¿La violencia como futuro?

Bernardino Vazquez Mazatzi Escritor y Periodista

El tema de la seguridad sigue siendo el adeudo que cualquier nivel de gobierno tiene con la sociedad. Resulta altamente preocupante el incremento de la violencia y la aparición de cada vez más grupos que se organizan para delinquir y quitarle al Estado su capacidad de combatirlos y de defender a la sociedad. Los grupos delincuanciales se han convertido en un poder paralelo al gobierno.

Esas organizaciones tienen la capacidad de intimidar, absorber y comprar a las instituciones policiales, principalmente a las municipales, mismas que se ponen a la orden de las mafias no sólo por cuestiones económicas pues les ofrecen el dinero que ni en un año pueden ganar, sino porque la otra opción sería la muerte. El poder que han adquirido esos grupos es impresionante y no hay método, ni estrategia ni forma de ponerles fin.

Crecen de forma impresionante y poco a poco van ocupando más espacios dentro de la vida social del país. Se les ve interviniendo en toda actividad económica nacional, estatal y regional, y también en el deporte, en actividades locales que parecieran intrascendentes como en la música pues ya extorsionan hasta a las orquestas y en el sector inmobiliario, al que le exigen un porcentaje por cada operación de compra venta.

Preocupa el avance de la delincuencia organizada, ya sea la que está enquistada en los gobiernos de todos los niveles o aquella que surge por el control de los territorios por cuestiones de droga o delitos igualmente graves. Y preocupa porque para el mal están dadas todas las condiciones para su exitoso desarrollo, expansión y consecuencias de terror y muerte.

La pérdida de valores, la ausencia de empatía, la normalización de la muerte y la violencia, el ya no sorprenderse por la tragedia ajena y el rechazo a la solidaridad vienen a justificar y a explicar el aumento en la deshumanización de la sociedad que avanza hacia una forma de exterminio, de canibalismo.

El respeto es un precepto ya muy devaluado y olvidado. Se ha confundido con estudio, con preparación y hasta con la obtención de un título o una carrera profesional. La educación, la gratuita, la inmediata e insustituible, la que se da y se recibe en y desde el hogar, esa es la que está ausente en estos días aciagos. Delegamos en los maestros nuestra obligación ineludible de padres de familia y adultos y no podemos entender que los hijos no escuchan lo que les decimos, sino que siguen nuestro ejemplo.

En las escuelas ya es muy, pero muy difícil encontrar educación. A los maestros les hemos prohibido aplicar sanciones o correctivos, ya no pueden ni quieren ejercer actos de disciplina porque nos agravia que un profesor corrija la actitud o lenguaje de los alumnos. Eso hace que no teman a las consecuencias, los hace impunes. Miden sus fuerzas y es la ausencia de castigos o correctivos lo que los hace probar suerte en acciones cada vez más osadas, arriesgadas y violentas.

Las pocas oportunidades que encuentran los jóvenes para desarrollarse en los negocios, en el comercio o en cualquier otra actividad lícita, convierte a los muchachos en carne de cañón, en recursos humanos para la delincuencia organizada. Resulta trágica la respuesta de los jóvenes cuando responden que es mejor diez años de abundancia y riquezas a una vida de privaciones y pobreza. Saben que la mafia no perdona, que representa la muerte prematura, pero la justifican si es en medio de la abundancia que provee el mal.

Las aspiraciones de la actual generación se centran en el poder de la fuerza, la intimidación y el dinero. No importa el precio que haya que pagar. Ven a sus congéneres como oportunidad de riqueza. La gente tiene precio, no derecho a vivir o a ser libre. Con esa mentalidad las mujeres son mercancía, son sinónimo de enormes fortunas económicas. Los niños valen oro si de tráfico de órganos hablamos. Esta es una realidad que negamos como si así la conjuráramos.

Urge crear consciencia social, regresar a la educación como cimiento y forma de vida. Hay que propagar el respeto, la unidad, la tolerancia, la solidaridad, la empatía. Urge poner ante los ojos de la juventud la diferencia entre el bien y el mal. En imprescindible que estas generaciones garanticen su futuro.

Las excepciones, porque sí las hay, merecen la oportunidad de crear un mundo, un México, un Tlaxcala, diferente, bondadoso, pacifista y pacífico. Esto es tarea de todos.

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