Por: Aquiles Córdova Morán
Tal vez todos estemos enterados de que el mundo entero padece una ola inflacionaria, es decir, una elevación generalizada de los precios de bienes y servicios que se compran y se venden en los mercados nacionales y en el mercado mundial. Se trata, dicen los entendidos, de una crisis universal de los precios como no se veía hace mucho tiempo.
Esta ola inflacionaria, como no podía ser menos, también nos está pegando a los mexicanos, aunque, desde luego, no a todos por igual. Forbes publicó hace poco la lista de las fortunas más grandes del mundo, entre las cuales hay muchos mexicanos cuya riqueza se incrementó durante la pandemia (y, en algunos casos, incluso más aceleradamente que en tiempos normales), mientras que los trabajadores formales e informales, los de empleo temporal y los que padecen desempleo abierto ven cómo sus ingresos se encogen, pierden valor y compran menos cada día.
Con el fin de ayudar a quienes más sufren los efectos de la inflación, el presidente López Obrador dio a conocer, el 4 de mayo de este año, el llamado Paquete de Acciones Contra la Inflación y la Carestía (PACIC), integrado por una serie de medidas que entró en vigor de inmediato y cuyo objeto, dijo el Presidente, es mantener estables los precios de 24 productos básicos, los de mayor demanda entre las clases populares; se trata de productos alimenticios como arroz, sopa de pasta, aceite, frijol, pollo, leche, carne de cerdo y de res, frutas y verduras. El PACIC también incluye medidas contra la inflación en general, entre las cuales destacan los subsidios al precio de la gasolina, el gas y electricidad; incentivos al cultivo de maíz y frijol para el autoconsumo, y la eliminación de aranceles a la importación de alimentos de gran demanda como trigo, papa, zanahoria y otros.
Desde su publicación, el plan antiinflacionario del Presidente despertó dudas sobre su eficacia, aunque por razones diferentes: por un lado, hay quienes lo critican por su falta de fundamentación económica y el consiguiente carácter errado de las medidas de contención que propone; por otro, hay quienes aseguran que es ingenuo creer que los grandes empresarios y comerciantes aceptarán reducir sus utilidades a favor del bienestar de los trabajadores.
Por ejemplo, Valeria Moy, directora general del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), divide el contenido del PACIC en dos clases de medidas: las que considera medidas recicladas de programas ya existentes y las que cree que debieran formar parte de nuestra vida cotidiana, tal como ocurre en cualquier Estado de derecho.
Entre las recicladas, menciona el mantenimiento de los subsidios a los precios de la gasolina, el gas y la electricidad, apoyos que costarán al erario 330 mil millones de pesos, una cantidad enorme de dinero que podría aplicarse de manera más productiva. “Mantener el precio de los combustibles bajo, sin duda, puede ayudar a contener la inflación, al ser estos de los principales insumos en cualquier proceso productivo, además de sus implicaciones evidentes en el costo del transporte. Pero esos estímulos cuestan y merman las finanzas públicas, además de ser profundamente regresivos” (página web del IMCO, 6 de mayo de 2022). Por mi parte, creo que el error es mucho más grave, porque el problema no es “contener” la inflación, sino erradicarla, acabar con ella de raíz, y los subsidios a los combustibles jamás podrán lograr eso. Son un paliativo caro, pero no una medida de fondo para resolver el problema. Se trata, además, de medidas forzosamente temporales, imposibles de mantenerse permanentemente, por lo que no sustituyen a las medidas curativas correctas.
Otras medidas recicladas, según Moy, son la continuación (y reforzamiento, quizá) de Sembrando Vida y Producción para el Bienestar, que tampoco atacan de raíz la inflación y que, en cambio, provocarán significativas distorsiones en el mercado. Relacionado con éstas, el Presidente ofreció ampliar el programa de entrega de fertilizantes a más estados del país, cuando sabemos que ese producto está escaseando en el mundo entero, debido a las sanciones impuestas a Rusia, y cuando es un hecho que la producción nacional es prácticamente inexistente. A esto se añade otra medida reciclada desaconsejable en un entorno inflacionario: se trata de los precios de garantía, que aseguran a los productores un precio mayor para sus productos que el que reina en el mercado. Eso obliga a los comerciantes libres a ofrecer un precio igual o mayor al de garantía, es decir, que esta política proteccionista presiona los precios al alza, al revés de lo que se necesita en un periodo de inflación.
