdida de los valores de los niños desde el hogar pues no es aceptable ni justificable culpar a los maestros de la ausencia de principios en los alumnos, pues sin un buen ejemplo de educación surgida de los papás se produce este tipo de incidentes peligrosos.
El asunto de la violencia que ejercen los niños, definitivamente lo están concibiendo muy mal los padres de familia quienes lejos de atender y entender el fenómeno, o culpan a los maestros o de plano se vuelven alcahuetes de sus criaturitas y hasta se ofenden y reaccionan igual o peor en vez de dimensionar la gravedad de lo que pasa.
El caso de Tizatlán, municipio de Tlaxcala, es similar al ocurrido en la ciudad de México aunque con resultados menos drásticos. La violencia entre niños es trasladada hacia sus padres quienes lejos de reaccionar de forma inteligente, civilizada, razonable y educada, aumentan la sinrazón de la violencia y se enfrentan con resultados peores a los que esperan si dirimieran sus diferencias como seres racionales.
Casos de violencia en las escuelas los estamos teniendo cada vez más frecuentes y desde luego, cada vez más graves. El hecho de que no conozcamos de casos similares o peores no es porque no ocurran, sino porque nadie los grabó y no se viralizaron, o porque nadie se quejó o porque a veces los agraviados prefieren que las cosas queden así, a tener que enfrentar a la violencia más agresiva de los causantes que lejos de reconocer la gravedad de sus actos, se vanaglorian de ellos.
En todo el estado de Tlaxcala, en las primarias, en las secundarias y en el nivel bachillerato, se dan casos de violencia en diversas formas. Los hay entre novios por una errónea idea de posesión, por celos y por desconfianzas; la hay por un afán de supremacía de uno alumno o un grupo de ellos respecto a los demás; también existe la que busca crear un código de conducta en un grupo; la hay la que fomentan las pandillas y la peor, es la que tiene su origen en el consumo de alcohol y alguna droga entre el estudiantado.
Cualquier de esas formas de violencia es sinónimo y resumen de falta de valores y muestra el grado de descomposición que hay en el seno familiar que enseña a los hijos a no buscar el diálogo como forma de solución de controversias y, por el contrario, aumentan la incidencia de agresividad al proponerles el uso del lenguaje verbal ofensivo, vulgar y violento y los golpes para hacerse entender, para imponer las ideas y para reclamar un derecho real o imaginario.
Es fácil culpar a los maestros de los casos de violencia al interior de las escuelas pues los padres de familia se preguntan qué hacia el maestro o dónde estaba cuando estaba ocurriendo el hecho de violencia como si los tutores tuvieran el control total de los muchachos en el hogar. Si a veces los mismos padres no pueden con la rebeldía de sus dos o tres o hasta cinco hijos, cómo pretenden que el maestro sí la tenga con 20 o hasta 30 jovencitos mal educados y groseros y prepotentes que además, reciben la complicidad de quienes sí tienen el derecho, la obligación y el deber de corregirlos.
Pero, por el contrario, si un profesor se atreve a dejar sin recreo al nene de papá, si tiene la osadía de castigarlo por no llevar la tarea o por faltarle el respeto a sus compañeros y maestros, si lo amonesta por dañar el patrimonio e infraestructura de la escuela y hasta porque haya utilizado la violencia en contra de los demás miembros de la comunidad escolar, entonces pobre maestro no se la acaba y se le culpa de esa ausencia de educación y respeto y valores que en padre y la madre, y nadie más, tienen la obligación de inculcarle.
La violencia en las escuelas nos puede rebasar y las señales de alerta están encendidas, los signos de alarma ya están dados… o entendemos esa realidad y actuamos en consecuencia o más tarde tendremos que arrepentirnos.