La muerte de los partidos políticos

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

 

En el año 2003 fui invitado a dar una conferencia en República Dominicana a estudiantes y políticos de esa isla del caribe. A invitación de la Cámara de Diputados y auspiciada por la Fundación Letras Libres de América diserté sobre “La crisis de los partidos políticos en América Latina” y en síntesis se concluyó, desde entonces, que estos habían dejado de representar los intereses de las sociedades y que era urgente e inevitable su refundación, renacimiento, reinvención y hasta el cambio de sus ideologías si es que querían seguir siendo el fondo y la forma, el origen y destino, de la democracia en el continente.

Al hablar sobre los partidos políticos en México, con argumentos, expuse que los abusos de poder, la corrupción, la impunidad, el alejamiento de los dirigentes y gobernantes del pueblo y la ausencia de compromisos cumplidos o resultados, hacía urgente e insalvable un análisis en retrospectiva y como consecuencia una refundación del entonces hegemónico Partido Revolucionario Institucional, que ya empezaba a dar síntomas de vejez o de enfermedad incurable que lo llevaba a una muerte por necesidad.

Entonces todavía no se daba la alternancia en nuestro país, pero se perfilaba el triunfo de un partido distinto al PRI, no tanto porque otros institutos políticos ofrecieran opciones, sino porque la sociedad mexicana ya acusaba hartazgo, asco, desprecio y rencor hacia el tricolor. Así es que el triunfo del Partido Acción nacional no fue necesariamente una inmejorable oferta del PAN o una garantía de desarrollo nacional, sino una coyuntura abierta por el partido en el poder y una oportunidad histórica para la nación.

La reivindicación de un segundo triunfo en el PAN no fue el resultado de un mandato de éxitos o cambios positivos, sino que en el ánimo del electorado se mantenía intacto el deseo del cambio y, por otro lado, el PRI se mostraba lejos de entender con humildad que su derrota en las urnas era un mensaje de la sociedad. Así es que la realidad en México era de desorientación y deseos de encontrar alternativas; se mantenía intacta la sed de cambio al final del sexenio de Felipe Calderón Hinojosa.

El regreso del PRI al poder federal con Enrique Peña Nieto no fue porque el pueblo le haya devuelto la confianza al tricolor, sino que fue, por un lado, el desencanto de los gobiernos panistas y por el otro, la ausencia de una alternativa: el Partido de la Revolución Democrática está, estuvo siempre, lejos de representar la bandera de justicia, paz y desarrollo para México.

Como quiera que sea, el deseo de cambio y la animadversión hacia el PRI, PAN y PRD se mantuvo intacto a la irrupción del Movimiento de Regeneración Nacional al escenario político electoral de México. Los niveles de corrupción, impunidad, desigualdad, injusticia, inseguridad y pobreza no sólo no se frenaron, sino se elevaron a los niveles del exterminio y eso, la gente lo cobró en las urnas. La mejor opción fue MORENA que ganó de forma escandalosa a grado tal de no dejarle a esas otrora principales fuerzas políticas ni siquiera con qué entretenerse. El principio del fin del tricolor, del azul y del amarillo se empezó a escribir desde hace mucho tiempo, pero se hizo formal y realidad con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador.

En las elecciones de este domingo uno de junio, con el triunfo de MORENA en Puebla y Baja California, se reitera y fortalece la desconfianza social hacia el PAN y el PRI (el PRD ya ni a último lugar llegó) y los resultados hablan de que como partidos, los dos primeros y hasta el sol azteca, no han acabado de entender la nueva realidad nacional y tampoco dan señales de buscar la forma de reinventarse, de refundarse, de simplemente cambiar… esos partidos políticos no ofrecen ni dicen nada a estas nuevas generaciones que necesitan otro lenguaje, otro discurso, otra forma de gobernar, diferentes resultados, rostros nuevos, hechos.

Hoy, como en 2003, considero que los partidos políticos están en una severa crisis de existencia, estoy seguro que ya no representan los intereses de la sociedad, que el pueblo se hartó de ellos hasta el desprecio, que si quieren seguir en la escena política deben refundarse, reinventarse y hasta cambiar de nombre y de siglas y colores. El PRI, el PAN y el PRD ya son historia y sólo sus dirigentes y dueños no lo aceptan, ni lo ven ni lo entienden.

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