Entre todas las medidas del PACIC, Moy considera como la más interesante la eliminación de aranceles a algunos de los 24 productos de la canasta básica, como papa, zanahoria, atún, trigo, maíz, limón, arroz, manzana, frijol y tomate. Tal medida puede resultar eficaz, dice, para bajar el precio de estos productos específicos, mas no para contener la inflación en general; aunado a ello, deja desprotegidos a los productores nacionales, que no pueden competir con el precio del producto extranjero. Además, es una medida que durará seis meses solamente. “¿Qué pasará al terminar este plazo? ¿Se regresará a los aranceles previos? ¿Se trabajará en un plan gradual de disminución arancelaria? ¿Se compensará a los productores por la pérdida de esta protección? Sobre eso, aún no sabemos nada”, dice Valeria Moy (página web citada).
En resumen, Moy señala que las medidas recicladas, es decir, las que vienen funcionando de tiempo atrás, han demostrado ya su ineficacia contra la inflación, puesto que no lograron impedir su surgimiento; que otras son igualmente ineficaces, pero riesgosas por las distorsiones que producen en el mercado; otras van en sentido contrario al combate a los precios altos, y, aunque una medida puede reducirlos, daña a los productores nacionales y será difícil revertirla al término de su operación. Es una manera seria y razonada de prever el fracaso del PACIC.
Una buena síntesis de las opiniones que ven el fracaso del programa en la imposibilidad de que las empresas y las grandes cadenas comerciales cumplan su palabra de renunciar a una parte de sus utilidades para mantener los precios de los productos de la canasta básica, es la opinión del Banco de México que, sin tomar partido anticipado respecto al éxito o fracaso del PACIC, ha dicho que cree que puede ser una buena medida de contención del alza de precios si el Presidente logra que se aplique correctamente y se cumpla con toda puntualidad. Queda implícito que, en caso contrario, el plan fracasará, como pronostican algunos.
Veamos, entonces, qué pasa en la realidad. Según la fecha de su publicación, el PACIC lleva ya más de un mes funcionando, y mucha gente se pregunta si ha habido o no resultados positivos. En una revisión rápida de los medios, he encontrado que casi todos coinciden con que la mayoría de los 24 productos enlistados por el Presidente, lejos de haberse mantenido estable, ha subido de precio. Unos pocos son los que han bajado, pero los comerciantes aseguran que se trata de una baja estacional, es decir, que se debe a que estamos en la temporada de mayor producción, y no como consecuencia del PACIC. La mayoría de informadores reporta alzas en los precios de alimentos tan básicos como arroz, leche, huevo, pollo, chuleta de puerco, aguacate, bistec de res, jitomate, chile serrano y chile verde en general, azúcar y sal, por mencionar los más importantes.
Viejos y experimentados vendedores de la Central de Abastos relatan significativos cambios en la conducta de sus clientes, que delatan el poco dinero con que cuentan y el penoso esfuerzo que hacen por ahorrar y estirar el gasto. Por ejemplo, hay una renuncia generalizada a adquirir productos empaquetados por kilo o más y de marca conocida; los consumidores optan por comprar a granel o por pieza, aunque corran el riesgo de obtener productos de mala calidad. Huevo, aguacate, jitomate, fruta, limón o cebolla por pieza, ya no por kilo o por reja; ya no compran arroz, frijol, pasta para sopa o azúcar en paquetes con sello de marca, adquieren cantidades menores a granel. Lo mismo ocurre con productos no alimenticios, como los de limpieza del hogar, garrafones de agua y productos para el aseo personal como afeites, cremas, lociones y perfumes.
Los comerciantes de tales productos se quejan de que todo esto se traduce en menores ventas que, además, deben ofrecer a precios fijos, lo cual reduce sus ganancias, que nunca fueron muy grandes. Algunos aseguran: “Abrimos el negocio por costumbre o por deber de trabajar, pero la verdad es que hay días en que nos vamos en blanco, es decir, con cero ganancias”. Los clientes, por su parte, señalan que los precios más altos son los de las cadenas de autoservicio y los de grandes negocios en los centros urbanos, esto es, justamente aquellos que, según el Presidente, se comprometieron de muy buena voluntad a mantener precios fijos.
A la vista de estos hechos, la opinión más difundida es que el PACIC es un fracaso rotundo, uno más de los inventos distractores de la Cuarta Transformación. Sin embargo, algunos especialistas dicen que las medidas del Paquete son de aquellas cuyos resultados sólo empezarán a verse en un año o más, por lo que hacer ahora un juicio definitivo es prematuro e inexacto. Pero hay también quienes afirman que estamos ante un fracaso inevitable, en virtud de que el plan fue elaborado sin base científica y sin un conocimiento a fondo de la naturaleza de la inflación actual; creen que se trata de una maniobra mediática de corte electorero con vistas a la lucha por la presidencia de la República en 2024.
Yo soy de los que piensan que el PACIC es un fracaso rotundo por una razón evidente: ni el Presidente ni quienes lo asesoran en estas materias han dado muestras de estar conscientes del carácter excepcional, muy complejo y difícil de explicar, de la inflación mundial actual, al grado de que tiene desconcertada a la flor y nata de los economistas del capital global, al Foro Económico de Davos, dirigido por el filonazi Klaus Schwab. Ellos y todos los expertos en la globalización neoliberal han sostenido, al menos desde la década de 1980, que la inflación es un fenómeno puramente monetario y que, cuando se presenta, es consecuencia siempre de un descontrolado exceso de circulante en la economía que provoca una demanda excesiva de bienes y servicios, demanda excesiva que los productores no pueden satisfacer y a la que responden elevando los precios de sus productos. El remedio clásico es elevar la llamada tasa de interés referencial, responsabilidad del Banco Central de cada país, con objeto de retirar dinero de la circulación. Esto provoca el empobrecimiento de los consumidores, que disminuyen su demanda y, por tanto, los precios, aunque también provoca un menor crecimiento de la economía.
Pero sucede que hoy no se dan los supuestos de la teoría neoliberal: no hay una acelerada expansión económica, ni un exceso de la demanda, sino una crisis de bajo crecimiento del PIB mundial y una desigualdad y empobrecimiento crecientes de las grandes masas, que reducen su capacidad de compra y de consumo. Y, sin embargo, la demanda supera a la oferta de productos. La receta clásica de elevar las tasas de interés, entonces, agravará el problema en vez de curarlo, al acelerar la contracción económica y, con ello, la escasez de la oferta. Los precios subirán más en vez de bajar.
Lo que sucede en realidad es que la pandemia y la inseguridad mundial, provocada por la política guerrerista y rapaz de Estados Unidos, han puesto al descubierto que la inflación no es un fenómeno monetario, sino estructural, inherente al hambre de ganancia del capital, que se traduce en una lucha permanente entre la utilidad de las empresas y el salario de los trabajadores. La pandemia y la amenaza de guerra nuclear han desorganizado el mercado de insumos y de materias primas para los grandes monopolios, lo cual ha elevado sus costos de producción y disminuido sus utilidades. Para defenderlas, en virtud de que los salarios ya están bastante deprimidos, no les queda otro recurso que echar mano de su poder monopólico de imposición de los precios a escala planetaria ralentizando la producción, es decir, generando una escasez artificial y, por tanto, una elevación de los precios.
Así, la inflación actual es una manifestación clara del agotamiento irreversible de la globalización neoliberal, algo que no pueden curar las viejas recetas de esa misma globalización neoliberal. La única solución posible es la lucha mundial de los obreros por mayores salarios y mejores niveles de vida; una lucha no contra los patrones, sino contra el capital. Es eso, justamente, lo que no ve el PACIC de López Obrador, de ahí que esté condenado al fracaso, eso sí, en perjuicio de las clases pobres del país. Los obreros mexicanos necesitan saber que llegó la hora de recordar y poner en práctica la consigna lanzada por Marx y Engels en su tiempo: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”. Antorcha los llama a eso.